Francia

Le Pen define la agenda del Gobierno francés

En nombre de una oposición constructiva, Marine Le Pen ha dado a conocer sus condiciones para tolerar al nuevo primer ministro Michel Barnier
Marine Le Pen — Vincent Isore / Zuma Press / ContactoPhoto
Marine Le Pen — Vincent Isore / Zuma Press / ContactoPhoto

Marine Le Pen se ha postulado a menudo como la única voz del ignorado pueblo francés y como la enemiga del establishment político «de izquierda o derecha». Sin embargo, mientras los medios corporativos a menudo la etiquetan perezosamente de «populista», en los últimos días Le Pen dio otro paso hacia la institucionalidad tradicional.

En respuesta al primer discurso político del nuevo primer ministro Michel Barnier, un veterano conservador, insistió en que debería «tener su oportunidad de gobernar». Le Pen se comprometió a no expulsar al gobierno en minoría de Barnier, exfuncionario de la Unión Europea, y dijo que rechazaba las «posturas infantiles» de quienes, desde la izquierda, pretendían forzar de inmediato la destitución del elegido por Emmanuel Macron: «Más que nunca, queremos ser una fuerza constructiva, y un posible nuevo gobierno lo antes posible».

Durante los próximos meses, esa tolerancia debería bastar para mantener a Barnier en el cargo. Sus Républicains son hoy el quinto partido más grande de Francia, e incluso en coalición con los aliados de Macron están a decenas de escaños de la mayoría parlamentaria. A pesar de ello, Macron nombró a Barnier para presidir el Gobierno y aprobar un presupuesto (que prevé un enorme recorte de gastos de 40.000 millones de euros para 2025), mientras se enfrenta a la coalición que obtuvo mejores resultados en las elecciones anticipadas de este verano, el Nouveau Front Populaire (NFP) de izquierdas. 

El elenco de gobierno de Barnier es sin duda uno de los más conservadores de las últimas décadas

Al negárseles la oportunidad de intentar formar gobierno, ni siquiera los elementos más de centroizquierda del NFP se mostraron dispuestos a unir fuerzas con Barnier, cuyo gobierno dependerá en cambio del consentimiento más o menos pasivo de Le Pen. Al declarar que no se unirá al NFP en una moción de censura, Le Pen puede mantener a raya a Barnier, al tiempo que demuestra su responsabilidad ante los votantes de clase media y sus potenciales aliados empresariales.

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El elenco de gobierno de Barnier es sin duda uno de los más conservadores de las últimas décadas. Su elección como ministro del Interior, Bruno Retailleau, pasó gran parte de su carrera en el partido de extrema derecha Mouvement pour la France y fue elegido explícitamente como señal de la firmeza del gobierno en «restaurar el orden». Como nuevo «jefe de policía» de Francia, Retailleau provocó polémica tras cuestionar si el «Estado de derecho» es realmente «intocable o sagrado». Más tarde se retractó de sus comentarios, aunque no de su afirmación de que Francia se beneficiaría de un referéndum (actualmente inconstitucional) sobre la inmigración.

En la derecha política, la idea de que la Rassemblement national de Le Pen es singularmente extremista —el tipo de anatema que unió a los votantes de izquierdas y a algunos centristas en su contra en la segunda vuelta de las elecciones de julio— ha sufrido un claro revés. La semana pasada, después de que el nuevo ministro de Economía, Antoine Armand, insinuara que el partido de Le Pen no pertenece al «arco republicano» de partidos democráticos a los que consultaría sobre el presupuesto, Barnier lo reprendió e incluso telefoneó a Le Pen para calmar los ánimos.

El presupuesto es solo uno de los ámbitos en los que Le Pen ejercerá presión. Prometiendo «orden en las calles y en las cuentas públicas», su Rassemblement national pretende mostrarse dispuesta a gobernar, y ahora puede esperar obtener concesiones de Barnier sin verse obligada a cargar con la culpa de sus decisiones más duras. Las «líneas rojas» declaradas por Le Pen para tolerar su gobierno incluyen la exigencia de una nueva ley de inmigración a principios de 2025, el abandono del régimen preferencial de visados para los argelinos (un cambio ya planteado por un reciente gobierno macronita), y una reforma electoral que ofrezca una prima para el partido más grande, lo que probablemente beneficie a su propio partido.

La presión de la UE sobre el déficit de Francia podría servir de pretexto para un conflicto más abierto y acabar con la tolerancia de Le Pen hacia Barnier

Pero con el gobierno ya atravesado por la disputa interna sobre la necesidad de aumentar los impuestos para reducir el déficit presupuestario de Francia (y la expectativa de fuertes recortes en el futuro inmediato), Le Pen insiste en que el aumento de las tasas debe compensarse con medidas para ayudar a los ingresos de los «hogares modestos». La presión de la UE sobre el déficit de Francia podría servir de pretexto para un conflicto más abierto y acabar con la tolerancia de Le Pen hacia Barnier; su partido insiste en que París debe pedir una rebaja presupuestaria a Bruselas.

No se podrán convocar nuevas elecciones para desbloquear la situación parlamentaria hasta el próximo mes de junio, y la siguiente contienda presidencial no se espera sino hasta 2027. La izquierda puede quejarse de que, tras su relativo éxito en las elecciones anticipadas de este verano, Macron negó a los partidos del NFP la oportunidad de gobernar; pero a falta de un número suficiente de diputados en la Asamblea Nacional o de una movilización social realmente masiva, difícilmente pueden forzar algún cambio de rumbo. En su lugar, como si nada hubiese pasado, volvimos ahora a la situación en la que el partido de Le Pen parece la alternativa de gobierno más probable.

Su camino hacia la presidencia se enfrenta a algunos obstáculos, también dados sus últimos problemas legales por el supuesto uso indebido de fondos de la UE, que podrían incluso impedirle volver a presentarse. Pero su partido parece ganar hoy nuevo impulso y tener muchas posibilidades de forzar otras elecciones parlamentarias en menos de un año. Tras su fuerte avance entre los grupos de ingresos medios en el ciclo electoral de 2024, el enfoque «constructivo» de Le Pen hacia Barnier pretende demostrar que su partido no se arriesga a un salto radical hacia la oscuridad para ahorradores, pensionistas y empresas, sino a una renovación de un bloque de derechas que ya han visto antes.

Los recientes acontecimientos en Países Bajos, donde el tecnócrata Dick Schoof formó recientemente un gobierno con ministros de extrema derecha y políticas «de emergencia» contra los inmigrantes, sugieren cómo puede funcionar esta convergencia. También lo sugieren casos como los de Italia y Finlandia, donde los posfascistas abandonaron sus posiciones antieuro o críticas con la OTAN y hoy combinan recortes fiscales para las empresas con políticas nacionalistas identitarias.

En Francia, tanto el conflicto social como su carácter racial son más agudos que en los demás Estados miembros de la UE

Pero hay una advertencia. En Francia, tanto el conflicto social como su carácter racial son más agudos que en los demás Estados miembros de la UE, y esto por sí solo convierte a Rassemblement national en un elemento más peligroso. Sus pasos hacia el poder son una bendición para los sindicatos policiales y las ya poderosas fuerzas autoritarias del Estado, especialmente en la represión de la inmigración ilegal. Señalar que un futuro gobierno de Le Pen se basaría en las herramientas existentes construidas bajo la presidencia de Macron no es negar que la tendencia autoritaria podría ser más rápida, más profunda y peor. Por ahora, un gobierno en minoría, dependiente de la tolerancia de Le Pen, demostrará hasta qué punto su partido ya es capaz de definir la agenda política.


Artículo publicado por Jacobin y reproducido en Diario Red con su permiso