Lo que nos deja el intento de golpe

Ha corrido mucha tinta intentando explicar lo que sucedió el Bolivia el pasado 26 de junio cuando el general Juan José Zúñiga entró con tanquetas a la plaza Murillo. En sus palabras, lo hacía para “reconducir la democracia”. Más tarde, cuando fue apresado, cambió de versión y dijo que había obedecido una instrucción de Luis Arce para que este ganara popularidad
Roberto Aranda / Xinhua News / ContactoPhoto
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Ardieron las redacciones, las redes sociales, los sets de televisión.

¿Qué es lo que realmente ha sucedido en Bolivia?

La tesis del “autogolpe”, la más fácil de todas, fue la que terminó imponiéndose en el debate público. Detractores del gobierno de Arce han calificado como “show político” todo esto. Incluso los intelectuales, que se precian de pensar, se han comprado este relato.

El peligro obvio de esta tesis es que blanquea lo que Álvaro García Linera llama “la autonomización de los militares”. Al final, no hay nada que temer, todo fue orquestando por el oficialismo. La que así queda expuesta es la democracia, más allá de Arce, su gobierno y los innegables problemas que carga en la espalda. ¡Pero qué más da, si la cosa hiere a Arce!

Mientras sucedía la asonada golpista se produjo un cordón sanitario de defensa a la democracia: políticos de toda laya (incluso aquellos presos por su participación en el golpe de 2019), la comunidad internacional y la población en general se pararon en la misma vereda: la defensa de la democracia y un no rotundo a los milicos. El acuerdo duró tres horas.

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La crisis economía no se fue y las crisis política y social volvieron en la noche al mismo lugar en el que estaban por la mañana, pero con algo más en el inventario: “el autogolpe”.

¿Arce se mandó todo esto para lograr tres horas de “estabilidad”? ¿No es absurdo pensar así? Absurdo, pero la retórica funciona.

Un autogolpe hubiera requerido una compleja ingeniería política. Tiendo a pensar que el gobierno no nos ha dado pruebas de tanto.

Se han detenido a 21 militares de diferentes rangos. Las versiones coinciden en que Zúñiga los convocó para dar un golpe. Tan simple y tan grave como esto. El general en cuestión, “amigo de jugar al básquet” del presidente Arce, y el número 42 en su curso en el Colegio Militar, planificó un golpe de Estado acorde con sus notas.

Lo grave y cuestionable de todo esto (aunque a nadie parezca importarle mucho) es que un militar chalado haya podido llegar hasta la puerta del Palacio Quemado con la facilidad con la que lo hizo, que no haya habido ninguna institución que alerte de que algo así estaba sucediendo; que el Ministerio de Defensa no se hubiera enterado de que el puesto 42, que había pasado a ser el número uno por sus relaciones políticas, el mismo que se dedicaba a “hacer campaña” por sí mismo con los recursos del Ejército, planificaba un golpe chapucero que pondría en riesgo lo poco que tenemos como sociedad: nuestras debilitadas instituciones democráticas.

¿Qué pasó con la inteligencia militar y policial? Se pasaron de “vivos”. ¡Habitamos en la “metafísica popular” del Papirri!

Lo que sacamos en limpio de todo esto es la urgente necesidad de repensar las instituciones del Estado. En cinco años, las fuerzas de seguridad encargadas de velar por el Estado de derecho han estado involucradas en dos episodios peleados con la democracia... Una oficina de contrainteligencia civil, ¡urgente, señores!

Por otro lado, hay que concluir que la pelea intestina del MAS está yendo más allá de los  masistas y sus ambiciones políticas; tiene repercusiones en la gestión pública y en el campo político boliviano, que no encuentra modos de reorganizarse sin la guía del MAS.

Tenemos una oposición terraplanista, que le gusta inventarse escenarios cada vez más absurdos, y carece de un discurso que, en contraste con el del MAS, nos lleve a imaginar un futuro mejor. Y tenemos un MAS estancado en la cuestión de la candidatura, incapaz de decirle a la gente para qué quiere quedarse en el poder; incapaz de respetar su propia historia; incapaz de hablarle a una militancia que vive estigmatizada por culpa de una cúpula indolente y ambiciosa.

Lo que nos queda luego de esto es un gobierno que ha expuesto un fallo estructural en su modelo de gestión: sus decisiones tardan demasiado en llegar, falta coordinación y decisión. Entre la destitución de Zúñiga y la posesión de un nuevo mando militar pasaron más de 36 horas, tiempo de sobra para que un chiflado intentara un golpe de Estado. Qué lección más dura.

Ha quedado expuesta la falta de cuadros en puestos claves: una cancillería confusa que emite comunicados que luego quita en contra de sus aliados, ministros que no se enteran, un aparato comunicacional incapaz de imponer una sola idea. ¡Qué solo está Arce!

Del otro lado, el MAS evista blanquea un intento de golpe de Estado porque así es mejor para sus intereses políticos coyunturales y olvida la forma en la que, en ese funesto noviembre de 2019, Morales salió del país junto con mil exiliados de su partido. “¿Dónde se ha visto un golpe sin muertos ni heridos?”, preguntó socarrón Evo Morales, olvidando que él cayó con una dosis mínima de muertos. Los 31 de Sacaba y Senkata fueron asesinados cuando él hacía rato que estaba refugiado en México.

El intento de golpe de Estado es un episodio más de nuestra triste historia política, marcada por la fragilidad de nuestras instituciones. Un episodio que no provoca reflexiones profundas en quienes conducen la política. Una clase política que no pide una investigación profundo e imparcial de los hechos. Un episodio que otra vez huele a los gringos, aunque los gringos no lo hayan detonado. Bolivia es un país que ya no quiere ser bananero pero que al final del día termina comiendo bananas.