África

Choque de intereses en torno al Sahel

Al orillar a París en el Sahel, el Grupo Wagner parece estar a punto de conseguir en el  ámbito de la seguridad lo que las empresas chinas de construcción y minería empezaron tímidamente a hacer en el frente económico a finales de la década de 1990
Foto: BBC
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Los combatientes rusos activos en el norte de Mali encararon un sangriento enfrentamiento a principios de verano. El pasado 27 de julio una patrulla del ejército maliense acompañada por auxiliares del Grupo Wagner fue emboscada por rebeldes tuaregs cerca de Tinzaouaten en la frontera con Argelia. Los militares malienses reconocieron pérdidas significativas, pero no dieron detalles concretos sobre el incidente. Los vídeos que circulan por las redes sociales muestran vehículos destruidos y decenas de cadáveres esparcidos por el desierto. Los medios de comunicación rusos informaron de la muerte de una veintena de efectivos del Grupo Wagner, mientras que fuentes rebeldes elevaron el número de bajas hasta los ochenta mercenarios muertos. Parece ser que una tormenta de arena obligó a detenerse a la columna, dejándola vulnerable al ataque. El portavoz de la coalición rebelde acusó a las fuerzas gubernamentales de realizar ataques de represalia con aviones no tripulados, que causaron la muerte de al menos una decena de civiles en la zona.

Tras el ataque, el director de la inteligencia militar ucraniana afirmó que sus agentes habían luchado junto a los rebeldes tuaregs, lo cual fue corroborado por imágenes que mostraban a combatientes blancos y negros portando las banderas de Azawad y Ucrania una al lado de la otra. No sería el primer caso de participación ucraniana en África. En noviembre de 2023 se informó de la participación de un centenar de fuerzas especiales ucranianas en operaciones contra las milicias apoyadas por el Grupo Wagner en Sudán. En Mali se ha informado de que agentes ucranianos están entrenando a los rebeldes tuaregs en el uso del Mavic 3 Pro, apodado el «AK-47 del siglo XXI», un dron ligero utilizado para reconocimiento de proximidad, que está equipado con un lanzador de granadas.

Desplegada por primera vez en Crimea en 2014, la empresa militar privada rusa ha estado activa en África desde 2017, habiéndose detectado la presencia de sus efectivos en al menos ocho países, de Libia a Mozambique

La emboscada supone la primera gran derrota en África del Grupo Wagner, que quedó oficialmente bajo el control del Ministerio de Defensa ruso tras el fallido golpe de Estado de junio de 2023. Desplegada por primera vez en Crimea en 2014, la empresa militar privada rusa ha estado activa en África desde 2017, habiéndose detectado la presencia de sus efectivos en al menos ocho países, de Libia a Mozambique. El Grupo Wagner funciona como una serie de franquicias semiindependientes, que emplean cuadros rusos junto a combatientes locales y veteranos de conflictos vecinos (principalmente libios y sirios). De los 5000 hombres desplegados por el Grupo Wagner en África, 1500 se hallan en Mali, cifra que representa la mitad de los soldados destinados en este país en el marco de la Operación Barkhane (2014-2022), la misión de contrainsurgencia de Francia en el Sahel, cuyas responsabilidades han sido paulatinamente asumidas por el contratista militar ruso desde que el coronel Assimi Goïta tomó el poder en mayo de 2021.

El gobierno de Bamako ha recurrido al Grupo Wagner para luchar contra los separatistas de la Coordinación de Movimientos del Azawad (CMA), una alianza de milicias tuaregs activas en el noroeste del país. La CMA reclama la creación de un Estado autónomo, el Azawad («Tierra de la Trashumancia»), una extensión de 800.000 km² de roca y arena, que circunda las ciudades de Tombuctú, Gao y Kidal. Cuenta con una fuerza de aproximadamente 3000 efectivos, al parecer equipados con armas y municiones abandonadas por las tropas regulares malienses. Los últimos combates parecían decantarse en favor de las fuerzas gubernamentales. Una campaña aérea coordinada por el Grupo Wagner les permitió reconquistar Kidal el pasado mes de noviembre, más de diez años después de que un acuerdo mediado por Francia y Argelia se la hubiera entregado a los rebeldes. Tras la conclusión de la Operación Barkhane, la recuperación de la ciudad se convirtió en una prioridad para la junta militar en el poder en tanto que símbolo de la restauración de la soberanía maliense.

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El Grupo Wagner pretende ofrecer a los Estados subsaharianos una alternativa global a la presencia francesa en la región. Sus mercenarios equipan y entrenan a sus fuerzas armadas y a las guardias presidenciales, que tradicionalmente han sido una palanca de poder clave para París sobre los regímenes «amigos». Pero el Grupo Wagner también presta servicios no militares, dado que cuenta con una red de empresas que compiten con los intereses económicos franceses, ofreciendo acceso a líneas de crédito, ocupándose de la gestión de actividades mineras y forestales e incluso encargándose de la producción local de vodka y cerveza en detrimento de la empresa francesa de bebidas Castel. Al más puro estilo neocolonial, el Grupo Wagner ofrece sus servicios a cambio de concesiones. En Mali consiguió una revisión del código minero, que otorgaba más control a las autoridades políticas locales a expensas de las empresas extranjeras establecidas en el país. Los detalles de la estructura de sus honorarios siguen siendo opacos. Le Monde informó de que 135 millones de euros del presupuesto de defensa de Mali en el ejercicio de 2022 se hallaban asignados a la retribución de los servicios prestados por el Grupo Wagner, cifra netamente inferior al coste anual de 600 millones de euros atribuido a la Operación Barkhane.

Las poblaciones locales se hallan en primera línea de los conflictos mineros, sobre todo en Níger, que es uno de los principales productores mundiales de uranio

El Sahel, al igual que el Cuerno de África, área en la que se está extendiendo la guerra por delegación liderada por los Estados del Golfo en Yemen, se encuentra en el centro de lo que algunos denominan la «nueva rebatiña por África» reminiscente de la Conferencia de Berlín de 1884-1885. La reciente ola de cambios de régimen político acaecida en la región, algunos llevados a cabo por medios democráticos y otros impuestos por la fuerza, ha barajado las cartas geopolíticas en la misma. La retirada de las fuerzas francesas coincidió con el surgimiento en septiembre de 2023 de un nuevo bloque estratégico en la zona, formalizado mediante la creación de la Alianza de Estados del Sahel. Esta confederación, integrada por Mali, Níger y Burkina Faso, pretendía ser un contrapeso a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) y al G5 del Sahel, instituciones consideradas ambas como peones de los franceses. La demanda de cuadros militares fiables en una región donde los ejércitos nacionales suelen impulsar la inestabilidad política ha creado un entorno favorable para los operadores militares privados. La llegada del Grupo Wagner ha permitido que Moscú se afiance en una región que había abandonado en gran medida desde la conclusión de la Guerra Fría (recientemente ha rebautizado sus operaciones en la zona con el nombre de Africa Corps).

Si el cinturón sahelo-sahariano es objeto de una disputa realmente intensa, ello se debe sin duda alguna a sus recursos naturales. Las poblaciones locales se hallan en primera línea de los conflictos mineros, sobre todo en Níger, que es uno de los principales productores mundiales de uranio. Francia explota allí varias minas desde la década de 1960 bajo el cuasimonopolio de Cogema (más tarde Areva, ahora Orano), conglomerado empresarial creado durante las sucesivas crisis petrolíferas registradas durante la década de 1970, que se ha convertido desde entonces en uno de los puntales de la soberanía energética del país y del cual el Estado francés todavía detenta el 50 por 100 de su propiedad. En 2023 Níger suministró aproximadamente el 15 por 100 del uranio consumido por Francia. A la espera del desarrollo de los llamados reactores de «neutrones rápidos», que consumen menos combustible, las importaciones de uranio procedentes de Níger siguen siendo cruciales, lo cual explica que el aseguramiento de los yacimientos de uranio existentes en el área de las «tres fronteras» (Mali, Níger y Burkina Faso) fuera supuestamente una de las motivaciones de la intervención francesa en la zona de la mano de la mencionada Operación Barkhane, la cual sustituyó a la Operación Serval (2013-2014), lanzada tras una serie de secuestros acaecidos en el complejo minero de Areva ubicado en Arlit.

La implicación francesa con los tuaregs antecede ampliamente el descubrimiento de uranio en la región. La conquista francesa del Sáhara, iniciada bajo el Segundo Imperio, se amplió bajo la Tercera República, cuando, para ratificar la partición territorial acordada en la mencionada Conferencia de Berlín de 1884-1885, los Estados firmantes tuvieron que ocupar efectivamente los territorios que habían reclamado. Esta necesidad de control se combinó con la fascinación por el modo de vida de los pueblos del desierto. El atractivo exótico y arcaico de estos nómadas cautivó a la alta sociedad francesa: ¿podrían ser estos pueblos de tez pálida y ojos claros los descendientes de los cruzados francos?, se preguntaban ilusos los periódicos de la época. Esta fantasía se vio alimentada por la idea de que el islam supuestamente moderado practicado por los tuaregs podría ser un mero barniz que ocultaba un antiguo cristianismo.

La administración colonial consideraba a los tuaregs (término de origen árabe no utilizado por el pueblo que describe) como una constelación de jefaturas, las cuales dividió en cuatro confederaciones geográficas, lo cual sirvió para explotar los conflictos internos: la estrategia de «tribalización», desarrollada desde los «Bureaux Arabes» de la Argelia colonial, fomentó la proliferación de frentes, subfrentes y centros de toma de decisiones diferenciados, pauta de comportamiento que continuó en la época posterior a los procesos de independencia. Este modelo supuso el nombramiento de líderes afines a los intereses franceses, como el carismático Mano Dayak, supuestamente instalado por la inteligencia francesa en 1993 para fracturar el frente separatista en Níger. La infiltración de los movimientos rebeldes proporcionaba seguridad a los gobiernos locales al tiempo que permitía a Francia inmiscuirse en su política interna. En ocasiones, ello ha supuesto la eliminación de las facciones desafiantes. Cientos de tuaregs repatriados desde Argelia, donde habían huido de la sequía y la represión, desaparecieron en Níger durante la década de 1990 sin que los medios de comunicación franceses se hicieran en general eco de ello.

El auge del sentimiento nacional entre los tuaregs se debió en gran medida a las campañas lanzadas contra ellos por los nuevos regímenes surgidos de los procesos de independencia. La imagen romántica de los nobles guerreros del desierto, que dominaba la narrativa colonial, fue sustituida por la visión predominante entre las élites políticas de un pueblo saqueador y esclavista. Esta narrativa es especialmente poderosa en Níger y Mali, donde la CIA calcula que viven tres cuartas partes de los tres millones de tuaregs existentes en la actualidad. Los ciclos de graves sequías y hambrunas de las décadas de 1980 y 1990 empujaron a los jóvenes nómadas al vagabundeo. Al huir hacia el norte, fueron agrupados en campos en Argelia y Libia, donde las autoridades árabes consideraron este mosaico de grupos como una masa homogénea. Muchos acabaron uniéndose a la Legión Verde de Gadafi, sirviendo como carne de cañón en los campos de batalla de Líbano e Iraq o en la guerra de Libia contra Chad y su aliado francés en la Franja de Aouzou. Algunos regresaron al sur para participar en las revueltas tuaregs de las décadas de 1990 y 2000, siendo facilitadas sus migraciones por la llegada de los «camellos japoneses», esto es, los Toyota Land Cruiser de motor diésel traídos al desierto por trabajadores humanitarios.

Durante este periodo Gadafi desempeñó en el Sahel el tipo de papel perturbador, que desempeña hoy el Grupo Wagner. Desafió los intereses económicos franceses, convirtiendo a Libia en un centro de comercio y distribución de materias primas independiente de las grandes empresas occidentales, sobre todo de uranio, que suministraba tanto a Pakistán como a la India. Poco antes de que su régimen se derrumbara bajo las bombas de la OTAN en 2011, la última generación de ishumares –corrupción de la palabra francesa chômeur (desempleado)– se desplazó hacia el sur con sus armas, supuestamente alentados por la inteligencia francesa. En Mali el golpe de 2012 coincidió con la reanudación de las hostilidades entre Bamako y el movimiento Azawad. El desorganizado ejército maliense se retiró de las ciudades del norte, replegándose a través del río Níger. Pero el control tuaregs sobre Gao y Kidal se demostró efímero, ya que grupos yihadistas mejor equipados, de los que se sospechaba que recibían apoyo encubierto de Argelia, no tardaron en ganar terreno. Fue entonces cuando París envió sus tropas.

En lugar de cultivar las relaciones con las comunidades tuaregs, los servicios de seguridad argelinos se han centrado en los movimientos islamistas. Al igual que Gadafi, Argel pretendía desafiar la hegemonía francesa en el Sáhara. Los salafistas ofrecían un medio de que Argelia se afirmase como nuevo centro de referencia  regional. Durante la guerra civil argelina, se afirmó una y otra vez la existencia de vínculos entre la inteligencia argelina y los grupos islamistas, que Argel decía combatir. Cuando el ejército argelino recuperó finalmente el territorio controlado por estos grupos a finales de la década de 1990, algunos islamistas se desplazaron hacia el sur. Se mezclaron con las tribus bereberes locales, de las que los tuaregs eran sólo un componente, adoptando su modo de vida de acuerdo con la clásica estrategia maoísta de moverse como el «pez en el agua». El Sahel proporcionó un terreno fértil para la extorsión y originalmente para el tráfico de cigarrillos y combustible, que ahora incluye también el tráfico de armas y cocaína, la cual ha conocido incautaciones en la región, que han aumentado vertiginosamente de los 13 kilogramos anuales confiscados entre 2015 y 2020 a los 1466 kilogramos requisados en 2022.

La primera generación de líderes islamistas en el Sahel fue predominantemente argelina. Entre ellos se encontraba el enigmático Mokhtar Belmokhtar, un veterano de la yihad antisoviética en Afganistán, que se convirtió en una figura prominente en el valle del Mzab durante la década negra argelina de 1990 al hilo de su guerra civil. La exhaustiva campaña protagonizada por François Hollande de eliminación de los líderes yihadistas activos en el Sahel, incluido Belmokhtar, asesinado mediante un ataque aéreo en el sur de Libia en 2016, allanó el camino para el surgimiento de una nueva generación de dirigentes. Iyad Ag Ghali, un noble local y antiguo líder de la rebelión tuaregs, se separó del movimiento en 2012 para fundar el grupo salafista Ansar Dine. Más tarde asumió el mando del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GSIM), filial de Al Qaeda, que desde 2017 procedió a la unificación de las katibas de la región. Desde entonces, el GSIM ha expandido sus operaciones más allá de Mali, volviéndose cada vez más activo en otros Estados fronterizos del Sahel, especialmente en Burkina Faso, donde el grupo reivindicó la semana pasada la autoría de un ataque en la región centro-norte del país, que dejó más de 300 civiles muertos.

En la nueva coyuntura Francia se encuentra aislada, dada su inveterada costumbre de actuar en solitario en el África subsahariana

A pesar de las tensiones existentes entre los tuaregs y los yihadistas, estos grupos colaboran ocasionalmente contra su enemigo común, el gobierno maliense. Diversas fuentes informaron de que combatientes del GSIM participaron en el ataque perpetrado el pasado 27 de julio junto con el CMA. Esta información acentuó la enemistad entre Argel y Bamako, que acusó a la primera de dar cobijo a los atacantes. Pero este pacto de no agresión dista mucho de ser una alianza en toda regla. Según fuentes tuaregs citadas por Le Monde, el GSIM estuvo ausente en gran medida de la batalla de Kidal del pasado noviembre. El CMA acusa a los islamistas de permitir su agotamiento peleando contra las fuerzas gubernamentales para imponer su propio programa político y el de sus supuestos patrocinadores.

En la nueva coyuntura Francia se encuentra aislada, dada su inveterada costumbre de actuar en solitario en el África subsahariana. Aunque la UE financió algunas infraestructuras de apoyo a la Operación Barkhane, París soportó en solitario el peso de la misma. La Bundeswehr desplegó hasta mil soldados en Mali, pero se abstuvo de combatir a pesar de las peticiones francesas. Este planteamiento ha permitido a Alemania mantener su presencia en el Sahel tras la retirada oficial de Francia. El resentimiento hacia la influencia francesa en la región también va en aumento, estimulado por la propaganda rusa. Se ha culpado al Grupo Wagner de organizar protestas ante las embajadas francesas y de llevar a cabo campañas de desinformación en Internet bien acusando a una determinada empresa francesa de orquestar la escasez de combustible o bien fabricando una fosa común en una antigua base de la Operación Barkhane para encubrir una masacre cometida por sus propios mercenarios. En la República Centroafricana, las autoridades proyectaron Tourist (2021) en el principal estadio de su capital, Bangui, una burda pieza propagandística, que presenta a instructores de habla rusa dirigiendo a las tropas leales centroafricanas contra una facción rebelde apoyada por una oscura figura francesa. (El paralelismo con Hollywood es sorprendente: para consternación del ministro de Defensa de Macron, Sébastien Lecornu, la superproducción de ciencia ficción Wakanda Forever (2022) mostraba a soldados con uniformes similares a los utilizados por los efectivos de la Operación Barkhane saqueando los recursos de Wakanda).

Estados Unidos ha tolerado durante mucho tiempo el dominio del antiguo colonizador sobre el Sahel. Apoyó la Operación Barkhane, proporcionando la mitad de los suministros y ofreciendo recursos de inteligencia, así como su red de satélites, hecho que permitió a Washington vigilar de cerca la situación sobre el terreno. Los últimos acontecimientos pueden parecer un revés para esta estrategia, a medida que se deteriora la seguridad y crece la influencia rusa. Sin embargo, Estados Unidos lleva mucho tiempo intentando posicionarse en África como un socio occidental distinto de Francia. El proyecto Eizenstadt, que lleva el nombre de un subsecretario de Comercio de Clinton, pretendía establecer una zona de libre comercio en el Magreb, que rivalizara con el proyecto de mercado euromediterráneo defendido por París. Tras el 11-S, como ha demostrado Jeremy Keenan, el Sahel y sus «Estados fallidos» fueron identificados por el estamento de la seguridad estadounidense como un frente clave en su «Guerra global contra el Terror». A partir de 2002 Washington lanzó la Iniciativa Pan-Sahel consistente en una serie de acuerdos de cooperación militar firmados con Mali, Níger, Chad y Mauritania, que implicaban el despliegue de instructores estadounidenses para fortalecer a las fuerzas de seguridad locales. Esta iniciativa parece haber dado sus frutos, ya que Washington consiguió evitar la confrontación directa con los líderes golpistas, que han tomado recientemente el poder en Níger y en Mali, la mayoría de los cuales habían seguido programas de entrenamiento dirigidos por las Fuerzas Especiales estadounidenses.

La huella relativamente pequeña del AFRICOM en el presupuesto del Pentágono debe considerarse en el contexto del uso de una proporción mucho mayor de contratistas militares en la región en comparación con otros teatros bélicos estadounidenses

La firma de la Iniciativa Transahariana de Lucha contra el Terrorismo auspiciada por Estados Unidos en 2005, seguida del lanzamiento del AFRICOM en 2008, amplió las misiones de entrenamiento a todos los países situados en torno al Sáhara. Al parecer Argelia permitió que Washington estableciera una base secreta en Tamanrasset, al borde del desierto, a cambio de un aumento sustancial de la inversión directa estadounidense en el país. Washington también ha mantenido su presencia en Níger a través de las bases de drones que posee en Niamey y Agadez. El AFRICOM había estado realizando vuelos de vigilancia en la zona, siguiendo los movimientos de los combatientes para apoyar las operaciones de inteligencia de la Operación Barkhane. Las fuerzas estadounidenses se retiraron recientemente del país tras no llegar a un acuerdo con la junta gobernante, legitimando de hecho el golpe de Estado. A pesar de su importancia simbólica, es poco probable que esta retirada tenga un gran impacto operativo, ya que las actividades de vigilancia ya se estaban transfiriendo a bases situadas en torno al Golfo de Guinea.

La huella relativamente pequeña del AFRICOM en el presupuesto del Pentágono debe considerarse en el contexto del uso de una proporción mucho mayor de contratistas militares en la región en comparación con otros teatros bélicos estadounidenses. Las tendencias actuales sugieren que esta dependencia va a aumentar. En enero el presidente del subcomité para África instó a que Estados Unidos compita con el Grupo Wagner ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes. En concreto, hizo hincapié en la necesidad de ampliar sus herramientas para hacer frente a las crisis de seguridad imperantes en África más allá de las tradicionales operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU. Los contratistas militares privados ya están poniendo sus ojos en el lucrativo mercado de la «seguridad del régimen». Desde el año pasado, la empresa Bancroft Global Development, con sede en Washington DC, negocia con el gobierno de la República Centroafricana para sustituir al Grupo Wagner en las tareas de mantenimiento de la seguridad de las explotaciones mineras. «Los contratistas privados han desempeñado, y siguen desempeñando, un papel importante en la prestación de apoyo logístico, la formación, el equipamiento y otros diversos tipos de capacitación», declaró en la misma audiencia un funcionario de la Oficina para África del Departamento de Estado.

Al orillar a París en el Sahel, el Grupo Wagner parece estar a punto de conseguir en el  ámbito de la seguridad lo que las empresas chinas de construcción y minería empezaron tímidamente a hacer en el frente económico a finales de la década de 1990. A tenor de su ejemplo, los Estados están redescubriendo el modelo clásico de la milicia privada, un modelo activo en el Sur gobal desde al menos las crisis de la deuda soberana de la década de 1980, como ha destacado recientemente Joshua Craze en sus escritos sobre Sudán. Este planteamiento es más flexible, más barato y compromete menos la soberanía del país anfitrión. Se trata de un modelo que la propia Francia ha empleado en varias ocasiones, empezando por sus «Affreux», los primeros mercenarios franceses presentes ya en 1960 en Katanga, región del antiguo Congo Belga. Los recientes sucesos de Tinzaouaten sugieren, sin embargo, que las empresas militares privadas y las milicias no son la panacea y que, tras los fracasos de las misiones de estabilización francesas, es probable que también estas tengan dificultades para hacer realidad sus intereses en la región.


Recomendamos leer Rahmane Idrissa, «El Sahel: un mapa cognitivo», NLR 132.

Artículo aparecido originalmente en Sidecar, el blog de la New Left Review, y publicado aquí con permiso expreso del editor.