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El cierre de Laura Arroyo

¿Quiénes se reparten la Corona? #ElCierre

La monarquía es útil para todos ellos: es un pacto de privilegiados para mantener sus privilegios. Entonces no sólo hablamos de falta de democracia, sino de falta de justicia social en toda regla

Una de las primeras cosas que llamó mi atención cuando pisé este país, lo confieso, fue la relación con la monarquía. Ojo, digo “relación” y no la monarquía en sí misma que me sorprendía, sí, pero desde antes de aterrizar en Madrid. La monarquía en sí misma es, para quienes venimos de países republicanos, mucho más que un anacronismo. Más allá de la parsimonia y la constante intención por posicionarla como una institución de glamour con una imagen aspiracional, lo cierto es que siempre genera algún tipo de interferencia entre los y las demócratas de cualquier latitud. En el caso de la española, además, tiene una variable adicional importante porque no hablamos de la Casa Real como una institución separada de otras o incluso con cierta autonomía o independencia, sino de una institución sobre la que se erige directamente el régimen del 78. Es decir, de la piedra angular de ese régimen que, como sabemos, bautizó lo que se ha querido vender como transición modélica, a la par que convive con esa “contradicción” de haber contado con un Jefe de Estado designado a dedo divino de un dictador: Francisco Franco. Sí, la monarquía española como esa piedra angular y Juan Carlos I como el sujeto sobre el que se erigió tanto el relato como la arquitectura de ese régimen que pervive -con dificultad- hasta hoy es, sin duda, un motivo de análisis e interés.

Pero volvamos a la “relación con la monarquía” que mencionaba al inicio porque, como decíamos, la Casa Real es mucho más que una institución y así como es piedra angular del régimen del 78, supone la representación más clara del pacto entre élites que gobierna este país. Cuando se afirma que el Jefe del Estado es producto de un linaje, se afirma abiertamente que no hay democracia, pero la clave no es sólo por qué no hay democracia y por qué no podemos elegir a nuestro Jefe de Estado, sino a quién conviene que sea así el sistema. Es decir, ¿para quién es útil el sistema monárquico? Porque, seamos honestos, no es sólo que manda uno sin presentarse a elecciones, es que mandan muchos sin hacerlo. Ese pacto de élites por el cual tienen más poder esas oligarquías, esa CEOE con el señor Garamendi, esos medios de comunicación con sus mandamases, esos sujetos poderosos con palcos como el Bernabéu -sí, hablo de Florentino Pérez-, esa gran banca con sus dueños y sus beneficiarios principales, etc. La monarquía es útil para todos ellos: es un pacto de privilegiados para mantener sus privilegios. Entonces no sólo hablamos de falta de democracia, sino de falta de justicia social en toda regla. Cada euro que derrochan es un euro que nos quitan; cada caso de corrupción con el que se benefician, es una afrenta contra nuestro trabajo y así más y más y más.

Pero además, y aquí es donde surgió mi sorpresa al llegar, hace una década ya a este país, construye un tipo de relaciones interpersonales entre la ciudadanía. Porque, para comenzar, asume la condición de súbdita de su gente y de vasallo de su pueblo frente a un sujeto político con autonomía, decisión, madurez y poder; contra eso se enfrentó también el 15-M y lograron desde ahí la abdicación de Juan Carlos I, porque sabían los poderes que necesitaban darnos algo para mantener su régimen vivo. Pero la abdicación que necesitábamos era la abdicación de ese sistema, es decir, necesitábamos sacar esa corona. El 15-M fue un movimiento esencialmente republicano porque fue esencialmente impugnador contra el régimen, de ahí que dijera “PSOE, PP, la misma… es”. Pero, sobre todo, que no se quedaran ahí, sino que denunciaran junto con ese bipartidismo monárquico a la banca, los buitres, la patronal, y todos aquellos que integran ese pacto de élites con corona que se reparten sólo entre ellos, pese a que la financiamos todos nosotros. 

Que un país construya sus relaciones ciudadanas y populares desde la jerarquía entre amos y súbditos destroza la capacidad de lucha popular de las mayorías: pone el acento en nuestra incapacidad de acción; pone el acento en nuestra condición de “sujetos tutelados” antes que sujetos políticos con derechos y autonomía con la capacidad de crear, construir y gobernar. Todo eso nos lo quita este régimen del 78 que asume que unos mandan -y sin presentarse a elecciones- y otros obedecemos. Y cuando desobedecemos infiltran agentes en nuestros movimientos, nos reprimen con pelotas de goma, nos cierran las fronteras y condenan a la muerte, nos encierran solo por decir algo que está en audios como a Pablo Hasel, etc.

No es sólo que no sea una democracia porque hay un rey que no eligió nadie, es que además nos quitan la agencia de transformación y de acción política porque asumen que sólo nos corresponde ser tutelados dentro de un sistema donde los que mandan son otros y ni siquiera están puestos en cuestión en las urnas.

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Y por eso es tan importante recuperar ese espíritu del 15-M que supo apuntar al adversario, es decir, al régimen del 78 y lo puso en jaque. La buena noticia es que sigue en jaque, la revelación de los audios de Juan Carlos I lo evidencian. La pregunta es: ¿dónde estamos la izquierda impugnadora que enfrenta también a las izquierdas de régimen para recuperar un país y hacerlo de todos y todas? La república es un norte, pero es también una acción política en gerundio. “Toca republicar”, como diría Alfonso Gardi. Porque es el verbo correcto para acabar con un régimen que es sólo la continuación del pacto que una dictadura dejó atada y bien atada. No es Juan Carlos, es toda la Casa Real. Es Felipe, es Leonor y todas las élites que les defienden. Hasta mañana.


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