Nunca otro 1969: Woodstock, Charles Manson, Altamont y el asesinato de una utopía

Se afirma convencionalmente que 1968 fue el año de la gran conmoción, el año en el que pareció posible que la estructura de poder capitalista de occidente, si no se viniera abajo, por lo menos sí se desestructurara en parte en favor de un cambio impulsado desde un movimiento de amplia base popular que recuperase los valores más radicales de una auténtica democracia. Pero todo cambió hace 55 años, en 1969…

Woodstock

Más allá del manido tópico del mayo francés, sin restarle valor ni mucho menos, pero tan manoseado hasta por la derecha en ciertas ocasiones, el masivo movimiento popular, en especial el capitaneado por los y las jóvenes en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam desde las universidades, las luchas por los derechos civiles de la población negra y las diversas formas de organización y combate que adquirieron —desde Malcolm X, los Panteras Negras o Luther King— o las movilizaciones que no solamente en Checoslovaquia se dieron en la Europa del Este en favor de un modelo de socialismo no burocratizado y más cercano a sus verdaderas esencias de articulación del poder popular, como el que se dio en Yugoslavia, apenas conocido en su momento, puso claramente sobre el debate sociopolítico que la democracia entendida como mero juego de poderes económicos y mediáticos capitalistas ya no era asumible por una nueva generación.

Malcom X

Una nueva generación que sobre todo desde la cultura, tanto la música —Dylan, Beatles, Rolling Stones, Joan Baez, MC5, Country Joe & The Fish— como el cine, pasando por las artes plásticas, el teatro —fundamental en estos años la actividad del Living Theater de Julian Beck y Judith Malina— la literatura y todas las demás manifestaciones artísticas, reflejaba ese anhelo de cambio. Decía el siempre añorado y querido profesor Enrique Tierno Galván en sus años de alcalde de Madrid: “Cuando el arte cambia, cuando la cultura cambia, es el más claro síntoma de que la sociedad también va a cambiar”.

Quien ingenuamente pensara que la estructura de poder iba a aceptar y a canalizar esas aspiraciones, obviamente se equivocó: Ya desde el mismo año 68 la reacción movió piezas, protagonizando algunas acciones de un no poco relevante significado político. En América, los asesinatos de Martin Luther King y del candidato demócrata Bob Kennedy a la presidencia de los Estados Unidos fueron entendidos por muchos sectores sociales como lo que eran: un aviso a navegantes. Incluso cuando ninguno de ellos suponía ninguna amenaza real para el sistema, éste se vio obligado a acallarlos de manera expeditiva.

Ni siquiera la crítica al sistema desde sus propios procedimientos iba a ser tolerada si el clima político era desfavorable. El pasado año se cumplían 55 años de la Masacre de la Plaza de las Tres Culturas en México, cuando fuerzas combinadas del ejército y la policía mexicana asesinaron a tiros a centenares de jóvenes manifestantes que exigían pacíficamente derechos sociales, económicos y políticos al corrupto gobierno del PRI. En estos días, en el que las competiciones de los juegos olímpicos de París acaparan la información, y se recuerda constantemente los sucesos de Munich’72, es deprimente comprobar como nadie recuerda ni denuncia la Matanza de Tlatelolco de los juegos de México’68.    

En 1969 fue cuando el sistema, ya claramente consciente de que se enfrentaba no a un movimiento de oposición, sino a toda una generación que estaba dispuesta a cambiar las cosas desde la raíz, es cuando tomó la decisión, especialmente desde los movimientos juveniles y desde el ámbito de la cultura, de yugular ese movimiento que consideraban “subversivo”. Muy especialmente desde que en agosto de 1969, hace ahora exactamente 55 años, tuvo lugar en los terrenos de la granja de Max Yasgur en Bethel, Woodstock, el mayor festival de rock de la historia: el Festival de Woodstock de 1969.

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La historia, a nivel musical, es sobradamente conocida: Joe Cocker, Jimi Hendrix, Richie Havens, Janis Joplin, The Who, Jefferson Airplane… la concentración de rock más indiscutiblemente masiva nunca antes celebrada y a la que acudieron más de medio millón de personas. La “nación de Woodstock”, en medio de miles de pancartas con el símbolo de la paz, con cientos de propagandistas entre el público repartiendo folletos y pasquines contra la guerra de Vietnam, obviamente preocupó a las autoridades, curiosamente por lo que casi nadie hubiera imaginado: en medio de un caos imposible de manejar, en un festival de rock lleno, según determinada prensa ultraconservadora, de melenudos degenerados, delincuentes, drogadictos y agitadores comunistas, en una reunión pacífica de más de medio millón de personas, no hubo ni un solo incidente violento, ni una sola detención, ni un solo herido. Solo miles de jóvenes compartiendo todo lo que tenían en esos tres días, sin policía vigilándoles, ni servicios de seguridad ni nada parecido.

Paradójicamente, esto indignó y preocupó mucho más al establishment que si hubiera habido violencia, muertos y heridos: si medio millón de personas en tres días de dificultades y escasez, eran capaces de compartir en paz y armonía lo poco que tenían, esto sentaba un precedente muy peligroso: la revolución que se proponía desde las comunas hippies, desde la izquierda alternativa y la contracultura, era posible.

Charles Manson

En esos mismos días, la reacción encontró el mejor chivo expiatorio posible para iniciar una ofensiva brutal contra todo el movimiento contracultural que supuestamente amenazaba sus intereses: la detención y el juicio contra Charles Manson, el paranoico líder de la comuna denominada “La Familia” que promovió, justo hace ahora 55 años, los crímenes contra Sharon Tate y el matrimonio LaBianca. Nada tenía que ver Manson con la contracultura, más bien estaba no solo al margen, sino en contra de lo que ese movimiento significaba en esencia aunque se moviera en ese ámbito. Pero así quiso venderlo la reacción, hasta el punto de que en un gesto de irresponsabilidad política increíble, el presidente de los USA Richard Nixon afirmó públicamente: “¡Manson es culpable!” cuando el juicio todavía se estaba celebrando, lo cual significaba una intromisión política inaceptable en el poder judicial de los Estados Unidos nada menos que por un presidente de gobierno. Tal torpeza, paradójicamente, acabó favoreciendo a Manson en el proceso.  

¿Fue Manson un agente de la CIA, como se ha dicho en ciertas ocasiones? ¿Fue el “Ángel del Infierno” que mató a Meredith Hunter en el concierto de los Rolling Stones en Altamont el 6 de diciembre de 1969 otro agente de la CIA? No es posible dar una respuesta concluyente a esos interrogantes a día de hoy,  pero lo que sí es cierto es que fueron la mejor herramienta que el poder tuvo en su mano, al menos como rumor, para acabar con toda aquella filosofía de cambio y revolución pacífica pero profunda que entre 1967 y 1968 había tomado cuerpo y había plantado cara a la estructura de poder. No es casual que tras las campañas de intoxicación y tergiversación que la prensa conservadora montaron sobre la contracultura a lo largo de todo el año 1970, todas aquellas aspiraciones se diluyeran.

¿Es una mera impresión personal o toda esta música me suena mucho a lo que se dijo en 2015 sobre Podemos, el 15-M, las marchas por la dignidad y todo lo que significó nuestra lucha de hace solo diez años?

Nunca más otro 1969.