El Cierre

¿El fin de la mayoría de investidura? #ElCierre

Los cinco días de reflexión de Sánchez fueron antes un despliegue de performatividad para refrendar su liderazgo a la interna del PSOE, como en efecto le funcionó, pero también para hacer un pulso a otros espacios políticos y consolidar su malmenorismo

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Dicen que en política no hay coincidencias y, en efecto, cuando menos una supuesta coincidencia genera más de un gesto de escepticismo. Pero no siempre las coincidencias son meditadas maquiavélicamente. No siempre hace falta tener una suerte de mente brillante ni mucho menos una bola de cristal para anticipar lo que pudiera ocurrir. El análisis político suele ser bastante más sencillo que lo que algunos nos hacen creer. Basta con tener los ojos bien abiertos, eso sí, y, sobre todo, al menos es mi sugerencia, no dejarse llevar por los marcos tanto de la derecha mediática como de la progresía mediática. Es decir, del bipartidismo mediático en distintas formas más o menos explícitas. 

Este fin de semana el presidente Pedro Sánchez anticipaba algo concreto: que era momento de gobernar con o sin el concurso del legislativo. Las reacciones han sido varias. En efecto, no gusta a los integrantes de la mayoría de investidura que se les diga que, por si acaso, se puede gobernar sin ellos, es decir, sin negociar con ellos. Pero lo que anticipaba Sánchez no era realmente una muestra de debilidad, sino antes bien una decisión meditada a raíz de las condiciones materiales que considera inamovibles. Con el diagnóstico estoy de acuerdo, con su remedio, por supuesto que no.

Ayer el juez Pablo Llarena ha hecho lo que están habituados a hacer algunos togados que gozan con particular impunidad en este país: interferir en política sin que nadie les reclame por ello. Llarena ha puesto un nuevo obstáculo, como si hiciera falta otro, en la articulación de esa mayoría parlamentaria que de alguna forma el presidente Sánchez ya daba por muerta el fin de semana. Algunos podrían pensar que el presidente anticipaba ya que Llarena sería un artífice útil de la ruptura de la mayoría de investidura, pero aquí entre nos creó que la cuestión es mucho más sencilla. 

Pedro Sánchez no es ningún tonto, como tampoco ustedes que me ven y me oyen. ¿Alguien en su sano juicio podría creer que el abuso del partido judicial había concluido con un acuerdo de repartición del CGPJ entre el PSOE y el partido del bloqueo antidemocrático de esa misma institución? Es decir: el PP. Insisto, no hace falta ser una mente brillante: si le das poder de veto y bloqueo al partido que ya estaba bloqueando una institución, ¿por qué sentirían que está mal utilizarla para sus fines? Todo lo contrario, les has legitimado. De aquellos polvos estos lodos. De aquellos acuerdos bipartidistas, estos movimientos de Llarena. 

Esto, insisto, Pedro Sánchez lo sabe muy bien y no solo porque sabe contar, sino porque va quedando claro que cuando llegó al acuerdo con el PP era consciente de que no era un acuerdo, sino un reparto, pero que prefería ese mal reparto que le mantenía en vulnerabilidad a democratizar de verdad un espacio vital del poder judicial. Mejor mal socio conocido que socios democráticos por conocer, ¿verdad? Y por eso mismo va quedando claro que lo que hemos estado viendo estos meses además de ser solo una teatralización resulta también de muy bajo nivel. Los cinco días de reflexión de Sánchez fueron antes un despliegue de performatividad para refrendar su liderazgo a la interna del PSOE, como en efecto le funcionó, pero también para hacer un pulso a otros espacios políticos y consolidar su malmenorismo.

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El “por favorcito no te vayas”, el “Pedro no nos abandones” fue la culminación discursiva de esa victoria de Sánchez. Pero ¿se trataba de pedir que se quede Pedro Sánchez por quedarse y punto? No sé ustedes, pero me da que no. La pregunta es antes bien, ¿para qué se queda? Porque si es para acordar repartos del espacio judicial con el PP en lugar de democratizar la judicatura, ya está el PP. Porque si es para defender deportaciones de vidas migrantes “irregulares” ya está el PP. Porque si es para prorrogar presupuestos en lugar de negociarlos con una mayoría de investidura compleja pero resultante de la democracia, ya estuvo Mariano Rajoy, hagamos memoria. Porque si es para ir a sentarte en el plató de Ferreras, un cloaquero mediático y no un periodista, al mismo tiempo que dices que lucharás contra los difusores de bulos, ya está el PP, pero también está por cierto la progresía. 

Y este es precisamente el problema. Que la idea no era quedarse por quedarse ni tampoco es ocupar la Moncloa por ocuparla. Sino ocuparla para gobernar y, sobre todo, quedarse para hacer. Y hacer lo contrario al bloque reaccionario.

Si Llarena, junto con otros jueces, se sienten en la capacidad de atentar contra las leyes y de actuar directamente contra la ley, es porque saben que existe un cerco que les blinda y donde no está solo el PP, sino también ese PSOE y ese Pedro Sánchez que dicen ser los adalides de la convivencia y el acuerdo con Catalunya pero cuando se trata de defender la Ley de Amnistía no le han parado los pies a quienes atentan contra ella, es decir ciertos jueces.

Y hoy oímos la preocupación por los presupuestos, pero ¿es preocupación o más teatrillo? Porque como ya anticipaba Pedro Sánchez, casi como si supiera que Llarena se encargaría de petardear aún más su mayoría de investidura, tocará gobernar con o sin el concurso del legislativo. Es decir, “pasamos del piloto automático al sin piloto” al coma. Un gobierno en coma inducido. No sería lamentable si nuestras vidas no dependieran de que ese gobierno en coma dejara de estarlo. Llarena solo es una evidencia de lo que ocurre cuando al bloque reaccionario antidemocrático le das un centímetro. Avanzan kilómetros y cuando abres los ojos no solo ya no estarás en la Moncloa, sino que esa Moncloa se tiña de fascismo. Necesitamos un gobierno sí, pero que gobierne de verdad contra la ultraderecha mediática, judicial, económica y política, y no que les deje hacer y hacer y hacer. Ya estuvo bien de un gobierno de respiración asistida e inmovilidad. La democracia no puede estar en coma mientras la ultraderecha está más bestializada que nunca.

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