‘Twitter en la era de Elon Musk’: el peligro de un reaccionario, homófobo y negacionista que se cree Iron Man

La miniserie retrata a un ser antojadizo, defensor de Trump, enemistado con su hija Jenna y que dirige erráticamente X mientras crecen los discursos de odio

La prensa, la televisión y le cine siempre se han interesado por los magnates, sobre todo por los excéntricos. Por ejemplo, Mark Zuckerberg (Facebook) o Richard Brandon (Virgin). Igual que Branson (que con Virgin Galactic planea vuelos espaciales suborbitales tripulados), Elon Musk está obsesionado con la carrera especial, es populista y le gustan mucho las cámaras. Todo lo contrario que el pionero magnate Howard Hughes, enfermizo ermitaño obsesionado con los aviones. 

Elon Reeve Musk, nacido en Pretoria, Sudáfrica, en pleno apartheid (sistema de segregación racial) es la segunda persona más rica del mundo (la primera es Bernard Arnault, magnate dedicado a los artículos de lujo). Musk es fundador, consejero delegado e ingeniero en jefe de SpaceX, director general y arquitecto de productos de Tesla, fundador de The Boring Company y cofundador de Neuralink y OpenAI. Además, es el director ejecutivo de X Corp, compañía creada tras la compra de Twitter por 44.000 millones de dólares. ​

Lo primero que llama la atención en Twitter en la era de Elon Musk, de de James Jacoby (también director de Imperio Amazon: el ascenso y el reinado de Jeff Bezos) es el infantilismo de su protagonista, un tipo que sufrió bullying en el colegio y se refugió en los superhéroes. Tanto que algunos de sus colaboradores aseguran que se cree Iron Man. O Tony Stark, hijo del jefe de Industrias Stark y brillante estudiante de Ingeniería Electrónica. Elon Musk, por cierto, no pudo evitar aparecer en Iron Man 2 en un breve cameo. 

Elon Musk, Chief Executive Officer of SpaceX and Tesla and owner of Twitter, gestures as he attends the Viva Technology conference dedicated to innovation and startups at the Porte de Versailles exhibition centre in Paris, France, June 16, 2023. REUTERS/Gonzalo Fuentes     TPX IMAGES OF THE DAY

En cuanto compró Twitter, Musk ordenó colocar una enorme X (que cegaba con su luz a los vecinos) en la azotea de su sede, como si fuese el cuartel de un superhéroe. Además, en la foto de su cuenta de X parece Iron Man, aunque en realidad va disfrazado de “Campeón del Diablo”. La foto está tomada en una fiesta de Halloween de la modelo Heidi Klum y el disfraz es un traje de gladiador de cuero rojo sangre que presenta el símbolo de la cabeza de la cabra satánica, conocido en los círculos ocultos como Baphomet. Pero dejemos las conspiranoias para Iker Jiménez. La línea argumental de Twitter en la era de Elon Musk es el peligro que supone que un reaccionario, populista y dado a las decisiones poco meditadas y los berrinches controle una red social tan gigante e influyente como X. Es más: ahora su poder, el de la difusión de información de todo tipo en X, tiene pocos controles y como personaje público cuenta con miles de seguidores y fans que se tragan sus monsergas, como cuando proclamó que el coronavirus no era para tanto.

Cuando el gobierno norteamericano, asolado por la pandemia global, obligó a cerrar las fábricas de Tesla, Musk usó la palabra mágica: libertad, la misma que usan Javier Milei o Isabel Díaz Ayuso. “Devolved la libertad a la gente”, “Un encarcelamiento de la gente es fascismo, no es libertad”, escribió como un burdo negacionista en su cuenta de Twitter. Donald Trump, por supuesto, le respondió con un “gracias” y se unió a los líderes ultraderechistas que simpatizan con el magnate, como Netanyahu, Milei, Meloni o Bolsonaro cuando gobernaba Brasil.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Antes del asalto de Musk, en Twitter estaban preocupados porque en su caudal diario empezaban a circular más mentiras que verdades. Rumman Chowdhury, directora del equipo de Ética, Transparencia y Responsabilidad del Aprendizaje Automático (META) de Twitter, fue uno de los “árbitros de la verdad” (así la tachaban) atacados por la ultraderecha. Su trabajo se basaba en controlar algoritmos sesgados que generaban en los usuarios una segregación por género, sexo, raza o clase social. Ante esta responsabilidad, desarrolló políticas de moderación de cometidos y persiguió los bulos, lo que, obviamente, le llevó a ser tildada también de “policía del pensamiento”, un guiño a George Orwell muy habitual en los que no han leído a Orwell en su vida.

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A Musk la moderación de contenidos le pareció una aberración y llegó a escribir en su Twitter: “Silicon Valley se ha convertido en el valle santurrón”. La siguiente víctima de la caterva reaccionaria y conspiranoica fue Yoel Roth, jefe del departamento de confianza y seguridad de Twitter, cargo al que renunció tras la llegada de Musk. Su pecado, a parte de ser simpatizante demócrata, fue no permitir que Trump difundiera un vergonzoso bulo sobre el voto por correo. La fachosfera yanqui no tardó en ir a por él, Trump y su administración lo atacaron y Fox New hasta animó a sus espectadores a practicar escraches contra Roth.

Cuando Trump perdió las elecciones fue cuando la cosa se complicó. Twitter etiquetó, con advertencias, los bulos de Trump, señaló sus mentiras y lo hizo por un evidente peligro: generar un clima guerracivilista. Anika Collier Navaroli, miembro del equipo de políticas de seguridad de Twitter (para ayudar a trabajar en la moderación de contenido y las políticas de conducta) avisó: “Alguien puedo morir, Trump está excitando a sus seguidores para provocar una guerra civil”. Pero no le hicieron caso y un infame día de Reyes de 2021 los seguidores de Trump asaltaron el Capitolio.

Tras las vergonzosas imágenes que dieron la vuelta al mundo, Twitter se vio en la necesidad de vetar a alguien tan poderoso como Trump, un expresidente de los Estados Unidos. Twitter se enfrentaba a algo nada sencillo, en frente estaba la Primera enmienda, que protege la libertad de expresión, de prensa y de reunión. Finalmente, decidieron suspender la cuenta de Trump, algo que también hizo Facebook. 

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A pesar de que hasta el FBI anticipó tentativas de levantamientos armados ante la investidura de Biden, Musk fue incapaz de callarse ante el veto a Trump y habló del “virus mental woke”. Tampoco le gustó que el 20 de marzo de 2022 Twitter suspendiera The Babylon Bee, una especie de El Mundo Today facha y una de sus webs preferidas. La razón fue que tuitearon “El hombre del año de The Babylon Bee es Rachel Levine”, haciendo alusión a la subsecretaria de Salud, una mujer transgénero. Y lo más aterrador de todo es que Musk tiene una hija, Jenna, que decidió cambiarse de sexo.

Y aquí aparecen nuevamente los superhéroes en la pueril mente de Musk. Jenna nació en 2004 y la llamó Xavier Musk, en referencia al doctor Xavier de los X-Men. Pero en nada se parecía a su padre. Jenna aborrecía el lujo, la ostentación de la riqueza y el capitalismo. “Te odio a ti y todo lo que representas”, le llegó a decir a su padre. Y eso lo rompió y lo llevó, como un villano de tebeo, a convertirse en un perseguidor del “adoctrinamiento progresista y woke”. De ahí sus declaraciones hablando de su lucha contra los que socaban la democracia y el futuro de la civilización. Otra vez Iron Man. 

Termina de Twitter en la era de Elon Musk de forma amarga y preocupante, recordando cómo Musk se grabó entrando sonriente en la sede de Twitter acarreando un lavabo, como un niño rico y malcriado pisoteando el ordenado cuarto de juegos de otro. Los empleados enseguida descubrieron que era un cretino sin empatía. Tanto que, con una inhumanidad repulsiva, Musk despidió al 80% de su plantilla para, meses después, tener que buscar más personal ante la implantación de nuevas normativas legales. 

Hoy, y como relata en la serie Jonathan Greenblatt, director Nacional y CEO de la Liga Antidifamación, los discursos de odios están creciendo en X de forma alarmante.