Genocidio en Gaza

Sólo un frente antifascista puede salvarnos del abismo

La sociedad israelí saldrá de esta guerra más violenta, nacionalista y militarista que nunca. La tarea de frenar sus peores impulsos debe comenzar ahora

manifestación-israel Europa Press/Contacto/Chen Junqing
Europa Press/Contacto/Chen Junqing

“¿Qué les está pasando?”, esa fue la pregunta que Yoana Gonen planteó en su reciente columna para Haaretz a los llamados “izquierdistas” que prometieron votar por el ex primer ministro derechista de Israel, Naftali Bennett. El hecho de que exista semejante tendencia resulta desconcertante, pero la respuesta a la pregunta de Gonen es clara. Lo que les está pasando a estos “izquierdistas” es lo mismo que le está sucediendo a toda la sociedad israelí: un deslizamiento profundo y acelerado hacia el fascismo.

Nueve meses después del inicio de una guerra cuyo fin no se vislumbra, la campaña de venganza israelí en la asediada, hambrienta y devastada Franja de Gaza continúa a buen ritmo, a pesar de la cantidad sin precedentes de víctimas, el importante costo diplomático y los crímenes de guerra genocidas en Gaza, por los que pesan órdenes de arresto sobre el Primer Ministro Benjamin Netanyahu y el Ministro de Defensa Yoav Gallant.

Es muy difícil para una sociedad atrapada en un estado continuo de trauma evaluar o incluso darse cuenta de las transformaciones que está experimentando en tiempo real. La opinión pública israelí todavía se está recuperando del shock del 7 de octubre, y mientras el mundo mantiene sus ojos puestos en Gaza —y con razón— la atención de los israelíes sigue centrada en otros lugares: en los rehenes que siguen atrapados en Gaza y los soldados muertos allí; en los evacuados de sus hogares en el norte y el sur; en la economía destrozada; y en una guerra en el norte que podría estallar en cualquier momento.

Pero resulta imposible ignorar cómo Israel ha adoptado un nuevo ethos nacional bajo los auspicios de esta guerra, mediante el cual se abandona por completo cualquier respeto a la idea de la democracia en favor de valores fascistas.

Desde el comienzo de la guerra, la Knesset ha explotado el caos y la confusión entre la población para promover una serie de leyes antidemocráticas extremas. La “Ley de Certificación de las Fuerzas de Defensa de Israel y el Shin Bet” facilita a estos organismos penetrar en los ordenadores privados utilizados para operar cámaras de CCTV y borrar, alterar o alterar el material que contienen, sin el conocimiento del propietario del ordenador y sin permiso de un tribunal. Una reciente enmienda a la “Ley Antiterrorista” criminaliza el consumo prolongado de contenidos producidos por Hamás o ISIS, punible con un año de prisión.

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La propuesta de “Ley del Me Gusta” pretende penalizar el mero acto de darle un “Me Gusta” a publicaciones en redes sociales que “inciten al terrorismo”, mientras que otra propuesta de ley ampliaría la vigilancia del Shin Bet a los profesores . Y a esto hay que añadir el cierre forzoso de las oficinas de Al Jazeera, que no hizo más que aumentar las ganas de los ministros israelíes de sacar una ley que les permita cerrar medios de comunicación israelíes sin ninguna restricción.

Otra manifestación particularmente alarmante de este deslizamiento hacia el fascismo es la transformación de la policía en un cuerpo de esbirros que sirve casi exclusivamente a los intereses del gobierno y su visión del mundo. En lugar de proteger a los ciudadanos israelíes, la policía está reprimiendo a quienes protestan contra el gobierno y la guerra —incluso a quienes exigen que los rehenes regresen a casa—, al tiempo que inflige una violencia horrorosa contra los manifestantes durante las detenciones y los encarcelamientos.

La policía ha detenido a cientos de ciudadanos palestinos de Israel por expresar su solidaridad con su pueblo en Gaza, oponerse a la guerra o participar en protestas no violentas. Y el trato atroz que reciben los prisioneros y detenidos palestinos es una categoría aparte, con pruebas cada vez más escalofriantes de lo que ocurre dentro del centro de detención de Sde Teiman y otros centros penitenciarios.

Una transformación igualmente preocupante se está produciendo entre los ciudadanos comunes, que están denunciando ante las autoridades a sus colegas, vecinos, compañeros de clase, maestros y profesores que se han atrevido a desviarse de la narrativa nacional monolítica. Profesores como Meir Baruchin han sido despedidos; la Dra. Anat Matar se ha enfrentado una campaña despreciable en su contra por elogiar al prisionero palestino Walid Daqqa; y la Unión Nacional de Estudiantes Israelíes está proponiendo una ley que disponga el despido de cualquier académico que cuestione el carácter de Israel como un “Estado judío y democrático”.

Los ejemplos de declaraciones genocidas de funcionarios electos son demasiados para citarlos, pero muchos de ellos fueron presentados por Sudáfrica en su caso de genocidio contra Israel en La Haya en enero. Más recientemente, el rabino Eliyahu Mali, director de una escuela religiosa en Jaffa, sugirió en marzo que el judaísmo dicta que todos los residentes de Gaza deben ser asesinados —la policía ha recomendado cerrar el caso—. Y el mes pasado, el ex diputado del Likud Moshe Feiglin sostuvo que, del mismo modo que Hitler dijo que no podría dormir mientras quedara un solo judío en el mundo, los israelíes también pueden “no vivir en este país si queda un solo islamonazi en Gaza”.

Luego está el lenguaje explícitamente fascista que se ha convertido en parte del lenguaje cotidiano de la mayoría de los israelíes: los llamamientos a la violencia genocida inundan las redes sociales en hebreo, y las autoridades israelíes no se oponen y ni siquiera mueven un dedo para tratar de detenerlos.

Un día —y quién sabe cuánta destrucción y muerte más se producirán antes de que llegue ese día— la guerra terminará. La sociedad israelí emergerá más violenta, más nacionalista, más militarista y más abiertamente fascista. Pero ahora mismo debemos comenzar a prepararnos para ese día construyendo un frente antifascista amplio que pueda frenar los peores impulsos de esta nueva sociedad y trazar un camino diferente hacia adelante.

El centro izquierda judío debe comprender que lo que fue ya no puede volver a ser. El bando que defendía de palabra la idea de la democracia solo para afirmar con más fuerza la supremacía judía entre el río y el mar ha desaparecido casi por completo del mapa político. Sin duda, no está a la altura de la tarea de liderar un frente antifascista.

Este no podrá ser dirigido por Benny Gantz, el belicoso general que una y otra vez salvó la carrera política de Netanyahu, y que se unió al gabinete de guerra del primer ministro en octubre solo para abandonarlo criminalmente tarde y sin ninguna reprimenda seria. Tampoco será dirigido por Yair Golan, el nuevo presidente de la fusión Laboristas-Meretz conocida como “Los Demócratas” y una estrella en ascenso en la izquierda sionista, que se apresuró a aclarar que está dispuesto a sentarse a hablar con el Likud y Mansour Abbas, pero no con otros partidos árabes. Y no será dirigido por Yair Lapid , para quien ni siquiera Abbas es lo suficientemente bueno para servir como ministro, y que descarta de un plumazo a todos los partidos palestinos.

El frente antifascista que debe surgir aquí solo puede ser liderado por ciudadanos palestinos, no solo porque ningún otro campo político está en condiciones de igualar su historial de lucha contra el fascismo israelí, sino porque nadie más tiene una visión política coherente, basada en los valores de la democracia sustantiva y la plena igualdad, como los ciudadanos palestinos han articulado en varias plataformas de partidos y declaraciones de la sociedad civil .

Hoy, después de la conmoción del 7 de octubre que ha convulsionado a la sociedad israelí, los ciudadanos decentes se enfrentan a una elección existencial: pueden seguir aferrándose a la idea de un Israel “judío y democrático”, un engaño peligroso que enmascara un Estado etnocrático cada vez más fascista, o pueden luchar por una democracia sustancial, sin la cual la sociedad israelí se hundirá irremediablemente en el abismo.


Este artículo apareció originalmente en “The Landline”, el boletín semanal de +972. Traducido por Raúl Sánchez Cedillo.