Elecciones francesas

Del extremo derecho a la extrema derecha

Si bien las utopías, o distopías, civilizatorias de Milei y Le Pen son distintas, uno propone el reino del libre mercado en todos los aspectos y la otra, una política nacionalista y colonialista que segrega al distinto, tienen el punto en común de ser apoyados por algunos de los antiguos sectores del extremo centro
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El presidente de Francia, Emmanuelle Macron — Álex Cámara / Europa Press

El escritor Tariq Alí conceptualizó en 2015 el extremo centro cómo esa coalición de socialdemócratas y conservadores que gobiernan respetando el dogma del austericidio y el sacrificio del bienestar por el bien de las cuentas públicas. En sus palabras: “son extremos en implementar la austeridad, extremos en iniciar guerras, extremos en defender el sistema y extremos en quitarnos libertades".

El término acuñado, después de la crisis de deuda en 2008 y las políticas de la troika europea, describía un contexto donde ese “extremo centro” era antagonizado por fuerzas progresistas como Podemos, Syriza y Francia Insumisa. Posterior a esos años, nuevas coaliciones ascendieron al poder apoyadas en esos partidos del descontento. Algunos, como Syriza, fueron aplastados por la troika y otras con los años, fueron demonizadas por los medios, los banqueros y grupos conservadores del extremo centro. Una década después, un renovado ciclo de pérdida de bienestar, de inflación, falta de acceso a la vivienda para mayores de 20 años y ahorro, ha hecho el resto para dejar una sensación de vacío e inamovilidad en los afectados por las políticas del extremo centro. Y como siempre sucede con el poder: no hay espacios, ni lugares vacíos, sin ocupar.

La socióloga Theda Skocpol escribió hace más de una década que durante la Administración Obama uno de los éxitos del movimiento conservador del Tea Party había sido mover el Partido republicano y la “agenda de la política estadounidense hacia posiciones más conservadoras y de ultramercado”. Los donantes republicados, afiliados a la red Koch en alusión a los industriales estadounidenses de energía y petroquímica, habían financiado en esencia el Tea Party, un movimiento que se definía como anti establishment, a pesar de ser pro libre mercado y desregulaciones laborales. Con variaciones, el método de bombardear el centro político y cultural con ideas reaccionarias se ha repetido en otros lados del mundo.  

También a medida que avanzan estas ideas, el extremo centro más intenta adoptar, sin éxito, su agenda hasta diluirse casi por completo. Los ejemplos más evidentes son el de Argentina y el de Francia. En las presidenciales de 2023, el partido de Mauricio Macri, Juntos por el Cambio, colapsó cuando eligió en su interna a Patricia Bullrich, su exministra de Seguridad, quien había adoptado ideas radicales similares a la de Javier Milei. La coalición pasó del 40 al 22% entre las presidenciales de 2019 y 2023. Todavía al día de hoy, Macri se debate cómo lidiar con un Milei que le ha robado su agenda y ha integrado a Bullrich a su gobierno. Diputados y senadores de esa coalición evitan criticar a Milei por temor a enfurecer a sus votantes que en la segunda vuelta optaron por el libertario.

En Francia, un país complejo y de larga historia republicana, Emmanuel Macron trabajó con algunas figuras del antiguo Partido Republicano, como Nicolas Sarkozy, para revivir una alianza de derecha y conservadora. Como resultado de ello, en su gobierno surgieron figuras como su ministro de Interior Gerard Darmanian, favorables al endurecimiento de los controles migratorios, y se sancionó una ley que imponía que imponía cuotas de migración anuales, criminalizaba a los sin papeles con penas de cárcel o multas de hasta 3.000 euros y restringía el acceso a ayudas sociales y a la ciudadanía para los hijos de extranjeros hasta que tengan entre 16 y 18 años. Un periódico francés, con cierto tono de humor, escribió que Marine Le Pen le había dado “el beso de la muerte a Macron” porque todos sus legisladores habían aprobado el proyecto. La líder de la extrema derecha afirmó que aquella había sido una "victoria ideológica" porque por primera vez una ley de inmigración francesa reconocería el principio de "preferencia nacional", un objetivo largamente acariciado por su partido Agrupación Nacional. La macronie, unos meses después, se derrumbó en las urnas de la misma manera que el partido de Macri.

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En la segunda vuelta de las parlamentarias, los partidarios del presidente francés están divididos entre apoyar o no a los del Frente Popular, la alianza de socialistas, ecologistas, comunistas, anticapitalistas e insumisos de Jean Luc Mélenchon. El análisis del “caso por caso está”, como lo calificaron, se relaciona con la maniobra comunicacional de la macronie que equipara a los insumisos con la extrema derecha con etiquetas de “anti republicanos” y “antisemitas”. Lo más llamativo es cómo los lepenistas han adoptado, con el tiempo, las líneas de defensa, sin críticas, a Israel y también moderado sus propuestas de mayores cobros de impuestos. La Agrupación Nacional más se acerca al poder, más es apoyada por los grupos económicos tradicionales del país y se mimetiza con el establishment.  

Si bien las utopías, o distopías, civilizatorias de Milei y Le Pen son distintas, uno propone el reino del libre mercado en todos los aspectos y la otra, una política nacionalista y colonialista que segrega al distinto, tienen el punto en común de ser apoyados por algunos de los antiguos sectores del extremo centro. El triunfo cultural es haber empujado la agenda hacia posiciones conservadoras y crear, de forma artificial, una oferta electoral para ser cubierta por las figuras de extrema derecha como sustituta de la vieja política conservadora. Lo que favorece al blanqueamiento de posiciones racistas, xenófobas y cada vez más clasistas apuntadas a generar grietas, y enfrentamientos, entre los trabajadores ganadores y perdedores de la globalización. El ascenso de la extrema derecha, por eso, parece indetenible frente al antiguo cordón sanitario de la socialdemocracia y la centro derecha, otroras esterilizadoras del cambio y las transformaciones.

Con sus matices, la absorción de la mayoría del extremo centro por parte de la extrema derecha también deja un vacío cultural hacia la centroizquierda e izquierda. Uno que no está del todo claro cómo será llenado en el futuro: si como un antagonismo identitario y visceral, o una propuesta de justicia social superadora de amplia representación nacional.