Documentales

‘Cómo cazar a un monstruo’: el youtuber, el pederasta y la desidia

Con esta miniserie documental sobre Lluís Gros, Carles Tamayo ha vivido la impunidad de un repugnante pedófilo

Lluís Gros fue condenado por abusos sexuales. Los cometía en colonias que organizaba para aprovecharse de niños y en el cine en el que trabajaba como proyeccionista.

Gros camelaba a niños, muchos de humilde extracción social, se los llevaba a un cuarto infecto que tenía en el cine (con un colchón, un espejo y pornografía) y abusaba de ellos. Cuando el youtuber e investigador Carles Tamayo (con cientos de miles de seguidores en su canal y célebre por sus trabajos sobre sectas como El palmar de Troya o Santo Daime) recibió una llamada de Gros, al que conocía desde niño, pensó que lo llamaba para pedir perdón por el daño causado. Pero Gros no pretendía confesarse y disculparse, sino justificarse y declararse inocente.   

Tamayo decidió que con su cámara podría lograr que este individuo acabase de una vez encerrado en una cárcel

Aquella realidad le pareció tan insultante como asquerosa. Además, Gros había sido juzgado en 2019 y condenado nada menos que a 23 años de cárcel y seguía haciendo su vida como sin nada, manteniendo contactos con jóvenes a los que daba clases por videoconferencia, esquivando a policías, jueces y fiscales y, sobre todo, riéndose de todas sus víctimas. Por eso Tamayo decidió que con su cámara podría lograr que este individuo acabase de una vez encerrado en una cárcel.

Cómo cazar a un monstruo es un documental basado en el yo, que por algo estamos ante un youtuber que chupa cámara constantemente

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Es decir: un documental sin distancias, un trabajo destinado a cambiar la realidad, no solo contemplarla y analizarla, un documental de guerrilla, de denuncia y de acción social. Sus armas: su mínimo equipo técnico y humano y su tremendo desparpajo, porque Cómo cazar a un monstruo (en Prime Video) es un documental basado en el yo, que por algo estamos ante un youtuber que chupa cámara constantemente, nos muestra sin pudor su intimidad (cómo se despierta, cómo se ducha...) y está encantado de conocerse. Tamayo está en su derecho, aunque es posible que por eso esta miniserie pueda escamar a los espectadores más puristas.        

Cómo cazar a un monstruo, que ha contado con el respaldo de Bambú producciones (El caso Asunta, Fariña), presume en todo momento de su desnudez estética, de su ajustado presupuesto y de la urgencia de su producción y realización, en la que Tamayo es el gran hombre orquesta. Y es una opción respetable, en esta miniserie no vais a ver planos especialmente iluminados y trabajados, casi todo está rodado con una cámara y un micro de corbata y la claqueta la hace Tamayo con sus manos ante el objetivo. 

El monstruo

Carles Tamayo conocía desde crío a Gros, que proyectó sus primeros cortos en el cine La Calàndria, antes de estudiar dirección de cine y llegar a ser un conocido youtuber. Gros, entonces de 76 años, acudió al joven cineasta y periodista para contar su historia, pero al empezar a grabarlo, Tamayo descubrió algo aterrador: no reconocía los hechos juzgados y condenados, seguía libre y sin visos de entrar en la cárcel para cumplir sus 23 años de condena y lo que es peor: seguía contactando con adolescentes.

A pesar de ser un viejo encorvado y achacoso, Gros genera un rechazo, una aversión, de la que difícilmente puede librarse el espectador. Lo primero que llama la atención, además de su impunidad y un nulo sentimiento de culpa, es su cobardía. Gros contacta con Eliminalia, empresa española especializada en la “gestión de la reputación” y que ha sido acusada de usar tácticas encubiertas para eliminar las críticas a sus clientes, sobre todo publicar noticias falsas en sitios web fraudulentos conectados a Maidan Holdings, su empresa matriz. Sus clientes son lo mejorcito de cada casa: narcotraficantes, funcionarios y políticos corruptos, bancarios, estafadores, torturadores, criminales convictos…

La cobardía de Gros se refuerza con el cuento de que, para librarse de los 23 años, sufre hidrocefalia, acumulación de líquido en las cavidades del cerebro. La cirugía restaura los niveles sanos de líquido y existen tratamientos para controlar los síntomas de la hidrocefalia, algo compatible con una larga estancia en prisión, pero Gros, bravucón, se niega a que lo examinen los forenses del juzgado, de los que se ríe sin disimulo.  

Tamayo pensaba no intervenir en la realidad penal de Gros y limitarse a rodar un documental sobre su caso, pero decidió que debía hacerlo   

Las víctimas

Carles Tamayo pensaba no intervenir en la realidad penal de Gros y limitarse a rodar un documental sobre su caso, pero decidió que debía hacerlo, que era una obligación moral y social, al descubrir que había más víctimas a lo largo de los años, no solo las que testificaron en el juicio contra Gros.

En este sentido, uno de los momentos más ásperos de Cómo cazar a un monstruo es el encuentro, en un restaurante, entre una víctima con Gros. Mientras esta víctima le desea una larga estancia en la cárcel y le recuerda su aterrador encuentro en unas colonias de verano cuando solo era un niño (encerrado en una habitación, sin teléfono y pensando que podía hacer con él lo que quisiera), Gros, repugnante, ni se inmuta y sigue comiendo, masticando y tragando mientras muestra una pavorosa falta de empatía, culpa o emoción. Su única preocupación es que le han servido un plato demasiado salado.

Otra de las víctimas es un hombre de treinta años que fue agredido sexualmente con solo diez años. Su tremendo y sereno testimonio es una buena explicación de tanta impunidad: un niño de diez años no sabe gestionar algo tan brutal y llega a pensar que, de alguna manera, esa agresión es culpa suya. Además, reconoce que llegó a pensar seriamente en la venganza y en prender fuego al cine con Gros dentro.   

El sistema

Cómo cazar a un monstruo se pregunta cómo es posible que desde los años setenta este pederasta haya actuado impunemente gracias a la inacción de sus empleadores y clientes (el colegió donde dio clases tapó las primeras denuncias y era sabido lo que hacía en el cine con los chavales), la vergonzosa pasividad judicial (campando a sus anchas y riéndose de la justicia a pesar de la tremenda condena) y la inacción policial (solo hay que ver el último capítulo para certificarlo).

Estamos hablando de un tipejo que colecciona multas y citaciones judiciales a las que no hace ni caso, que no ha pagado una sola indemnización, que se ríe de sus víctimas, del sistema judicial y hasta de su propio abogado. También estamos hablando de que diez días después de la declaración de una orden de búsqueda y captura, un inepto funcionario de Justicia todavía no la había firmado para que llegase a los Mossos.

En fin, esta es la historia de un monstruo impune y libre durante décadas, pero sobre todo un monstruo tonto, anodino y gris. Como bien ha explicado Carles Tamayo, Gros no es un genio del mal, sino un auténtico lerdo fruto de un sistema indolente que lo ha dejado actuar en total libertad.  

Lo peor: Tamayo es un exhibicionista y en ocasiones fuerza esa exhibición generando momentos de tensión peliculeros. Por ejemplo, la escena en el restaurante, que se presenta como casual y no lo parece. La última llamada, en los créditos finales, también de la sensación de estar recreada.

Lo mejor: su investigación y su montaje, con muy buen ritmo.