‘Marisol, llámame Pepa’: las tres traiciones de la niña títere del franquismo que abrazó el comunismo

El documental muestra la transformación de la famosa actriz y cantante, pero no se atreve a adentrarse en sus momentos más oscuros y terribles

 

Pepa Flores es una rareza dentro del mundo de las celebridades porque es muy extraño que un famoso del mundillo cultural o el espectáculo reniegue de toda exposición pública: un regreso a su oficio, una entrevista en prensa, radio o televisión, un homenaje, un premio... Cuando hace cuatro años recibió el Goya de Honor casi todos en el gremio del cine sabían que Pepa Flores, que abandonó el oficio en 1985, con solo 35 años, no iba a aparecer en la gala, en la que acabaron representándola sus tres hijas, María, Tamara y Celia. Y es realmente admirable porque hay muy poca gente con esa tenaz coherencia.

La primera vez que Pepa Flores actuó frente al dictador Franco fue en unas jornadas de folclore andaluz de “gratitud al Caudillo”. Como magistralmente plasmó Luis García Berlanga en Bienvenido, Mister Marshall, la dictadura se aprovechó de Andalucía para usarla como emblema de todo el país y lo hizo durante décadas y hasta el hartazgo.
Y ahí estaba la niña que dejó atónitas a miles de personas, entre ellas a Manuel Goyanes, que la vio por la televisión y supo que había descubierto una mina de oro. No tardó en secuestrarla legalmente y meterla a vivir en su propia mansión, como una mascota. El empresario la deshumanizó de tal manera, que hasta le cambió el nombre y la convirtió en Marisol ante el silencio cómplice de su necesitada familia.        

Goyanes y Franco se beneficiaron de la pequeña Marisol, sus películas en color contrastaban con las de Pablito Calvo, en blanco y negro y con mucho mejores guiones y realizadores (el gran Ladislao Vajda, por ejemplo). Los pésimos filmes de Marisol, como el exitazo Un rayo de luz, mostraban una cándida, colorista e inexistente España, pero en el extranjero se tragaron esa España más “moderna” y Marisol recorrió toda Hispanoamérica, menos Cuba, curiosamente. En Estados Unidos la “niña prodigio” fue recibida hasta en el famosísimo programa de Ed Sullivan. Solo dos años después del apoyo del presidente Dwight D. Eisenhower a Franco, el blanqueamiento del régimen fascista por parte de los americanos se antojaba perfecto.

En sus películas Marisol era una niña repelente y empalagosa y en ellas se buscaba un cine desclasado, en el que la pobreza se mitigaba con la caridad, con huerfanitas adoptadas por familias ricas, guapas niñas que ascendían en la escala social porque cantaban y bailaban de maravilla. Y todo en una España en la que la mujer estaba completamente ninguneada y su función era la de procrear y hacer feliz a su marido. De hecho, su obligación de “obedecer al marido” estaba escrito nada menos que en el Boletín Oficial del Estado.

Esa era la España de Marisol, “presentada en sociedad” en una fastuosa celebración de la élite franquista, un país en el que las mujeres que no pertenecían a la clase sirviente debían ser solo amas de casa. Y para abrirse una cuenta bancaria o un negocio, o para sacarse el pasaporte, debían pedir permiso a sus maridos. Finalmente, Pepa Flores, que se destrozó la voz por culpa de la explotación a la que fue sometida, consintió ser una más de aquella oligarquía casándose, con solo 21 años, con Carlos Goyanes, hijísimo de su creador y al que conocía desde que era un niño. Habían vivido juntos y se había amado en secreto, pero en aquel enlace en la iglesia de San Agustín la tristeza de su mirada, reflejada en los reportajes de la época, era evidente.

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La primera traición de Pepa Flores a la España “de bien” llegó con su separación, solo tres años más tarde. Y con ella llegó el gran cambio, la liberación, la metamorfosis. Pepa Flores, con solo 24 años y en un país todavía aletargado, rompió con la empresa y la familia Goyanes, se buscó un coqueto piso de soltera en Barcelona y se liberó por completo. Y aunque rodó, por dinero, espantosas películas del destape como La corrupción de Chris Miller, La chica del Molino Rojo o El poder del deseo, ella lo que quería era trabajar con Polanski, Bergman o Losey. Hasta hizo una prueba para Bertolucci. Y sí, España se abría y se liberaba, pero solo en el terreno sexual, no en el político. Y en el destape las que se destapaban eran principalmente las ellas, en el terreno sexual las mujeres seguían siendo un mero objeto.

Como lo fue Pepa Flores en la famosa portada de la revista Interviú, su segunda traición a aquella España. Antonio Asensio, dueño de la revista, le confesó al fotógrafo César Lucas que publicaría los desnudos de Marisol “me pase lo que me pase”. Y lo que pasó es que vendió un millón de ejemplares, y que la niña preferida del régimen se convirtió en una “cualquiera”. Era lo que le faltaba a la arcaica España, que la llamó adúltera y puta por la calle cuando se enamoró del bailarín Antonio Gades. Era aquella una España que cosificaba a la mujer y leía babosos textos de Juan Marsé o Juan Luis Cebrián, que escribió en Interviú: “Marisol ha sido una de las pocas mujeres-objeto, a nivel europeo que hemos podido enseñar. Aquí las mujeres-objeto siempre son gordas y bajitas y esperan al marido en casa para irse al cine de su barrio. Marisol, por lo menos, es un objeto de valor”.  

Ante el escándalo y los insultos, Marisol se ocultó en Altea, Alicante, junto a Gades y sus hijas y conoció a un cineasta con el que se entendía a las mil maravillas: Mario Camus. Con él, y junto a Gades, rodó en Cantabria Los días del pasado, un western con maquis que muestra el esplendor visual del Valle de Cabuérniga y en ella Camus hace una buena metáfora de aquella España: oscura, triste y gélida, como el lugar en el que acaba el personaje de Pepa Flores, una guapa profesora del sur en busca de su amante, escondido en los bosques del norte.

También musicalmente Pepa Flores dio un giro tan valiente como arriesgado. El disco Galería de perpetuas, canciones para mujeres, grabado en diez días, era su disco más comprometido, impulsivo y duro de todos cuantos grabó, una obra feminista y subversiva en la que hablaba del franquismo, de la violación, de lesbianismo, de la prostitución y de matrimonio como herramienta de opresión.     

La tercera traición vino cuando Pepa Flores, que se casó con Gades en Cuba y con Fidel Castro como padrino, fue fotografiada con el puño en alto y se presentó como “una obrera de la cultura”. Fue muy valiente porque no solo acudió a las manifestaciones comunistas, sino que se enfrentó al PSOE y su apoyo a la OTAN. Y llamar traidor a Felipe González le costó el ataque del Grupo PRISA. En una columna de El País titulada El puño de Marisol, Maruja Torres llegó a escribir: “A mí, la foto de Marisol alzando el brazo esbelto, broncíneo, rematado con un picaporte de lujo, en el congreso del prosoviético PCC catalán, me recordó aquellos mítines que encabezaba Jane Fonda hace muchos años, cuando la atacó el repente de querer poner a los indios a vivir en Beverly Hills: hoy, ya lo sabemos, la Fonda está dándoles carrera a sus niños a costa de todos los que hacen el indio deslomándose con el aerobic, uno-dos, uno-dos-puf”.

Por desgracia, Marisol, llámame Pepa, con guion y dirección de Blanca Torres, no se adentra con valentía en el lado más aterrador de la biografía de Pepa Flores, en lo que confesó en Interviú en 1979: la explotación laboral desde los ocho años, bestiales palizas, cómo fingía dormir mientras el empresario de turno y su amante tenían sexo en su misma cama… Tampoco habla de una niña a la que se le teñía el pelo de rubio, se le vendaba el pecho y se le operó la nariz. O de sus dos intentos de suicido, de que su abusivo contrato estuvo a punto de convertirse en vitalicio y de que mientras Pepa permanecía en la casa de Goyanes su madre fue obligada a vivir en una pensión y cuando la visitaba la obligaban a comer en la cocina. Al contrario, tenemos que escuchar en el documental a Enrique Cerezo diciendo que hay que gradecer todo lo que hizo Goyanes con Marisol.   

Tampoco habla Marisol, llámame Pepa de las sesiones de fotos en la mansión de Goyanes y en las que un fotógrafo amigo de la familia desnudó a la niña y la toqueteó, un pedófilo que poseía fotos de otras niñas desnudas que posaban con los ojos vendados. Ni de lo que le confesó Pepa Flores a Francisco Umbral: “Me llevaban a un chalé del Viso y allí había gente importante, gente del régimen, a verme desnuda, a mí y a otras niñas”. Lástima, otra oportunidad perdida.