Los pogromos nazis de Elon Musk en Reino Unido

Su formulación de los sucesos como el prólogo de una “guerra civil inevitable” por la supremacía blanca no es un exabrupto, es un programa
Police in riot gear face off with protesters in Whitehall. Crowds clashed with police officers and threw projectiles in Westminster as protesters turned violent after three young girls were killed in a knife attack in Southport.
Vuk Valcic / Zuma Press / ContactoPhoto
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Lo que se impone, antes de cualquier consideración sobre la violencia nazi contra las personas racializadas que se ha desatado en Inglaterra e Irlanda del Norte desde el pasado 30 de julio, es definir claramente lo que está pasando. Estamos ante una operación política violenta que se está desarrollando en varios niveles, desde las calles hasta las redes, pasando por las redacciones de periódicos, radios, televisiones y estudios caseros de streamers y podcasters. Por eso la definición de lo que ocurre tiene un valor político extraordinario, que es inseparable de su valor de verdad. Una semana después, tenemos que definir los pogromos nazis en curso como un ensayo de guerra civil contra la población racializada y extranjera en Gran Bretaña. Esto significa que no estamos ni ante una revuelta espontánea, ni ante un fenómeno de pánico moral frente a un hecho execrable como lo ha sido el ataque, el pasado 30 de julio, de un menor de 17 años contra un evento de yoga y música en Southport, en el Noroeste de Inglaterra, que se saldó con 3 menores muertos y 8 menores y dos adultos heridos de distinta gravedad. No. Estamos ante una operación predispuesta de antemano por una coalición política y social entre miembros del establishment conservador y de la extrema derecha nacionalista, medios de comunicación —desde la BBC y televisiones privadas como Channel 3 hasta los peores tabloides como el Daly Mirror— y lo que cabe calificar como una red operativa de individuos y nodos nazis y supremacistas blancos. Los hechos de Southport han sido solo una excusa para poner en práctica un diseño preconcebido de violencia y terror contra las personas racializadas, sus propiedades y toda institución o empresa vinculada directa o indirectamente a las personas racializadas y extranjeras. Los ataques en toda Inglaterra e Irlanda del Norte han sido coordinados mediante grupos de Telegram y azuzados en las redes sociales mediante los recursos típicos de un pogrom organizado: noticias falsas, vídeos manipulados, arengas de violencia y exterminio.

El bloque social y político supremacista ha visto la ocasión de poner en práctica un ensayo de guerra civil contra un cuarto de la población de las islas británicas

Así, pues, nada de espontaneidad; nada de legítima protesta; nada de “poblaciones indignadas y confundidas”. El bloque social y político supremacista ha visto la ocasión de poner en práctica un ensayo de guerra civil contra un cuarto de la población de las islas británicas, sin distinción ni más freno que la débil y simpática presencia policial y, sobre todo, la ciudadanía antifascista que ha sido capaz de responder con el enfrentamiento directo con los grupos y bandas nazis, impidiendo en muchos casos sus intentos de agresión y asesinato.

Se hace necesario ahora poner en contexto, tanto en el presente como en la historia, este asalto sin precedentes a la vida y la seguridad de millones de personas racializadas y extranjeras en el Reino Unido. Los medios progres británicos y extranjeros ponen el foco en los escuadristas de extrema derecha más conocidos y en las organizaciones nazis y supremacistas más notorias. Y en esto no se equivocan: se ha probado la participación de supremacistas como Stephen Yaxley-Lennon (Tommy Robinson), escuadrista y convicto reincidente, con claros vínculos con las de inteligencia y de seguridad británicas e israelíes, fundador de la extinta English Defence League y de Pegida UK; influencers de la alt-right, como el angloamericano y racializado Andrew Tate o el supremacista Andrew Grimes han difundido bulos sobre la identidad del autor de los asesinatos de Southport; organizaciones nazis como Patriotic Alternative o el British Movement han coordinado y organizado los pogromos en toda Inglaterra; ultraderechistas mainstream como el incansable Nigel Farage, protagonista incontestable y proveedor de los contenidos más derechistas y racistas de la campaña por el Brexit y hoy parlamentario en Westminster por el partido racista y neoliberal Reform UK, han sido decisivos en la legitimación de los pogromos, mediante las conocidas tácticas de la “duda y la preocupación” y la constante remisión de los hechos a la “amenaza islámica” que se estaría abalanzando sobre sobre el país, muy al estilo del Eduardo Zaplana que declaraba que “a lo mejor” el 11M habría sido obra de ETA y el PSOE.

Pero señalar a los escuadristas y sus amigos parlamentarios no es suficiente y limitarse a ello constituye una irresponsabilidad culposa. En el largo plazo, tenemos que remitirnos a más de seis décadas de racismo supremacista y colonial dentro del bloque político y cultural del Partido Conservador, que comenzó con la explotación y la organización de pogromos nazis contra los británicos afrocaribeños. Recordemos los pogromos racistas de Notting Hill en Londres, en lo que volvió a aparecer el líder fascista de la década de 1930, Oswald Mosley, ahora con su Union Movement, así como la inequívoca White Defence League y su lema, tan actual, “Keep UK White”. Pero también la reacción del líder de la derecha del Partido Conservador en 1968, Enoch Powell, contra la legislación antirracista promovida por el Labour Party con la Labour Relations Act, y su famoso discurso en el que anunciaba “ríos de sangre” si no se ponía fin a la “invasión negra”. Los excesos verbales de Powell acabaron con su carrera política, pero no con su influencia en el Partido Conservador. Toda la generación de jóvenes líderes conservadores recogió la herencia de Powell. Recordemos la participación del joven David Cameron en las campañas de defensa del apartheid en Sudáfrica y contra el boicot contra el régimen supremacista, una campaña de derechos humanos respaldada por la propia ONU. El racismo colonial británico es un elemento constitutivo de su capitalismo histórico y de su identidad nacional, pero desde la segunda mitad del siglo XX ocupa el centro de la política británica, a pesar de que el Partido Conservador adoptara formalmente el enfoque multicultural como modelo de gobernanza y convivencia.

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Sin embargo, en el corto plazo los pogromos en curso son el resultado de dos décadas de racismo, xenofobia y antiislamismo institucionales que se remontan a las aventuras bélicas imperialistas del gobierno de Tony Blair en Afganistán e Irak y a la criminalización de las personas y comunidades islámicas, árabes y procedentes de Asia Menor en el Reino Unido. Los gobiernos conservadores desde Cameron no han hecho más que profundizar e intensificar cada vez más esa política integral de racismo, sospecha y segregación.

Las personas y comunidades británicas no blancas han sido señaladas como responsables activas de la destrucción del sistema de bienestar público en el país

Son dos las claves determinantes que explican este salto cualitativo de la violencia nazi y supremacista en Reino Unido. Por un lado, la campaña del Brexit, que tuvo contenidos racistas desde el primer momento y que ha servido de justificación de la violencia económica del estado contra las condiciones de vida de las clases subalternas en el Reino Unido, racializadas o no. El balance de estos diez años es devastador. Hoy Reino Unido es prácticamente un estado fallido desde el punto de vista de los índices de desarrollo humano más convencionales: mortalidad infantil, pobreza, hambre, servicios sociales y sanitarios, nutrición, suicidios, atención a las personas discapacitadas, vivienda, transporte, salarios, etc. Una guerra programada de las clases oligárquicas y rentistas ha producido este resultado. Por otro lado, y sin solución de continuidad, esa guerra de clase ha estado acompañada de una racialización sistemática de las clases subalternas y de una narrativa en la que las personas y comunidades británicas no blancas han sido señaladas como responsables activas de la destrucción del sistema de bienestar público en el país y de un comportamiento parasitario y hostil hacia la convivencia y el bien común. Pero hay dos procesos que, desde hace cuatro años, han hecho que los pogromos nazis en curso tuvieran excelentes ventanas de oportunidad. El primero es la gestión criminal de la pandemia del Covid-19 por parte del gobierno de Boris Johnson, que no solo dejó morir a cientos de miles de personas sin reforzar los sistemas sanitarios ni preocuparse de las medidas de prevención epidemiológica, sino que alimentó desde Downing Street las conspiraciones racistas sobre el origen del virus. El segundo es sin duda el régimen de guerra consolidado en buena parte del mundo desde la invasión rusa de Ucrania y que ha convertido en régimen integral el balance de 60 años de políticas racistas. Asimismo, el genocidio occidental en Gaza ha dado plena libertad de acción, en las redes y en las calles a las redes nazis británicas, con la inestimable colaboración y simpatía del empresario supremacista Elon Musk, propietario de la plataforma X, auténtico responsable de primer orden en el éxito y la legitimación de los ataques nazis. Su formulación de los sucesos como el prólogo de una “guerra civil inevitable” por la supremacía blanca no es un exabrupto, es un programa.

Solo la irresponsabilidad del extremo centro europeo, cómplice e hipócrita de las políticas que siembran y nutren el fascismo, puede pensar que bastan campañas policiales, condenas morales y “planes comunitarios” para desactivar la ofensiva nazi

No obstante, la resistencia de las clases racializadas se ha activado. Tenemos que recordar las revueltas de agosto de 2011 en Londres y otras ciudades, que estallaron a raíz del asesinato a tiros de Mark Duggan, un joven padre de cuatro hijos, por parte de la policía metropolitana londinense. 13 años después, no solo nada ha cambiado, sino que todo ha empeorado para las personas y comunidades racializadas en el Reino Unido. Esta vez las comunidades musulmanas, el movimiento antifascista, sindicatos como el Communication Workers Union y otros, así como la izquierda laborista y otros colectivos, se han activado a tiempo para hacer frente a la violencia nazi, en la calle, los medios y los tribunales. Solo cabe esperar que la respuesta sirva para que el miedo cambie de bando y se inicie el proceso de convergencia de grupos, clases y comunidades subalternas para hacer frente y combatir en la guerra contra el fascismo y el régimen de guerra británico.

Al mismo tiempo, estos pogromos nazis no son una peculiaridad británica, sino la norma, cada vez más frecuente, en todo el mundo occidental. Lo que les distingue es el salto cualitativo que expresan, en organización, extensión e intensidad de la violencia. Solo la irresponsabilidad del extremo centro europeo, cómplice e hipócrita de las políticas que siembran y nutren el fascismo, puede pensar que bastan campañas policiales, condenas morales y “planes comunitarios” para desactivar la ofensiva nazi. En la extrema derecha occidental, grupos, partidos, medios, individuos y sus financiadores están tomando nota de lo que sucede y preparan a su vez las ocasiones para convertir el pogromo contra las personas y comunidades racializadas en un repertorio central en la nueva fase. Cuentan con el entorno propio del régimen de guerra y la complicidad de buena parte del ecosistema mediático y político de las derechas empresariales y políticas occidentales, así como de fuerzas y corporaciones policiales y judiciales. Es suicida e irresponsable mirar hacia otro lado o minimizar lo sucedido. El problema abierto es cómo retomar la ofensiva y organizar el éxito de la guerra sin cuartel contra el fascismo y el supremacismo, en las redes, las calles, los medios, los parlamentos y los tribunales.