Elecciones en Venezuela

Venezuela: juego, set… ¿y partido?

Nicolás Maduro ha ganado las elecciones presidenciales en Venezuela y ha sido reelecto, según los datos del Consejo Nacional Electoral (CNE). María Corina Machado y algunos actores internacionales apuntan a un desconocimiento de los resultados, pero el chavismo ya mira al período 2025-2031 con numerosos retos políticos y económicos
July 25, 2024, Caracas, Miranda, Venezuela: Closing of the electoral campaign in Venezuela. Supporters of President Nicolas Maduro walk through the city of Caracas on the last day of campaigning. Presidential elections will be held on Sunday 28 July.,Image: 892511044, License: Rights-managed, Restrictions: , Model Release: no, Credit line: Jimmy Villalta / Zuma Press / ContactoPhoto
Jimmy Villalta / Zuma Press / ContactoPhoto

Temerariamente, muchos analistas, medios y dirigentes políticos durante las últimas semanas se animaron a pronosticar el resultado de las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela: Edmundo González Urrutia iba a ganar con contundencia y no había nada que el presidente Maduro o la “maquinaria electoral” del chavismo pudiera hacer para impedirlo. Ciertamente, y aunque el escenario de unidad opositora permitía imaginar un desenlace de victoria electoral del antichavismo, las certezas eran pocas. El clima de derrota asegurada para el PSUV era, justamente, eso: un mero clima. Ni la situación política en el país, ni el contexto económico, ni comicios recientes validaban el arriesgado pronóstico de dar por muertas las expectativas electorales del oficialismo.

Maduro, reelecto

En efecto, Nicolás Maduro ha logrado la reelección como presidente de Venezuela para el período 2025-2031. El Consejo Nacional Electoral, algo más tardíamente de lo que suele ser habitual en el país, oficializó el resultado con cerca del 80% de los votos escrutados. Con una participación del 59%, el presidente Maduro supera el 50% de los sufragios, al tiempo que el principal candidato opositor, Edmundo González, roza el 45%. A pesar de que la estrategia de María Corina Machado y otros sectores del antichavismo ha sido efectiva para conformar una candidatura unitaria exprés, realmente el sector de la oposición ha quedado lejos de su mejor resultado en unas elecciones presidenciales: en 2013, los primeros comicios de Maduro, Henrique Capriles superó holgadamente los siete millones de votos y estuvo muy cerca de desbancar al chavismo con un 49,12% de los votos.

Las reacciones en el país han sido discordantes con el conteo ofrecido por la máxima autoridad electoral venezolana: María Corina Machado, lideresa de facto de la gran candidatura opositora, ha declarado vencedor a Edmundo González aseverando que ha obtenido “el setenta por ciento de los votos”, probablemente inspirada por alguna de las exit poll que afloraron a lo largo del domingo y cuya metodología ofrecía más dudas que certezas. Comunicadores digitales de la derecha latinoamericana han condenado los resultados valiéndose, entre otros, de un error de presentación del medio Telesur, que publicó que cada candidato menor había obtenido un 4,6%, sumando un porcentaje de 132,2%, en lugar de lo expuesto por el CNE (que todos los “otros”, combinados, sumaban efectivamente 4,6%).

El presidente Nicolás Maduro, ya reelecto, ha aseverado: “No pudieron con las sanciones; no pudieron con las agresiones; no pudieron con las amenazas; no pudieron ahora y no podrán jamás con la dignidad del pueblo de Venezuela”. Y, ciertamente, la oposición antichavista ha probado ya casi todas las vías posibles para poner fin a los 25 años de gobierno chavista, todas ellas sin éxito. Ni las guarimbas, ni el golpe de Estado del año 2002, ni el gobierno paralelo de Juan Guaidó en 2010, ni el abstencionismo electoral de 2017, 2018 y 2020 ni las presidenciales de 2013 o 2024 han servido para que logren agotar las capacidades políticas del PSUV y sus partidos adheridos.

Los frágiles consensos opositores con los que han trazado su campaña electoral han sido insuficientes para superar la movilización electoral de las bases sociales históricas del chavismo, lastradas tras años de penurias económicas, pero suficientemente organizadas para ganar unas elecciones contra un antichavismo a la ofensiva. No obstante, el repliegue de Nicolás Maduro no ha sido tan nítido como numerosos medios han planteado en los últimos meses. La alta participación en el referéndum sobre el Esequibo, pertinentemente convocado poco antes de hacer oficial la fecha de los comicios presidenciales, permitía prever que Maduro había recuperado cierta legitimidad política entre sectores insatisfechos del electorado chavista.

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La unidad opositora no ha sido suficiente

En lo internacional, numerosos mandatarios regionales se han mostrado escépticos con los resultados hechos públicos por el CNE. Costa Rica, Chile, Argentina, Paraguay o Guatemala engrosan las filas de gobiernos que podrían, potencialmente, reconocer una hipotética presidencia autoproclamada de Edmundo González. En gran medida, la crisis institucional e internacional que parece sobrevolar Venezuela radica en el discurso imprudente que María Corina Machado y otros dirigentes antichavistas habían esparcido durante la campaña: que la única forma de que Maduro sea reelecto es mediante un fraude en la jornada electoral.

El discurso que planteaba la inviabilidad de una victoria de Maduro nunca se sostuvo sobre los hechos. El chavismo tocó suelo en las elecciones parlamentarias de 2020, fecha en la que apenas convocó a cuatro millones trescientos mil votantes sobre un censo oficial de veinte millones. En uno de los peores momentos de la economía venezolana, avasallado diplomática y comercialmente por Estados Unidos, en el marco de la pandemia del COVID, con el recuerdo de las guarimbas y la represión y condenado por una oposición que llamóm masivamente al boicot electoral, el Gran Polo Patriótico Simón Bolívar mostró una base nimia pero relativamente estable.

Favorecido de antemano por el hecho de que la diáspora venezolana, eminentemente antichavista, ha hallado notables dificultades para votar desde el exterior como consecuencia del estado desactualizado de los censos, las presidenciales de este domingo abrían una posibilidad real de victoria de Maduro. Se esperaba una participación cercana a los quince millones de votantes en la cual el PSUV, con una situación de relativa estabilidad económica, relativa pacificación política y relativa normalización internacional, superase con creces aquel mínimo del año 2020. Si bien el bloque histórico bolivariano en 2024 está lejos de las cifras que alguna vez llegó a tener (especialmente, en vida de Hugo Chávez), los entre cinco y siete millones de sufragios que se le podían presumir a Maduro significaban un punto de partida competitivo.

La oposición necesitaba movilizar a un electorado antichavista cansado de ver cómo las estrategias para poner fin a la presidencia de Maduro no dan frutos y, a la luz de los datos, no lo ha logrado en la medida de lo que deseaba (y necesitaba). Machado, que ganó la interna de la oposición pero se hallaba inhabilitada para ser candidata, aspiraba a una participación cercana al 70% que favoreciese a Edmundo González, pero el dato oficial roza apenas el 60%. La maquinaria electoral y la militancia chavista sigue nutriendo políticamente la vida cotidiana en numerosos barrios y regiones de Venezuela, erigiéndose en el mayor activo electoral del chavismo y habiendo sido garantía de continuidad en los años de las crisis institucionales en el país.

A la espera de dimensionar la crisis política que la oposición probablemente agudizará tras no reconocer los resultados publicados por el CNE, lo cierto es que Maduro deberá asumir un nuevo mandato el 10 de enero de 2025 con numerosos retos: en primer lugar, consolidar las tendencias macroeconómicas que han posibilitado su victoria ─un crecimiento anual superior al 5%, abastecimiento generalizado en las grandes urbes y una inflación anual de dos dígitos que nada se parece a la hiperinflación en torno al año 2018; en segundo lugar, lograr una normalización parcial de su gobierno (al menos, en clave regional); en tercer lugar, integrar parcialmente a la oposición para ensanchar su base de legitimidad interna y, de paso, minimizar la rentabilidad para la oposición de una estrategia insurreccional o de crisis institucional.