Teatro

Los mexicanos ‘Lagartijas Tiradas al Sol’ ponen Centroamérica en el centro

El colectivo artístico ha presentado en Madrid un doble trabajo, obra de teatro y libro, a partir de sus dos años de investigación y acercamiento a la realidad centroamericana

lagartijas tiradas al sol

En la misma semana en la que Claudia Sheinbaum tomaba posesión como presidenta de México, el también mexicano colectivo artístico Lagartijas Tiradas al Sol pasaba por Madrid para presentar Centroamérica en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque, como resultado de un proyecto de investigación y acercamiento a la realidad del istmo que une Norteamérica y Suramérica, conformado por una obra teatral y un libro. Tanto una como otro comienzan así: “En México no sabemos nada de Centroamérica. Son los vecinos que nunca vimos. Los que viven en un lugar que estando tan cerca se siente tan lejos; del que nunca supimos nada ni nunca nos interesó saber, con una ignorancia que se parece mucho al desprecio”. Decidieron hacer una pesquisa sobre la región y volcarla en un proyecto escénico, que es el arte que manejan habitualmente, pero ante la imposibilidad de meter toda su investigación en un escenario, escribieron también el libro.

Si Estados Unidos es el norte para México, México es el norte para Centroamérica, con toda una implicación política, económica y emocional que va más allá de lo geográfico. La condición de subalternidad se vive muy distintamente según el lugar en el que uno vive o sobrevive. El presidente mexicano saliente Andrés Manuel López Obrador lo sabía cuando pidió perdón a los pueblos originarios —que el aparato mediático a ambos lados del Atlántico se encargó de tildar de oportunista— y cuando así mismo invitó a las autoridades españolas a hacer lo propio por los siglos de conquista, colonialismo, extractivismo, esclavismo y exterminio en toda Hispanoamérica. La semana previa al 1 de octubre, tristemente, solo se habló en España de que Sheinbaum no había invitado al rey a su toma de posesión, en vez de subrayar el hecho de que por primera vez una mujer alcanza allí la presidencia, comprometida, como dijo en su discurso, con la justicia social y la causa feminista.

La obra de Lagartijas Tiradas al Sol es un acto simbólico, un agachar la cabeza y asumir la vergüenza de que hay una mexicanidad que se ha construido de espaldas a sus vecinos de Centroamérica

De alguna forma, y a una escala mucho más modesta, la obra de Lagartijas Tiradas al Sol es un acto simbólico, un agachar la cabeza y asumir la vergüenza de que hay una mexicanidad que se ha construido de espaldas a sus vecinos de Centroamérica, con la identidad hegemónica de víctima del vecino del norte, que es real, pero ignorando la condición de victimario en relación a ese grupo de naciones conformado por Guatemala, El Salvador, Belice, Costa Rica, Panamá, Honduras y Nicaragua. Al menos eso es lo que cuentan Luisa Pardo y Lázaro Gabino Rodríguez en escena. También es cierto que la obra es mucho más compleja que esta simple asunción de responsabilidad en ese “desprecio”, que es muy loable. La obra es una reflexión sobre el ensayo de nuevas formas de dictadura como la de Bukele en El Salvador o del perenne intervencionismo de Estados Unidos en la región sistematizado en la realidad panameña. La obra es también el relato de una crisis de fe, de la fe en el teatro y el arte en general como motor de cambio social. Y finalmente es la historia de una mujer nicaragüense huida de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo que pide un favor imposible a Luisa y a Lázaro.

El libro, también titulado Centroamérica, es una pequeña joya editorial que intenta poner contexto en la compleja realidad histórica de los países de la región sin ser profuso ni académico. Pero aquí nos centramos en la obra teatral, que se desarrolla en dos partes, en las que el escenario se va transformando plásticamente en un doble sentido, tanto por el trabajo con los elementos y los colores como por el propio material plástico de esa especie de manteles que van desplegando los intérpretes sobre el suelo del escenario conformando una suerte de reflejo del collage imposible que es Centroamérica. La primera parte relata el viaje de Luisa y Lázaro por aquellos países, trufado por las palabras de esa mujer nicaragüense que cobrará protagonismo más tarde, María, un nombre ficticio para alguien que oculta su rostro en los vídeos por temor a las represalias del régimen de su país.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Centroamérica no es un ente político en sí mismo, tan solo geográfico, y allí viven 50 millones de personas en siete países muy distintos entre sí

Centroamérica no es un ente político en sí mismo, tan solo geográfico, y allí viven 50 millones de personas en siete países muy distintos entre sí. De Guatemala se habla sobre el color y la belleza, pero también de la herencia violenta de sus 36 años de guerra civil, de Estados Unidos e Israel entrenando hombres para matar, del turismo como neocolonialismo sutil, del holocausto silencioso de más de cien mil indígenas o de las violaciones masivas de Sepur Zarco. De Honduras se dice que es uno de los países del mundo más castigados por el cambio climático y cómo ciertas multinacionales extractivistas han usurpado interesadamente el lugar del estado y de cómo se asesinan activistas defensores del medio ambiente. Panamá aparece como piedra angular del intervencionismo estadounidense y de allí destacan cómo se silencian también las muertes de los que protestan.

De Belice, que es ese misterioso país del que nadie sabe nada, se recuerda que alcanzó su independencia en 1981, hace nada, y que todavía tiene billetes en uso con la cara impresa de la reina Isabel II de Inglaterra. Es allí, en Belice, en un hotel, rodeados de blancos servidos por negros, donde Lázaro y sobre todo Luisa experimentan algo entre la angustia y la tristeza por sentirse cómplices de ese mundo en el que se está borrando Gaza del mapa igual que desde hace 500 años el poder colonialista ha hecho lo propio por toda América. Estando en El Salvador, Luisa dice: “A Centroamérica no vinimos a contar la violencia, pero todo el tiempo nos están hablando de ella”. Se enfrentan dialécticamente los discursos de esa aparente nueva vida apacible en un lugar donde el 2,5 por ciento de la población está en la cárcel y el bitcoin ha sido establecido como moneda nacional sin consultar con nadie, pormishuevismo del nuevo hombre fuerte Bukele, que se pasa los derechos humanos por el forro. Recuerdo, aquí, para Monseñor Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 por posicionarse al lado de los pobres. La religión, siempre tan complejamente entreverada en este mundo, en esta historia. La fe.

La fe de Luisa que se rompe: “No entiendo la función del teatro en medio de todo esto (...) Después de 21 años haciendo lo que hago me siento derrotada. Lo intenté. Pero me queda claro que nada fue suficiente, que el arte no sirve de nada frente a la realidad”. Y entonces, María, la mujer nicaragüense, que les pide un favor. Y Luisa lo acepta. Empieza la segunda parte de la obra. Luisa se hará pasar por María, entrará en Nicaragua y solicitará que saquen el cuerpo de su hermano de la fosa común en la que lo echaron cuando murió por Covid para pasarlo al panteón familiar. Luisa ensaya el acento nicaragüense, ensaya la forma de mover las manos de María, se viste y se maquilla como ella, se pone una peluca, hace todo el papeleo, cruza la frontera desde Costa Rica (la Suiza de América -sic-) y, aunque se encuentra con ciertas dificultades, al final logra su objetivo. Aun así, lo vive como un fracaso. María es feliz, sí, pero por ahora no puede viajar a su país y reunirse con su familia. Esto ha sido solo teatro. O no…


 Algunos extractos del libro 'Centroamérica':