Alain Delon: el icono de la modernidad que acabó apoyando a la ultraderecha

Descubierto por un comunista y homosexual como Luchino Visconti, Delon fue también homófobo, xenófobo y misógino
Jean-Marie Le Pen y Alain Delon en 1986
Jean-Marie Le Pen y Alain Delon en 1986

Alain Delon gustó más por guapo que por actor, al menos a la gran mayoría del público. Para las madres de los de mi generación, adolescentes en los sesenta, Delon era lo que fue Clark Gable para las adolescentes de los cuarenta. Como Gable, el bello Delon fue adorado por mujeres y por hombres, entre ellos el arrogante aristócrata, y comunista, Luchino Visconti, que lo dirigió en Rocco y sus hermanos y El gatopardo, dos largas películas “de festival” que no aguantarían despiertas ninguna de las adolescentes españolas que amaban a Delon.

En su muerte me preguntaron por Delon y fui incapaz de mencionar una película cuya interpretación me haya deslumbrado, emocionado, tocado. En fin, lo que hacen Tracy, Fonda, Brando o Pacino. Elsa Fernández-Santos ha escrito que el actor tenía “el don de la quietud, le bastaba mirar para provocar sentimientos encontrados” y que “fue como una pantera o como una estatua clásica, quizá lo que mejor explica su enigma”. Yo, lo siento, pero no percibo enigma alguno en este señor y donde la crítica de El País ve “don de la quietud” veo a un galán que sabía mirar y moverse, pero que actuaba de forma bastante funcional.  

Debo reconocer que cuando vi la entregada y obligada marea de fotografías del actor en redes sociales, me dije: ¡cuánto entregado cinéfilo! Luego me hice la pregunta inevitable: ¿toda esta gente ha visto Rocco y sus hermanos, tres horas de intenso neorrealismo, de miseria, explotación y prostitución, en la que el melifluo Delon, como escribió maliciosamente la crítica Pauline Kael, parece estar iluminado por Visconti como si fuera la actriz hollywoodiense Hedy Lamarr? ¿De verdad que esta gente se ha tragado las más de tres horas de El gatopardo, una historia tan bien rodada como densa, un decadente festejo de la alta sociedad que no acaba nunca

Y no hablemos de El eclipse, de Michelangelo Antonioni, tedioso y mediocre director que en los sesenta fue el epítome de la modernidad. El eclipse, de irritante ritmo y personajes vanos y cretinos, es una de esas películas que no van de nada y si van de algo te interesa tanto como ser vocal en una mesa electoral. En este caso el hastío existencial de la gente bien y de la nada, la desgana, la insatisfacción de amar y ser amado.

Ah, y que no se me olvide la también moderna y aburridísima El silencio de un hombre, de Jean-Pierre Melville, filme de guion absurdo que te intenta colar la incapacidad gestual de Delon con la frialdad de su gélido personaje.

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Y esos son sus más destacados personajes, la persona es otra cosa. Peor. Empecemos por sus genes. Curiosamente, sus padres no eran especialmente atractivos y se divorciaron cuando Delon solo tenía cuatro años. Ninguno de los dos quiso hacerse cargo de él y acabó adoptado por una familia y finalmente encerrado en diferentes internados. Mal comienzo. Muchos años más tarde, Delon se comportó como un miserable al no reconocer a un niño llamado Ari, físicamente idéntico a él y fruto de su relación con la cantante Nico.

Su hijo, Alain Fabien, recordó en una novela inspirada en su papá lo machista, xenófobo, tóxico y violento que fue

Muy rebelde, y harto de su madre y del charcutero con el que se había casado, Delon se alistó como voluntario en la Marina francesa y fue destinado a Saigón, durante la guerra colonial de Indochina. Francia acabó perdiendo aquella absurda guerra ante los rebeldes de Hồ Chí Minh, que reclamaban la independencia de la Indochina Francesa. Es decir: Camboya, Laos, Vietnam del Norte y Vietnam del Sur.  

De vuelta a Francia, Delon trabajó como camarero y descargador en el Mercado Central de París y quemó la noche con sus amigos en busca de chicas, que, lógicamente, se lo cenaban con los ojos. Una de esas noches de farra, el bello Delon, que no tenía una especial vocación por la interpretación y no sabía quién era Stanislavski, hizo buenas migas con Jean-Claude Brialy, otra ave nocturna y también actor de la Nueva Ola francesa que actuó para François Truffaut, Louis Malle, Claude Chabrol o Éric Rohmer.
Brialy le dijo a Delon que con su percha y su belleza arrasaría en la pantalla y le animó a hacerse con un buen esmoquin y colarse en las fiestas del Festival de Cannes. Estaba seguro de que su hermosura iba a cautivar a todo el que se topase con él en los alfombrados pasillos del Hotel Martínez.

Finalmente, lo hizo del brazo de la actriz Brigitte Auber, diez años mayor que él. Auder, actriz de la excelente Bajo el cielo de París y la que Alfred Hitchcock llamó para un papel en Atrapa a un ladrón, estaba arrebatada del joven Delon y lo introdujo en el mundo del cine, la moda y la clase alta del todavía joven Festival de Cannes. Lo hizo en 1956 y el resultado fue alucinante. Delon, de solo 21 años, se coló por fin en las fiestas de un festival en el que se presentaron películas de Mark Robson, Akira Kurosawa, Alfred Hitchcock y Satyajit Ray. Y el resultado fue sencillamente electrizante, Delon parecía poseer un poderosísimo campo magnético que atraía de forma feroz a mujeres, los hombres, los perros y los arbustos.   

Al año siguiente, Delon debutó en el cine en Cuando la mujer se involucra y logró sus primeros grandes protagonistas (y posiblemente los mejores de su carrera) con el Tom Ripley de A pleno sol y el Rocco de Rocco y sus hermanos, de Visconti, tan enamorado de él como Brigitte Auber pero que tuvo que resignarse con un amarlo platónicamente.

Delon acabó interpretando a más de cien personajes en cine y televisión, ganó un montón de pasta y conoció y amo a muchas y muy bellas mujeres. Entre ellas la que más huella le dejó fue Romy Schneider, a la que abandonó después de cinco años con una nota y un ramo de rosas. Se reencontraron cuatro años después, pero solo por razones laborales, tenían que rodar una insulsez titulada La piscina.

Y llegó la vejez, una mala vejez. El Delon cincuentón fue un ser oscuro y antipático. En Francia caía tan mal que el famoso programa Los guiñoles (copiado en España por Canal+) hizo parodias muy crueles a costa del actor, conocido por su ridícula vanidad.      
Luego en una entrevista reconoció haber ejercido violencia física en sus parejas. “Si una bofetada es de macho, pues entonces soy un macho”. Además, en 2015, dijo: “No estoy en contra del matrimonio gay, no podría importarme menos, pero estoy en contra de la adopción de niños (por parte de padres del mismo sexo). Estoy teniendo dificultades para vivir en esta época en la que trivializamos lo que está en contra de la naturaleza”.

Como remate, llegó su apoyo al ultraderechista Frente Nacional. Delon reconoció que era amigo desde hace mucho tiempo del fundador, Jean-Marie Le Pen, a quien conoció durante la guerra de Indochina. Estamos hablando del mismo tipejo al que el Tribunal Correccional de París condenó por un delito de complicidad con la apología de crímenes de guerra y negación de un crimen contra la humanidad. La sentencia fue de tres meses de prisión condicional y una multa de 10.000 euros por haber rebuznado en una entrevista que la ocupación nazi de Francia “no fue particularmente inhumana”. En 1997 ya había sido condenaron por decir que las cámaras de gas fueron un “detalle de la historia”. ​De esta rata era amigo el señor Delon, el mismo, aunque parezca mentira, que interpretó y produjo El otro señor Klain, sobre el holocausto nazi en Francia.

No acaba ahí el rosario de bajezas, Delon también fue un pésimo padre. Su hijo, Alain Fabien, recordó en una novela inspirada en su papá lo machista, xenófobo, tóxico y violento que fue. Hasta el título que eligió (De la raza de los señores) estaba inspirado en una asquerosa y clasista frase que su padre le repetía: “Tranquilo, hijo, tú eres de a la raza de los señores”.

Ya ven, un hombre que hizo su fama y fortuna ascendiendo desde la clase obrera y que fue adoptado, y muy bien pagado, por modernos, progresistas, comunistas y homosexuales, como Visconti, su descubridor, acabó siendo un clasista además de homófobo, misógino, pésimo padre y amigo de fascistas. Un tipo tan atractivo por fuera como horrendo por dentro.