Lo invisible en lo invisible

Reseña del libro Casi. Una crónica del desamparo

Casi. Una crónica del desamparo

Jorge Bustos

Libros del Asteroide

192 páginas

Jorge Bustos es un periodista reconocido: es subdirector de El Mundo. También es una pluma prolífica: las solapas de la edición mencionan otras obras como El hígado de Prometeo o Asombro y desencanto, también publicada por Libros del Asteroide. Se indica también que su firma es una de las más reconocibles del columnismo español. Así que es un autor conocido y reconocido.

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Casi es una obra de no ficción, esto es, se trata de un testimonio personal respecto del tema que trata. Como si un testimonio pudiera no ser personal o como si el hecho de ser una obra de no ficción le otorgara al libro una credibilidad que de otro modo no tendría (como las películas vespertinas que prometen estar basadas en hechos reales –based on a true story– con las que las televisiones aderezan las siestas). Lo cierto es que es interesante y hace un repaso a los centros de acogida y a sus usuarios, que son una parte convenientemente invisible de nuestra sociedad. La voluntad de hacer visible lo invisible es encomiable.

Resultan enternecedores los intentos de realizar comentarios apolíticos, cuando precisamente se trata de un tema totalmente político: el asistencialismo

La clave semiótica del título Casi esconde el nombre del Centro de Acogida San Isidro y así se refieren a él los funcionarios que en él trabajan. También se menciona el PUE (la Puerta Única de Entrada), el mecanismo mediante el cual se centralizan todos los servicios asistenciales vinculados con el sinhogarismo en la ciudad de Madrid, así como otros recursos de la ciudad como la Rosa, el Juan Luis Vives o la pensión en San Blas. El recorrido por los distintos recursos disponibles en la ciudad de Madrid es concienzudo y aderezado de pequeños testimonios de usuarios y trabajadores, y entre sus palabras, Bustos desliza sus opiniones sobre el tema, corrigiendo o enmendando allí donde lo cree necesario.

Resultan enternecedores los intentos de realizar comentarios apolíticos, cuando precisamente se trata de un tema totalmente político: el asistencialismo, que probablemente esté en el centro de lo que una sociedad quiere ser. A lo largo de la obra, Bustos hace una apología de la derecha, justificándola en sus años de ejercicio de periodismo político: «la derecha no sabe contar lo que hace ni la izquierda sabe hacer lo que cuenta», haciendo gala de una aquiescencia y equidistancia de las que evidentemente carece. Olvida mencionar que el relato de la derecha se hace solo, se viraliza, se multiplica y se reproduce en todas partes. Y que lo que la izquierda realiza o hace, es ocultado, censurado, malinterpretado o vilipendiado. Es todo parte de un gran relato y Bustos es uno de sus narradores. Por eso es subdirector de El Mundo y una de las firmas más reconocibles del columnismo español.

En el centro de todo está la política, la desigualdad, la inequidad

Otro tema clave en la obra es la culpa: la responsabilidad de la situación de las personas sin hogar es exclusivamente personal e individual en cada uno de los casos. En el capítulo Hoy se celebra su día, Bustos testimonia la celebración del Día de las Personas Sin Hogar y el acto se cierra con un manifiesto que termina con una frase: «Una sola persona durmiendo en la calle es un fracaso de toda la sociedad». Para el autor, esta frase es correcta y a la vez tramposa porque «como nos enseñan precisamente las vidas de las personas que acaban tiradas en la calle los fracasos nunca son abstractos ni generales. Son siempre individuales». Las circunstancias por las que una persona puede acabar requiriendo servicios asistenciales como los que comenta la obra son múltiples y obedecen a distintas causas, individuales y también sociales. Es extraño que una sociedad y una clase política que acude rápidamente al rescate de bancos y cajas de ahorro, que no tiene pudor en socializar las pérdidas de estas enormes empresas y privatizar rápidamente sus beneficios, tenga esta pulsión de castigar individualmente al individuo al que le ha ido mal. El individuo, especialmente el desafortunado, queda a merced de los elementos, literalmente, si las cosas van mal. Y no se puede escapar de la lógica causal-efectiva de la que se nutre el pensamiento judeocristiano, por más que así lo pretenda en algunos momentos: si te ha ido mal, algo habrás hecho. Esto permanece. De hecho, aunque una de las intenciones del autor es visibilizar estas situaciones, no duda en cuestionar a las personas sin hogar con las que trata o en declarar sus palabras como inverosímiles. Visibilicemos, pero poco. Testimoniemos, pero en contexto. Al final, como lector, queda la sensación de que hay problemas que pueden socializarse sin temor, especialmente los que involucren grandes recursos económicos, mientras que otros, los que afectan a los individuos, bien puedes soslayarse e invisibilizarse. Incluso las razones por las que las personas pierden su hogar son absolutamente políticas: maltrato en la pareja, drogadicción, problemas de salud, desahucios, divorcios, dificultad para acceder a los recursos que ofrece la administración, inmigración no regularizada, etc. En el centro de todo está la política, la desigualdad, la inequidad. Son problemas políticos y no individuales, consecuencia de la sociedad y del mundo en que vivimos. No se trata de desastres naturales. En un momento o en otro, ha habido un problema de gestión. En algún momento, se dejó a alguien atrás. Puede que el individuo fracasara, pero el resto de la sociedad, sin paliativos, le dejó atrás y miró para otro lado. Y cuando contempló lo que restaba, procuró obtener un rédito político a una gestión ejemplar y ejemplarizante.

La descripción del estado de la cuestión no es suficiente

Producto de esa gestión es la colaboración público-privada, que Bustos defiende vehementemente. Olvida mencionar que este tipo de colaboraciones lo que en realidad hacen es introducir un intermediario entre los recursos que la administración entrega y la finalidad de los mismos. Y este mediador se interpone, se enriquece, en último lugar logrando que los usuarios tengan menos recursos. Y, con mucha frecuencia, estos intermediarios también empobrecen a los trabajadores explotándoles, empobreciéndoles o estableciendo condiciones laborales más duras. Lo que también termina siendo una cuestión política. Esto se ha demostrado y está en proceso de hacerse tan evidente como inevitable en sectores estratégicos como la sanidad y la educación. Pero para Bustos es una gestión ejemplarizante y también tiene una solución para ello: la vocación. La vocación de los trabajadores sustituye allí donde la administración y la colaboración público-privada no alcanzan: «se supone que todos comparten una vocación de servicio que va más allá del estricto cumplimiento de un contrato y de la recepción mensual de una nómina. Malo será el día en que esa vocación sea abolida en nombre del progreso». Sin embargo, las empresas no tienen vocaciones. Ni obligación de tenerlas. Ni esto será malo para el progreso.

Así, incluso en una obra cargada de buenas intenciones, como hacer visible lo invisible, se percibe que en realidad todo está bien como está, una voluntad de estancamiento y casi se siente la palmada en la espalda. Pero todo es susceptible de mejora y de crítica. La descripción del estado de la cuestión no es suficiente: tras los buenos deseos de los trabajadores de crear centros más pequeños y manejables para mejorar la asistencia, tal vez deberían figurar declaraciones de los responsables políticos, compromisos prospectivos y soluciones de cara al futuro y los problemas que se avecinan. En definitiva, visibilizar la gestión invisible de lo invisible. Y cuestionarla.