45 años de ‘Alien’, la mejor película de terror espacial de todos los tiempos

Aprovechando el aniversario y el estreno de Alien: Romulus, recordamos y analizamos la obra maestra de Ridley Scott

Que desde hace 45 años no se haya superado la genialidad de Alien, el octavo pasajero, de Ridley Scott, no dice mucho de la evolución del cine ni de Hollywood. En los ochenta James Cameron cogió el relevo de lo que ya era una franquicia de la Fox y rodó un gran espectáculo adaptado a los ochenta, los años de Ronald Reagan. Y lo hizo de forma muy mordaz. Aliens parece una película de Rambo (los extraterrestres sustituyen a vietnamitas o rusos) y hasta una película familiar (ahora Ripley no es una mujer independiente y con gato, sino una entregada madre), pero esconde mucho veneno.

Aliens está a leguas del cine de machitos musculosos. Empieza con una típica película de marines cachas muy cortitos (igual que Depredador), pero los marines acaban siendo unos inútiles (hasta un androide está más capacitado que ellos) y el filme culmina con dos hembras de armas tomar (Ripley y la madre de la colmena alienígena) en un legendario duelo. James Cameron fue tan listo, que rodó una película sobre la maternidad disfrazándola de película machirula de acción.

Por desgracia, los siguientes realizadores y guionistas que continuaron la saga no fueron ni tan listos, ni tan brillantes. La tercera, dirigida por David Fincher, tiene una buena premisa (arranca como una película carcelaria), pero es un dislate y hasta aburrida. Continuó y aumentó el disparate en Alien: Resurrección. A los ejecutivos de Fox se les ocurrió que era una buena idea llamar al director de la barroca Delicatesen, Jean Pierre Jeunet, para rodar la cuarta entrega y el resultado fue espantoso y con el final más bochornoso de toda la saga, que renació, de la mano del propio Scott, con la ridícula ‘Promotheus’ y continuó con ‘Alien: Covenant’, también de Scott, no tan mala pero también fallida. Cierra el círculo ‘Alien: Romulus’, un puro ejercicio de nostalgia y reciclaje de ideas ajenas con muy poca imaginación.

Cautivos del mal, 1952
Cautivos del mal, 1952

El origen

La tremenda creatividad que mostró de Alien, el octavo pasajero es impensable sin el escaso presupuesto para tan ambiciosa producción (el inicial fue de 8,2 millones). Fox apostó por el guion de Dan O'Bannon (cuyo primer título fue La bestia estelar), sabiendo que era muy difícil de producir y por eso Scott y su equipo apostó por una regla básica del terror: sugerir más que mostrar. En fin, hizo honor a esa legendaria escena de Cautivos del mal en la que Kirk Douglas, que interpreta a un productor de cine de serie B, le explica a su director cómo rodar buen terror sin medios:

—Cuando el público paga por ver una película como ésta, ¿para qué está pagando?
—Para asustarlos.
—¿Y qué es lo que más asusta a la raza humana que cualquier otra cosa? —dice antes de acercarse al interruptor de la pared y apagar la luz.
—¡La oscuridad!
—¿Y por qué? Porque la oscuridad tiene vida propia. En la oscuridad todo tipo de cosas cobran vida.

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De hecho, hasta pensaron que la bestia podría ser transparente e invisible, idea usada ocho años después en otra película de Fox: Depredador. Finalmente, Scott uso la oscuridad, la niebla (con máquinas que pidió prestadas al grupo Pink Floyd), el metal, el agua… y ocultó al monstruo hasta el tramo final, igual que hizo Steven Spielberg en Tiburón, otra obra maestra del terror de los setenta, la mejor década para el género.  

Dan O'Bannon (que trabajó en su guion sobre una idea de Ronald Shusett) fue acusado, junto a Scott, de plagio por el escritor A. E. van Vogt, que aseguró que habían plagiado su relato Black Destroyer y Fox le acabó pagando 50.000 dólares en un acuerdo para no ir a juicio. También es descarado el “homenaje” que hicieron a Terror en el espacio, peliculita cutre dirigida por Mario Bava en 1965. La trama es clavada: la tripulación de una gran nave, varios hombres y dos mujeres, recibe un SOS de un planeta desconocido. Al seguir la señal, descubren los restos de un accidente, entran en el vehículo estrellado y descubren el esqueleto de un extraterrestre gigante y que ha sido víctima de una raza de alienígenas parásitos que comienzan a atacarlos.

El enigma de otro mundo, 1951
El enigma de otro mundo, 1951

Alien también guarda semejanzas con El terror del más allá, otra peliculita de serie B de 1958. El filme, de Edward L. Cahn, habla de otra expedición que se dirige a rescatar otra nave, en Marte, en la que solo hallan al capitán, el resto de la tripulación ha desaparecido. Acaban acusándolo de matar a sus compañeros, lo apresan y se lo llevan de regreso a la Tierra. Pero antes de despegar una criatura se cuela en el interior de la nave y comienza a exterminar a la tripulación.

Otro referente es El enigma de otro mundo, de Christian Nyby y Howard Hawks (de la que John Carpenter rodó La cosa, otra obra maestra del terror) y que tiene algo que nos recuerda mucho a Alien, el octavo pasajero: el científico de la misión. En esta película ya aparecen los obreros en un entorno tecnológico, las máquinas de mano que detectan movimientos y sobre todo el personaje del científico que protege al monstruoso extraterrestre. El frío Doctor Arthur Carringon es igual que el impasible androide científico Ash. Los dos están fascinados por la perfección del alienígena, enamorados de su pureza, de todo lo que pueden aprender de él a pesar de que unos cuantos prescindibles humanos mueran por su culpa. Por algo uno de los grandes temas de Alien, el octavo pasajero (y de Aliens) es el de las clases sociales y la perversidad y frialdad de las élites, a las que les da completamente igual que la clase obrera, a su servicio, sea masacrada si van a conseguir un arma de aniquilación perfecta. 

H. R. Giger
H. R. Giger

El rodaje

Fue duro y algunos actores, como Tom Skerritt o Yaphet Kotto, tuvieron más de un enganchón con Scott por las eternas jornadas y las duras condiciones de trabajo.
El presupuesto asignado era bajo y los ejecutivos que visitaba el set, en los estudios Shepperton, en Surrey, Inglaterra, observaban intranquilos la lentitud del muy perfeccionista Scott. Enseguida vieron que el presupuesto inicial no iba a servir para acabar la película.  

Cuando O'Bannon vio la obra del oscuro diseñador H.R. Giger Necronom IV, supo que así sería su monstruo y lo llamó. A Giger le fascinó trabajar en Alien y empezó a hacer sus primeros dibujos nada más recibir 1000 dólares para empezar a trabajar. Giger, eso sí, daba bastante miedo. De cara pálida y mirada enfermiza, trabajaba rodeado de huesos malolientes y les dijo a los de producción que guardaba en casa el esqueleto de su novia, que se había suicidado. Casi les da un infarto. 

Alien, el octavo pasajero es impensable sin Giger, que casi es despedido cuando en Fox vieron sus primeros bocetos, sexualmente explícitos. Él fue el creador del monstruo, pero también de los escenarios principales, del esqueleto gigante, de los famosos huevos y hasta diseñó el traje del monstruo que vistió Bolaji Badejo, un joven de gigantesca estatura.  

Buena parte de los decorados de la famosa nave Nostromo (homenaje a la novela de Joseph Conrad, autor del que Scott había adaptado al cine en Los duelistas) salieron de un cementerio de aviones de la Segunda Guerra Mundial y para el inicio del filme el equipo de Scott creó un enorme decorado, pero para que en cámara pareciera más grande en vez de usar a sus actores Scott hizo que a sus hijos, Luke y Jake, les diseñasen unos trajes de astronauta a medida. Las tomas quedaron perfectas.

Y para la historia del cine, claro, la mítica escena de las tripas de John Hurt estallando ante el rostro de horror de Sigourney Weaver y Veronica Cartwright. La escena se rodó con cuatro cámaras y las expresiones de susto de las dos actrices son reales porque Scott no les avisó de lo que harían los muchachos de efectos especiales con unas cuantas bolsas de sangre falsa.

Cuando todo funciona

El primer montaje de Alien fue de 192 minutos y Fox se negó a estrenar con semejante duración. Finalmente, acabó en 116 minutos. También cambiaron el final, que era muy bestia: Ripley era decapitada por el monstruo y el único superviviente acababa siendo el gato rubio, Jonesy. El resultado final es apabullante: una grandísima dirección de Ridley Scott, un trabajo actoral de primera, una banda sonora de Jerry Goldsmith para la historia, una lustrosa fotografía de Derek Vanlint, fabulosos decorados de Ian Whittaker y, por supuesto, el monumental trabajo de Giger.

La campaña de marketing fue brillante y del misterioso cartel, que dio la vuelta al mundo, se encargó Philip Gips, diseñador de legendarios posters como los de La semilla del diablo o Superman. Si uno de fija bien, el huevo del poster no tiene la forma de los que aparecen en la película, los diseñados por Giger. Ese huevo es como de gallina y al abrirse le sale una luz amarillenta y humo. La razón es sencilla: el poster solo era un prototipo, una creación para vender el proyecto. Pero en Fox gustó tanto el trabajo de Gips que se quedó como poster final. Por cierto: su genial tag line “En el espacio nadie puede oír tus gritos” fue idea de su mujer, Barbara.

Alien, el octavo pasajero, que se puede ver en Disney+, acabó costando 11 millones de dólares y recaudó más de 105 solo en salas y hoy es considerada una catedral del cine fantástico. Nadie, en casi medio siglo, ha logrado superarla. Ni siquiera, y aunque lo intentó, el propio Ridley Scott, director con una de las carreras más erráticas y decepcionantes de la historia del cine.