El Cierre

Biden se va pero el problema se queda #ElCierre

Que Joe Biden no esté ya en el ticket demócrata para competir contra Donald Trump, no lo hace un santo. Esa rápida dualidad entre buenos y malos termina siempre por despolitizar

Pocas cosas ejemplifican mejor el malmenorismo imperante a nivel internacional que las reacciones a la carta en la que el presidente estadounidense Joe Biden se retira de la candidatura demócrata a las elecciones y afirma que se concentrará en culminar su mandato. Desde diversos espacios se ha aplaudido esta decisión que llega tras veinte días de presiones externas e internas al todavía presidente y, sin duda, aunque tardara en llegar, es una decisión que resulta lo positiva que puede resultar en un escenario de trumpismo galopante, pero también hace falta la necesaria pregunta que muchos obvian en estas horas de elogios y ensalzamiento a una figura que tiene mucho de gris y de oscuro ¿Cómo llegaron hasta aquí?

A Joe Biden se lo quiere recordar como gran presidente, amigo, hombre de estado capaz de enfrentar retos complejos, etcétera. Incluso en los círculos del periodismo local hay quien le reconoce ser un político serio y cabal que, en palabras de Lucía Méndez, no merecía el trato de crueldad sin precedentes que ha recibido. Este es el problema con ciertos endiosamientos, sin que ello signifique avalar los malos tratos que pudiera recibir. Pero los personajes públicos y sobre todo los representantes políticos están en el ojo público y deben ser fiscalizados. A Biden, es verdad, se le ha hecho una campaña como las que hemos visto en España –por no irnos muy lejos– contra diversos personajes políticos sin que mucha prensa local dijera nada al respecto, por supuesto. Pero la principal presión popular contra Joe Biden no ha venido en forma de represalia injusta contra su persona, sino en contra de sus políticas lacerantes en materia doméstica e internacional.

Que Joe Biden no esté ya en el ticket demócrata para competir contra Donald Trump, no lo hace un santo. Esa rápida dualidad entre buenos y malos termina siempre por despolitizar. No hay nada más apolítico que renunciar a la memoria. Las políticas de la administración Biden en materia de derechos humanos no sólo distan de lo que se defendió en la campaña en 2020, sino que se asemejan tremendamente con el proyecto político del supuesto contrincante, Donald Trump. Biden prometió humanizar las fronteras estadounidenses y proporcionar regularización administrativa a los millones que viven en situación irregular en dicho país –esto nos suena conocido, ¿Verdad? – pero luego pidió al Congreso que le concediera el poder para cerrar la frontera y “contener” la ola de migración. Todo esto sin mencionar la evidente política contradictoria de una administración que intentaba desvincularse de la imagen de la presidencia anterior –la de Donald Trump­– pero a la vez no era capaz de plantar cara en términos de batalla cultural y defender los derechos de cualquier persona viniera de donde viniera. De ahí que muchos solicitantes de asilo quedarían en un limbo legal y que, de facto, poco se recuerda, Biden endureció las restricciones al derecho de asilo. Medidas que fueron rechazada por organizaciones defensoras de derechos humanos a nivel internacional.

Si no vas a cambiar las políticas del trumpismo, ya sabemos lo que pasa: el trumpismo crece. Y lo hace todavía más cuando se sigue apostando por la fórmula del malmenorismo. Joe Biden no sólo endureción medidas contra los cuerpos migrantes, sino que tuvo bajo su presidencia dos otros grandes hitos que hoy convenientemente obvian las notas de felicitación por su enorme responsabilidad. La primera, la guerra Rusia-Ucrania, donde Biden vio una posibilidad de recuperar el protagonismo estadounidense en un contexto en que su hegemonía internacional está quebrada. El fortalecimiento de la OTAN y, por supuesto, la apuesta por una Europa completamente sometida a sus intereses, llevó a que esta guerra continúe más de dos años estancada. Pero, ojo, estancamiento quiere decir sufrimiento de miles de personas que padecen una guerra que no tiene ningún sentido y que de continuar su escalada no hace sino acercarnos cada día más a un conflicto con nada menos que una potencia nuclear. Pero la administración Biden apostó por lo que imaginábamos, el apoyo absoluto a la guerra, ojo, que no a Ucrania, a través de la construcción de ese “otro” en Rusia con quien se niega a conversar y por lo mismo cierra la posibilidad de encuentro. Lo terrible es que la Unión Europea haya decidido asumir ese mismo mandato desde una posición súbdita vergonzosa.

Pero hay otro tema bastante silenciado estos días y que atañe tanto a Trump como, ojo, ya que estamos, a su vicepresidenta y previsible candidata a sucederlo, Kamala Harris. Hablar de Biden es hablar del principal apoyo del Estado de Israel y de Benjamin Netanyahu en particular, durante estos más de nueve meses de genocidio. Hablamos de un presidente que ha armado hasta los dientes a un estado genocida. Hablamos de un presidente que ha legitimado los peores crímenes contra la humanidad de nuestros tiempos. Crímenes de guerra, genocidio, hambruna contra un pueblo, desplazamientos forzosos, violación de legislación internacional, etcétera. Esto es el legado de Biden también y sobre todo. No es que haya apostado sólo por la falsa retórica del “derecho a defenderse”, sino que ha apostado por que ese falso derecho suponga la eliminación de un pueblo con armas y dinero estadounidense. Y no nos engañemos, es verdad que Donald Trump será incluso más concesivo con Netanyahu, pero es precisamente ese el problema. El malmenorismo no sirve porque al final del día nos hace elegir entre un genocida u otro. Esa es la magnitud del problema y esta es la nota de mayor indignación frente a las reacciones halagüeñas a un sujeto que, por cierto, volverá a recibir a Netanyahu esta semana en la Casa Blanca.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Biden se va, pero el sistema se queda y ese es el problema. Porque si nos preguntamos ¿Cómo llegó el Partido Demócrata hasta aquí? Es decir, hasta una situación casi sin precedentes en la historia, a estar en inestabilidad política a cuatro meses de unas elecciones importantes, la respuesta la hallamos precisamente en ese modelo que se empeñan en sostener y que no es otra cosa que la alfombra roja para el trumpismo y la ultraderecha. Biden fue, como apuntó con acierto Branki Marcetic en la revista Jacobin, el mejor candidato elegido por los demócratas con un fin que no era ganar a Trump, sino ganarle a Sanders. O mejor dicho, neutralizarlo. Las figuras de izquierda dentro del partido demócrata han sido siempre intuidas como los verdaderos adversarios y de aquellos polvos estos lodos. Por eso Biden se va, pero el modelo se queda. El mismo modelo y las mismas políticas que son un legado vergonzoso que hoy pocos quieren recordar, y que cuentan también con el sello Kamala Harris. Conviene no olvidar quiénes son estos personajes sobre todo tras el aluvión de aplausos macabros de las últimas horas. Estados Unidos en la encrucijada y, como sabemos, sus encrucijadas son también las nuestras. Hasta mañana.


Puedes ver el cierre de hoy en El Tablero por Canal Red aquí: