Reino Unido

No, el Brexit no convirtió a Gran Bretaña en una distopía

El voto británico a favor de abandonar la Unión Europea se cita a menudo como un avance de la extrema derecha. Pero a medida que surgen partidos antiinmigración en toda la UE, la propia pretensión de Europa de representar valores internacionalistas parece cada vez más en entredicho
Un empleado coloca una Union Jack junto a una bandera de la Unión Europea en la Comisión Europea en Bruselas el 19 de junio de 2017, cuando Gran Bretaña iniciaba conversaciones formales para abandonar la UE. (John Thys / AFP vía Getty Images)
Un empleado coloca una Union Jack junto a una bandera de la Unión Europea en la Comisión Europea en 2017 — John Thys / AFP vía Getty Images

Durante la última década, y especialmente desde 2016, hubo una tendencia generalizada a ver la política tanto nacional como internacional de una manera extraordinariamente simplista. En general la política internacional se ve como una lucha entre autoritarismo y democracia, y su contraparte doméstica como una lucha entre centristas liberales y «populistas» antiliberales, que a su vez están alineados con y apoyados por estados autoritarios como Rusia. Desde la invasión rusa de Ucrania de hace dos años, esta tendencia a ver la política en términos de buenos y malos se acentuó aún más.

Una de las consecuencias de este pensamiento binario fue la equiparación de toda una serie de figuras, movimientos y partidos heterogéneos de todo el mundo que se consideraban seguidores de lo que suele denominarse como un «libro de jugadas populista». En el caso del referéndum británico sobre la salida de la Unión Europea (UE) en 2016, este uso inflacionario del concepto de populismo se extendió incluso a una decisión. Los detractores del Brexit, tanto en el Reino Unido como fuera de él, lo identificaron con la extrema derecha (y en Estados Unidos se vio como una especie de equivalente británico de Donald Trump, que fue elegido presidente estadounidense apenas unos meses después).

Sin embargo, el Brexit fue en realidad un fenómeno mucho más complejo y abierto. Se esgrimieron todo tipo de argumentos diferentes para abandonar la UE por parte de actores políticos de diversa índole. En particular, hubo argumentos de izquierda para abandonar la UE, así como los hubo de derecha (aunque esto a menudo se olvida o se descarta), junto con argumentos que son difíciles de clasificar en términos de izquierda/derecha, como los que giran en torno a la democracia y la soberanía. En el referéndum de junio de 2016, no se pidió a los votantes que eligieran entre partidos con manifiestos en los que se exponían posiciones políticas, sino que respondieran a la simple pregunta de si abandonar la UE o permanecer en ella. Equiparar el Brexit con la extrema derecha oscurece no solo lo que ocurrió realmente en 2016 sino también la trayectoria de la sociedad británica desde entonces.

No tan en blanco y negro

La investigación que tenemos ahora sobre por qué 17,4 millones de personas votaron a favor de abandonar la UE revela un panorama extremadamente complejo, aunque esto no impidió que muchos comentaristas y analistas, tanto en el Reino Unido como en otros países, hagan juicios simplistas y engañosos sobre las causas o el significado del Brexit. En particular, el significado del Brexit a menudo se reduce simplemente a la retórica de políticos individuales como Nigel Farage o se confunde con categorías simplistas de votantes como «la clase trabajadora blanca», de la que se dice que impulsó el voto a favor del «Leave» (salir, abandonar).

Una mirada a las actitudes hacia la UE entre los británicos no blancos —un tercio de quienes votaron por la salid, es decir, alrededor de un millón de personas— complica este panorama. Para algunos de ellos, votar a favor del Brexit no fue tanto una expresión de racismo sino más bien lo contrario: un rechazo a la UE como un bloque que muchos de ellos consideraban racista. En concreto, algunos veían la libertad de circulación como una especie de discriminación contra ellos en favor de los europeos: cualquier persona de Bulgaria, por ejemplo, tenía derecho a establecerse en el Reino Unido, mientras que muchos ciudadanos británicos no blancos no podían traer a sus propios familiares de su país de origen para que vinieran a vivir con ellos.

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Dos tercios de los británicos no blancos que acudieron a las urnas el 23 de junio de 2016 votaron por la permanencia, una proporción superior a la del conjunto de la población. Pero está claro que tendían a identificarse aún menos con la UE, y con la idea de Europa, que los británicos blancos. Hay múltiples razones para ello: la forma en que, históricamente, «europeo» significaba «blanco»; la sensación de que la Europa continental (especialmente Europa central y oriental) era más hostil a los no blancos que Gran Bretaña; y la percepción de que la UE había hecho poco —desde luego mucho menos que el Reino Unido— para protegerlos de la discriminación racial.

Más recientemente, gran parte de la atención se centró en las medidas desesperadas del Gobierno conservador para «detener los barcos» —es decir, impedir que los solicitantes de asilo lleguen al Reino Unido—, que es tentador ver como la confirmación de que el Brexit fue un proyecto de extrema derecha desde el principio. Pero estas medidas extremas contra los solicitantes de asilo forman parte de una tendencia europea y no específicamente británica. En esto, hay poca diferencia entre el enfoque de los llamados «populistas» y el de los centristas. Por ejemplo, el plan del gobierno británico de enviar solicitantes de asilo a Ruanda fue promovido por el gobierno socialdemócrata de Dinamarca.

Además, sean cuales sean las intenciones de quienes hicieron campaña a favor y votaron a favor, el Brexit no provocó en absoluto una disminución general de la inmigración sino más bien un aumento espectacular. Es cierto que disminuyó el número de ciudadanos de la UE que viven en el Reino Unido en virtud del principio de libre circulación. Pero se produjo un enorme aumento de la inmigración extracomunitaria, en particular de antiguas colonias británicas como India y Nigeria. Estos acontecimientos plantean la cuestión de si, después del Brexit, el Reino Unido se convertirá realmente en una sociedad más multicultural y multirracial de lo que nunca fue durante casi cinco décadas en la UE y su predecesor, las Comunidades Europeas.

Nacionalismo y regionalismo

La identificación de la decisión de abandonar la UE con la extrema derecha está en función de dos tendencias relacionadas que están muy extendidas en Europa pero que también existen en Estados Unidos, especialmente entre los progresistas. En primer lugar, la tendencia a idealizar la UE como un proyecto cosmopolita y posnacional que, por tanto, sería incompatible con las ideas de extrema derecha (o incluso su antítesis). En segundo lugar, la tendencia a rechazar todos los nacionalismos como una fuerza totalmente negativa en la política internacional, en lugar de distinguir entre las distintas versiones de este fenómeno.

La UE es claramente un proyecto antinacionalista o posnacionalista, a pesar de los argumentos de historiadores revisionistas como Alan Milward de que, durante su fase inicial, la integración europea pretendía «rescatar» al Estado-nación tras la Segunda Guerra Mundial en lugar de superarlo o ir más allá de él. Pero especialmente desde el final de la Guerra Fría, los «proeuropeos» —es decir, los partidarios de la integración europea en su forma actual— fueron más lejos al idealizarla como un proyecto cosmopolita. Ulrich Beck y Jürgen Habermas fueron algunos de los que teorizaron la idea de una «Europa cosmopolita» en la década de 2000.

Sin embargo, imaginar la UE de este modo tiende a confundir Europa con el mundo. Se imagina que cuando alguien dice «soy europeo», y al hacerlo rechaza la identidad nacional, está diciendo que es ciudadano del mundo y no de una región concreta. Se imagina que al eliminar las barreras a la circulación de capitales, bienes y personas dentro de Europa —la esencia de la integración europea— la UE se abre de algún modo al mundo. Abandonar la UE se ve, por tanto, como un rechazo no sólo a Europa sino al mundo más allá de ella, a pesar de la retórica del gobierno conservador en torno a la idea de una «Gran Bretaña global».

La otra cara de la idealización de la UE es el rechazo indiferenciado del nacionalismo como una «fuerza oscura, elemental e impredecible de la naturaleza primordial, que amenaza la calma ordenada de la vida civilizada», en palabras del teórico político indio Partha Chatterjee. Es una tendencia que existe en toda Europa. En su último discurso ante el Parlamento Europeo en 1995, por ejemplo, el presidente francés François Mitterrand declaró simplemente: «El nacionalismo es la guerra». Pero como era de esperar, dada su propia experiencia desastrosa con el Estado-nación, esta opinión es especialmente fuerte en Alemania.

A veces, incluso parece que la gente no sólo asocia el nacionalismo con la extrema derecha, sino que realmente los confunde o, dicho de otro modo, piensa que lo que hace que la extrema derecha sea lo que es es pasa por su nacionalismo. En Alemania, por ejemplo, a menudo se califica a los miembros de Alternative für Deutschland de nacionalistas alemanes, como si ése fuera su principal problema y no sus ideas de extrema derecha, por ejemplo, su enfoque de las cuestiones relacionadas con la identidad, la inmigración y el Islam.

En lugar de simplemente rechazarlo, una mejor manera de pensar el nacionalismo pasa por distinguir entre sus diferentes versiones. En concreto, podemos distinguir entre un nacionalismo étnico/cultural, por un lado, y un nacionalismo cívico, por otro, una distinción conceptual que se remonta al libro de Hans Kohn The Idea of Nationalism: A Study in Its Origins and Background, publicado por primera vez en 1944. Como sostengo en mi libro Eurowhiteness, también podemos aplicar esta distinción a la UE como proyecto regionalista que podemos considerar análogo al nacionalismo, pero a una escala continental mayor.

Si pensamos de esta forma más diferenciada tanto en los distintos tipos de nacionalismo como en los distintos tipos de regionalismo, podemos ver que la extrema derecha puede influir tanto en un Estado-nación como el Reino Unido como en un proyecto de integración regional como la UE. Abandonar la UE no es en sí mismo un acto de extrema derecha: también es posible imaginar una visión de izquierdas para una Gran Bretaña post-Brexit. A la inversa, el hecho de que la UE sea un proyecto posnacionalista no significa que no pueda ser asumido por la extrema derecha. De hecho, a medida que la extrema derecha aumenta en toda Europa y el centro derecha la imita cada vez más, especialmente en cuestiones relacionadas con la identidad, la inmigración y el Islam, parece que ésa es exactamente la dirección que está tomando la UE.


Texto de Hans Kundnani

Traducción de Pedro Perucca