La rendición ideológica del gobierno

El resultado directo de haber despreciado los principales debates y la forma de hacer política de la legislatura anterior es un retroceso ideológico significativo y acelerado, y una preocupante descomposición de la capacidad del gobierno para mantener la iniciativa política
(I-D) El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz y la vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera, durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, a 20 de diciembre de 2023, en Madrid (España). Durante la sesión de control, el presidente del Gobierno, responde a preguntas del líder del PP, y de la portavoz de Vox, sobre la moción de censura en Pamplona, y también una cuestión sobre la subida de las hipotecas que le formulará el portavoz de ERC. Esta es la segunda sesión de control al Gobierno en el Congreso de esta legislatura, pero la primera a la que acudirá el presidente del Gobierno, quien hoy se enfrenta con un cara a cara al líder del PP. Durante la mañana de hoy, Feijóo, ha aceptado mantener una reunión el próximo viernes, 22 de diciembre con el presidente del Gobierno,, al que ha enviado una carta con un orden del día con los temas que propone para abordar, entre ellos la ley de amnistía, medidas para garantizar la independencia judicial o la moción de censura en Pamplona que dará la Alcaldía a EH Bildu.
20 DICIEMBRE 2023;CONGRESO;GOBIERNO;SANCHEZ;FEIJOO;PLENO
Eduardo Parra / Europa Press
(Foto de ARCHIVO)
20/12/2023
Eduardo Parra / Europa Press

En el telediario de ayer de La 1 de RTVE, emitieron una pieza política sobre las elecciones estadounidenses. El pasado jueves —relataba la corresponsal de la cadena pública—, tanto Joe Biden como Donald Trump se desplazaron a la frontera entre México y el estado de Texas para lanzar sus mensajes y propuestas sobre uno de los temas que van a centrar la disputa electoral: la inmigración. Que el Partido Demócrata haya aceptado focalizar sus esfuerzos en este ámbito ya es una derrota ideológica de primer nivel. Al fin y al cabo, la regla más importante de la comunicación política es que no gana el debate el que debate mejor, sino el que consigue imponer el tema sobre el que se va a debatir. Esto es así porque existen, de forma natural, temas en los que cada uno de los actores políticos llevan las de ganar ya desde el principio de la partida. Por utilizar una metáfora deportiva, si se enfrentan Novak Djokovic y Stephen Hawking, está claro desde el principio quién va a ganar si el juego elegido es el tenis o si es el ajedrez. No es relevante lo mucho que se esfuerce Stephen en devolver las pelotas desde el fondo de la pista, ni tampoco lo mucho que se esfuerce Novak en memorizar una biblioteca de aperturas ajedrecísticas. Por eso, que Joe Biden acepte hablar de inmigración es lo mismo que asumir la derrota. Pero es que la cosa no se queda ahí. Como nos explicaba ayer Cristina Olea desde Washington, no solamente Joe Biden ha ido modificando su discurso en materia migratoria, pasando de defender un tratamiento más humano a las personas migrantes al principio de su mandato a lanzar ahora mensajes muy parecidos a los que emite Trump sobre el tema. Además, el octogenario candidato demócrata decidió proponer este jueves un acuerdo a su rival para abordar juntos el asunto. Quizás sus asesores le hayan dicho que utilizar esa táctica lo coloca en un lugar "presidencial", pero lo cierto es que ofrecer un pacto al tipo al que estás acusando de haber intentado un golpe de estado con el asalto al Capitolio y hacerlo después de haber modificado tus posiciones políticas iniciales hasta hacerlas coincidir con las suyas es decirle claramente al pueblo estadounidense que Trump ya ha ganado, independientemente del resultado electoral; que, no importa quién gane, al final se va a acabar haciendo lo que dice Trump. Así, cualquier persona a la que le preocupe el tema de la inmigración ya no tiene absolutamente ningún motivo para votar a Biden. Obviamente, el equipo de campaña demócrata hace esto porque piensa que los republicanos y sus cañones mediáticos han conseguido ganar el debate público y, por lo tanto, no se puede vencer si se combate esta supuesta opinión mayoritaria de la población. El problema es que, sea cierto esto o no, el conceder una derrota ideológica tan evidente es todo lo contrario a retener la posibilidad de combatir; es, en realidad, aceptar que has perdido antes siquiera de que empiece el combate.

El ejemplo se refiere a Estados Unidos pero, lamentablemente, también lo estamos viendo en España.

La regla más importante de la comunicación política es que no gana el debate el que debate mejor, sino el que consigue imponer el tema sobre el que se va a debatir

En el año 2014, tres años después del estallido social del 15M —y apoyándose precisamente en las victorias ideológicas que consiguió la gente en la calle—, apareció en nuestro país un nuevo tipo de izquierda, combativa, partisana, dispuesta a dar la batalla cultural contra la socialdemocracia y con la firme voluntad de llegar al gobierno para implementar cambios reales y profundos. Después de un lustro entero de bombardeo mediático y judicial, esta nueva izquierda consiguió romper la cláusula de exclusión histórica que prohibía su presencia en el Consejo de Ministros desde hace más de 80 años y forzó al PSOE a aceptar el primer gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia. En esa legislatura, la nueva izquierda surgida en 2014 entendió que el gobierno del Estado no era un lugar en el que simplemente estar, sino otro campo de batalla más para el combate ideológico. Esa convicción firme fue la que permitió que, desde principios de 2020 hasta mediados de 2023, los principales temas de conversación que rodeaban a la acción de gobierno tuviesen que ver con los conflictos que se planteaban entre el ala izquierda del Consejo de Ministros y el ala socialista. Así, en la legislatura anterior, los temas que protagonizaban el debate político eran aquellos que se referían a la posibilidad de producir avances significativos en los derechos de la mayoría social y en las condiciones materiales de la gente trabajadora: la ley de vivienda, la paralización de los desahucios, la congelación de los alquileres, el ingreso mínimo vital, la subida histórica del salario mínimo, la revalorización de las pensiones con el IPC, la intervención del mercado eléctrico con el tope al gas o —muy especialmente— la consecución de una nueva ola de derechos feministas y LGTBI, con la ley Sólo Sí es Sí, la ley trans o la nueva ley del aborto, entre otros muchos avances.

Aunque el PSOE y sus medios afines intentaban criminalizar la apertura de estos conflictos ideológicos, la realidad es que el combate que planteaba sistemáticamente el ala izquierda del Consejo de Ministros permitía al conjunto del gobierno de coalición sostener una comunicación política a la ofensiva contra las derechas. Durante la primera parte de la legislatura, aquellos que dirigían el barco desde el puente de mando de Moncloa llegaron a comprender —no sin incomodidad, no sin reticencias, y quizás parcialmente— que esto era de hecho así; que se trataba de una dinámica política virtuosa. Sin embargo, a medida que pasaban los meses y el ala izquierda del gobierno sufría el brutal desgaste del lawfare y la difamación mediática, empezaron a ganar terreno aquellas posiciones que, en el PSOE, querían volver a los tiempos anteriores al 15M. Después de la crisis de gobierno de 2021, en la que Pedro Sánchez acabó con la mayoría de aquellos que lo habían acompañado en la primera fase, esta tesis política se impuso y encontró firmes aliados en aquellos sectores de la izquierda más antigua que también estaban interesados en volver a un pasado en el que eran los reyes del espacio, aunque el espacio fuera más pequeño y sirviese más bien para poco. Así, abrazaron el argumentario conservador y antipolítico del "ruido", estigmatizaron el concepto de "partido", suavizaron su discurso y sus formas hasta hacerlos invisibles, declararon inaugurada una época en la que la relación con el PSOE sería distinta y, de hecho, adoptaron las posiciones políticas de los de Sánchez en gran parte de los temas; muy singularmente en lo que tiene que ver con la guerra o con el feminismo.

Como consecuencia de esa apuesta, el bloque progresista retrocedió en las elecciones del pasado 23 de julio quedándose al borde de perder la mayoría y, en la nueva legislatura, los únicos mensajes que está consiguiendo emitir el nuevo gobierno —ya con la izquierda surgida del 15M fuera de él— tienen que ver con la amnistía de los dirigentes de la derecha catalana y, más recientemente, con la corrupción del bipartidismo que vuelve al primer plano. El resultado directo de haber despreciado los principales debates y la forma de hacer política que se desplegaron en la legislatura anterior es un retroceso ideológico significativo y acelerado, y una preocupante descomposición de la capacidad del gobierno para mantener la iniciativa política. Ahora ya no se habla de vivienda, de derechos feministas, de intervenir los mercados para bajar los precios o de subir los impuestos a las grandes fortunas para financiar el estado del bienestar. Ahora se habla de los temas que convienen a la derecha y muchas veces aceptando sus postulados. Como Biden con Trump —y por el único motivo de intentar sacar de la ecuación a aquellos que resultaban ser un espejo incómodo y permanente—, Pedro Sánchez y los partidos satélite del PSOE han decidido entregar el bastón de mando ideológico a la derecha. Si no hay nada que modifique significativamente el rumbo, es tan solo cuestión de tiempo que también cambie de manos el bastón de gobierno.

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