"Gaza: la franja del exterminio", un documental sobre el genocidio perpetrado por el Estado de Israel sobre Palestina

Conversamos con Rafael Rangel para conocer la situación y las circunstancias vitales que lo llevaron a documentar el genocidio y a acercarse a escasos kilómetros de lo que el cineasta llama el «muro de la ignominia»

Imagen de la película documental: “Gaza: la franja del exterminio”
Imagen de la película documental: “Gaza: la franja del exterminio”

Un acercamiento hasta las entrañas de la Franja de Gaza, en la perspectiva de una «antropología salvaje», es lo que muestra la película documental Gaza: la franja del exterminio (2024), cuyo estreno tuvo lugar en la Cineteca Nacional de la Ciudad de México. El documento audiovisual denuncia el genocidio cometido contra niños, mujeres y hombres, cuyo saldo, al día de hoy, según el Ministerio de Salud Palestino, es de 36.050 personas asesinadas y 81.026 heridas sin contar los desaparecidos bajo los escombros de una ciudad reducida a cenizas. Las imágenes nos sitúan en el lugar de los acontecimientos y, sin faltar a la verdad del sufrimiento de un pueblo entero, muestran la cruda y brutal realidad: el horror de la destrucción y el genocidio perpetrado por el Estado de Israel sobre Palestina.

A partir de su estreno en México y, tras la primera negativa que recibió el cineasta Rafael Rangel (México, 1962) para que su documental se proyectara en un emblemático cine de Londres (ciudad que se precia de ser cosmopolita), conversé con él para conocer la situación y las circunstancias vitales que lo llevaron a documentar el genocidio y a acercarse a escasos kilómetros de lo que el cineasta llama el «muro de la ignominia». Durante nuestra entrevista, Rafael me confiesa que la idea en un inicio no era mostrar tan explícitamente el exterminio que se está ejecutando en aquella región del mundo contra seres humanos inocentes, ni tampoco ahondar en la crueldad visual que se muestra la película. «Nunca he sido tremendista en mi cine —asegura el director—, pero, después de reflexionar, me dije a mí mismo: “si no se muestra la verdad, va a ser una falta de solidaridad con las víctimas”. No se puede aligerar o suavizar lo que está ocurriendo; sería una traición a la verdad de lo que está sufriendo el pueblo palestino».

A pesar de la descarnada brutalidad de algunas imágenes, que nos permiten reparar en la delgada línea que separa un comportamiento «civilizado» con otro inhumano y monstruoso, el director me asegura que hubo una sola escena que no incluyó en la edición final: «En una fracción de 15 metros, se distinguen las marcas o huellas por donde circuló un tanque militar, y en ese mismo trayecto se pueden ver vísceras humanas y un charco enorme de sangre. Después me enteré que lo que hacían los soldados israelíes era sentar a los palestinos en línea, maniatados, para pasarles el tanque por encima y ahorrar municiones; para aplastarlos como animales: eso ni en una película de ficción lo he visto».

Aquella piedad de la que nos hablaron ciertos filósofos europeos, que la consideraban un sentimiento natural que no necesita apoyo cultural para florecer, está ausente en los verdugos y asesinos de Palestina. Ni piedad, ni compasión. Al contrario, la crueldad que les ha dejado manchadas las manos de sangre no tiene palabras que consigan describirla. Sin embargo, el cine sí logra expresarla, y lo hace a grado tal, que desgarra el alma y la deja en un profundo lamento. El acontecimiento se produce en el cine porque conmueve al espectador; porque lo arroja de lleno a una experiencia inédita, a partir de un lenguaje original que habla desde las vísceras.

Rafael Rangel con su equipo
Rafael Rangel con su equipo

A quien aún le quede un rastro de humanidad, debería sentirse herido por esas imágenes del horror. Es algo que nos recuerda unas palabras de Susan Sontag: «Durante mucho tiempo algunas personas creyeron que si el horror podía hacerse lo bastante vivido, la mayoría de la gente entendería que la guerra es una atrocidad, una insensatez». Sin embargo, por desgracia las cosas no ocurren así, y las imágenes que circulan con el filtro de las redes sociales no permiten dimensionar, en una profunda experiencia del tiempo, el dolor que se extiende con el transcurrir de los días, y sin que aún se vislumbre un cese al fuego y un final para la masacre. Algunos de los videos que han aparecido en internet ya han sido bajados de la red a causa de la censura, mientras que otras imágenes han quedado ahí para ser olvidadas, porque las redes, en su dinámica banal, van enterrando, fotografía tras fotografía, grito tras grito, todo aquello que debe ser visto y oído para no volver a mirarse ni escucharse nunca más. Entonces, recuerdo otras palabras de Sontag: «Al igual que se puede estar habituado al horror de la vida real, es posible habituarse al horror de unas imágenes determinadas». De ahí la importancia que posee el documental del director mexicano, porque logra tejer una narrativa del horror que impone un silencio denso que se nos atraganta. Ante el dolor de los demás, los ojos incrédulos que lo acompañan no quieren voltear, pero saben que ya no podrán olvidar lo que han visto.                                                                             

Nada de esto sería posible sin suscriptores

«¿Señor, dígame, por favor, esto que está ocurriendo es realidad o es una pesadilla?». La pregunta se la plantea a un paramédico una pequeña niña, otra inocente víctima que llega gravemente herida al hospital, como nos muestra la película de Rafael Rangel. Esta escena, con su inquietante interrogante, supuso para mí, como espectadora del documental, un punto de inflexión. La súplica de una niña por saber la verdad de lo que ocurría ha quedado tatuada en mi corazón y memoria. A veces —lo confieso—, sueño con ella, con todos los niños de Palestina, con los que han sido salvados y con aquellos que no sobrevivieron ni sobrevivirán al genocidio. Niños del pasado y del futuro unidos por la misma muerte del presente.

¿Por qué toda esa crueldad?, me pregunto y le pregunto también con insistencia a Rafael, quien ha desafiado todas las circunstancias vitales y creativas para poder filmar, realizar y producir este documental con el apoyo de personas de la Franja de Gaza, entre ellos, víctimas y jóvenes que, ante los acontecimientos, se convirtieron en fotógrafos de guerra y en testigos a los que la película da voz. De manera contundente, Rafael me responde: «No encuentro otra explicación a ese nivel de crueldad más que el adoctrinamiento a los israelíes desde la infancia. He visto imágenes de los salones de colegios en Israel donde están diciéndoles que un palestino es un animal. Les preguntan: “¿tú qué harías si encuentras a un palestino a tu lado?”. Las respuestas de los niños te dejan helado. El mismo ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, la primera declaración que hizo fue: “Estamos luchando contra animales humanos”. Esto es lo que traen en la cabeza. ¡Ah, pero no se atrevan a criticar o a denunciar a Israel por el trato atroz que inflige al pueblo palestino, porque de inmediato eres acusado de antisemita! Ha habido manifestaciones multitudinarias de judíos ortodoxos apoyando a los palestinos con banderas palestinas, y hay videos de policías de Israel golpeando a judíos ortodoxos. Los patean: ¡es increíble! Ha habido manifestaciones de judíos pidiendo la destitución de Netanyahu. Los mismos judíos que han sobrevivido el Holocausto. De hecho, politólogos reputados como Norman Finkelstein se han posicionado así: ¿cómo es posible que ahora estemos infligiendo esto a los palestinos? Hoy está muy dividida la sociedad judía porque también está el judío que ha obstaculizado que ingrese la ayuda humanitaria a Palestina».

El recuerdo de la Shoah es denostado con estos actos del grupo de judíos que apoya el genocidio: los sionistas. Tal parece que ya no importa conservar la memoria del horror que guardaron los supervivientes de Sobibor, Dachao o Auschwitz, sino convertirla en una inmoral coartada que justifique y consolide el despojo de la tierra de los palestinos, el saqueo de sus recursos naturales y el exterminio de todo un pueblo, gozando para ello de la complicidad y ayuda de Estados Unidos y sin que importe lo más mínimo la flagrante violación de los derechos humanos y de todo el orden jurídico internacional. «Debemos entender —me dice el cineasta— qué significa Israel para Estados Unidos. En primer lugar, es otra estrella de su bandera, es un estado americano, es el pie que tiene EUA en Oriente Medio por todos los recursos que ahí hay. Esa es la razón por la que el gobierno estadounidense le manda millones de dólares cada mes a Israel, para que se mantengan sus negocios. ¿Por qué Israel tiene más avances tecnológicos que otros lugares en Oriente Medio? ¿Por qué tiene el ejército más poderoso? Porque Estados Unidos le provee todo. A ellos les interesa mantener a Israel en esa posición. Netanyahu es un psicópata y los obedece. Se ha visto en internet un vídeo, que ya ha sido retirado también, de cuando Netanyahu tenía veintitantos años, y dice exactamente lo que está haciendo hoy. Lo expresó en una entrevista, cuando creía que la cámara estaba apagada, mientras tenía a un niño sentado a su lado: “A los palestinos hay que exterminarlos”, dijo.

Este nefasto y criminal lema sintetiza bien el discurso recalcitrante del primer ministro sionista de Israel, con su ideología fanática; es el leitmotiv del que se sirve para continuar con la masacre genocida, para seguir con el avasallamiento en contra de los habitantes de Palestina: simplemente, por no verlos como seres humanos, sino como terroristas: «Hay una buena parte del cine, así como de los medios de comunicación occidentales, que promueven esa imagen de los palestinos. Desde el cine de Hollywood, en el que los grandes jefes son judíos. ¿Qué hacen en sus películas? Han armado el arquetipo del árabe terrorista. Nos han vendido eso; nos han hecho creer eso, impidiéndonos una comprensión del otro. No hay otredad real si el otro siempre es el mal», concluye Rangel.

Rafael Rangel y Mahmoud M. Zagout
Rafael Rangel y Mahmoud M. Zagout

Durante su viaje a las entrañas palestinas, el director del documental me confiesa haber vivido una de las experiencias más oscuras y, a la vez, más luminosas de su existencia, a pesar de la tragedia que se vive allí todos los días. El cineasta mexicano valora haberse podido acercar al terreno para intentar comprender, en medio de una tragedia humana de tamaña magnitud, la cultura árabe y su forma de vida, tan arraigada en una profunda religiosidad y devoción al Corán. Fue una ruptura de paradigmas, socioculturalmente hablando. Rafael me cuenta cómo presenció una parte de los festejos del ramadán, los cuales no tenía previsto incluir en la película, pero que, al final, integró. En esa transmutación que supuso su viaje a la zona, lo que más le sorprendió fue atestiguar la fortaleza de los niños palestinos, la vitalidad de su espíritu: «Los niños de Palestina son los protagonistas de esta película. Su carácter y fortaleza es algo que me dejó en shock. Vi más veces quebrados a los adultos palestinos que a los propios niños».

La noticia del 7 de octubre sobre el ataque perpetrado por Hamás en territorio israelí, que asesinó a 1200 personas, desencadenó una desmesurada respuesta por parte del gobierno sionista israelí, que pronto tomó las proporciones de un verdadero genocidio. Hasta hoy, constituye la mayor masacre ejecutada contra la población civil de Palestina.

Decidido a realizar su documental, Rafael Rangel (quien no duda en condenar también los actos de Hamás) se dio a la tarea de buscar colaboradores en la propia Franja, con la idea de que le ayudasen a hacer la película y a concebir un testimonio que diese voz, en primera persona, a las niñas y niños de Gaza. Lo insólito es que este documental está realizado con un elenco de personas que nunca antes habían hecho cine y que se entregaron al proyecto en cuerpo y alma, para que su historia pudiera conocerse. El testimonio cuenta con la fotografía de Mahmoud M. Zagout, originario de Rafah, un joven de 24 años, quien perdió su hogar tras el lanzamiento de un misil que destruyó la casa donde vivía. También fue primordial la ayuda de Mahmoud Elkholy, un muchacho de 22 años que dejó su trabajo como taxista en El Cairo para integrarse y liderar a un grupo de jóvenes egipcios que se sumaron al proyecto del cineasta. Fue en este lugar donde pudo reunirse el director con los principales actores del proyecto para terminar de editar el documental.

«Las cosas no fueron nada sencillas, me cuenta Rafael, ya que Mahmoud M. Zagout tuvo que pagar ocho mil euros para poder salir de esa cárcel de la que pocos han logrado escapar. Él perdió todo, su casa, su productora, y sólo pudo entrar al Cairo pagando una cuota, cosa que no todos pueden hacer». El director de cine relata con asombro cómo pudo acabar de dirigir el documental en condiciones totalmente adversas y casi en tiempo real, muchas veces viéndose obligado a dirigirlo desde la distancia —a dos o tres kilómetros de la Franja, que era lo máximo que permitían acercarse—, mientras Mahmoud recibía sus instrucciones desde el otro lado. Pero, una vez que Mahmoud pudo escapar, todos se reunieron en el vestíbulo de un hotel de El Cairo: «Les dije que con el material que habíamos reunido era imposible tener una narrativa completa, que necesitábamos más material. Así que Mahmoud M. Zagout me dijo que conseguiría imágenes de otras personas que habían grabado con sus propios móviles todo lo que ocurría dentro de la Franja. Les solicitamos esa información, pues ahí todos se conocían. Empezó a correr la noticia de que un “pinche loco mexicano” estaba rodando un documental para apoyarlos y darles voz. De pronto era un mundo de gente colaborando. De verdad, fue una gran experiencia, totalmente conmovedora. Ha sido la experiencia más oscura y más luminosa que he vivido».

Desde luego, las condiciones en las que se produjo el documental fueron adversas, ya que estuvieron envueltas en una atmósfera dramática. Aun estando «a salvo» en el vestíbulo del hotel en El Cairo, por lo menos cuatro o cinco veces sonaba la alarma cada día: «Entrar al hotel —sigue narrando Rafel— era como entrar a la embajada americana. El taxi donde llegábamos era revisado por dos perros y por un espejo que ponen debajo del auto. Todo el interior del coche era totalmente revisado, una cosa impresionante. Todo esto para entrar al hotel. Todos los días era el mismo proceso, aunque salieras sólo a comer. En general, en El Cairo, había retenes a cada kilómetro y, azarosamente, te detenían o no, dependiendo del juicio de quien estaba a cargo. Toda la ciudad estaba sitiada. Era un clima similar al de una guerra, porque Egipto es otra frontera por donde están arrojando misiles los israelíes a la Franja. Además no se permite el ingreso masivo de los palestinos en Egipto. Es que es una cosa impresionante: tú puedes pensar que en Medio Oriente hay solidaridad con los árabes, pero no es así necesariamente».

En estas condiciones de controles diarios, inspecciones minuciosas y alarmas que sonaban a cada rato, debido a que los misiles enviados desde Israel a Palestina sobrevolaban una parte de Egipto, el equipo de producción consiguió terminar de editar el material que resultaba imprescindible para acabar el documental, el cual constituye ahora un archivo que se brinda a la memoria del futuro, para que la atrocidad de este exterminio no caiga en el olvido, y podamos seguir creyendo que algún día será posible restañar las heridas y vivir en un mundo mejor, que esté en paz. Son cien minutos de duración que permiten conocer las voces de quienes no son casi nunca (si es que lo son alguna vez) escuchados; de quienes quieren ser borrados de la faz de la tierra, pues tal parece que desde 1948, cuando se produjo la Nakba (literalmente, ‘catástrofe’ o ‘desastre’ en árabe), aquella ha sido la retórica que ha prevalecido entre las fuerzas armadas israelíes, y más allá de ellas: llevar a cabo una «limpieza étnica».

En el fondo, esa es la intención que subyace, asegura Rafael Rangel, para quien no sólo hay un interés por continuar despojando a los palestinos de su tierra, sino también de explotar y acaparar los más grandes yacimientos de gas natural del planeta, los cuales se encuentran, precisamente, frente a una de las playas donde filmó la escena final de la película. En dicha playa, se aprecia a la niña Nour Alnaji mientras camina por la orilla, sobre el arenal. La vemos ataviada con su tradicional hiyab de color negro, cantando. La dulzura de su voz entona una canción cuya letra nos habla de una pequeña ave que está volando bajo la tormenta, a la busca de su nido. En medio del horror de violencia, destrucción y muerte que sufre la niña, su canto junto al mar resulta simbólico y bello, pero a la vez contrastante y dramático. De ahí que el documental haya sido pensado con un propósito humanitario y sin fines de lucro, ya que todo lo recaudado en las funciones y proyecciones que consiga hasta octubre próximo, cuando sea publicado en YouTube y con acceso libre para todo el mundo, será donado para la labor de Médicos Sin Fronteras y de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), así como para Nour Alnaji, la protagonista de este documental y portadora de la esperanza de todo un pueblo cuya vida ha sido confinada en un ciudad convertida en otro campo de exterminio.

Rafael Rangel asume que este testimonio es para el futuro. Al más puro estilo de Pasolini, lo que le interesa es hacer un cine cada vez más radical y menos redituable. Al final del documental, aparecen agradecimientos especiales para Abdallah Alattar, Adel Shaheen, Eye On Palestine, Abood Alsayed, Annur TV, Mahmoud Bassam, cata_mame, Muhammed Elhuseyin, Spotlight Humanity, Shehab Aldin, Adel Shaheen y FreePalestineTogether, todos ellos colaboradores profesionales que, desde la Franja de Gaza, participaron en la película documental. Para ellos, así como para todos los que aún preservan la capacidad de conmoverse ante esta ignominiosa masacre, y exigen poner fin al exterminio del pueblo palestino, está dedicado el documental. Cabe decir, por último, que su estreno contó con dos funciones en la Cineteca Nacional de CDMX: una programada por la propia Cineteca, y la otra gracias a la presión ejercida por un grupo de mexicanos activistas, quienes, ante los rumores de censura del documental, acudieron al lugar para manifestar su apoyo a Palestina. Y es que es necesario que siga difundiéndose esta historia atroz, la de todo un pueblo cuyo dolor no merece ser pasado por alto, ni su exterminio condenado al olvido.