Genocidio en Gaza

¿Podría haber acabado Israel de otro modo?

¿Podría no haberse convertido Israel en un Estado colonialista racista y fascista? Ni la última conferencia pronunciada por Amos Oz ni el último libro de Gad Lerner responden a esta pregunta
August 6, 2024: A photo illustration depicting a U.S. State Department image (dated June 27, 2016) of Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu in front of the flag of Israel. ..Conflict in the Middle East is on the horizon after Israeli PM Benjamin Netanyahu ordered double assassinations of a Lebanese Hezbollah commander in Beirut and a chief Hamas political leader Ismail Haniyeh in Tehran. Iran has vowed to retaliate, sparking fears of a wider regional war from the Israel-Hamas war in Gaza, with Russian President Vladimir Putin allegedly transferring Isklander missiles to Iran and the Iranian Revolutionary Guard's "Axis of Resistance " proxies preparing for war.,Image: 896633931, License: Rights-managed, Restrictions: , Model Release: no, Credit line: Taidgh Barron / Zuma Press / ContactoPhoto
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Mientras la comunidad internacional intenta detener el genocidio y los muertos ascienden a cuarenta mil, los israelíes prosiguen su acción de exterminio, utilizando todas las técnicas con las que se ha perseguido y exterminado a los judíos a lo largo de los siglos: desde la deportación a los pogromos, pasando por la tortura. Aunque no podemos imaginar cómo evolucionará esta tragedia, cada día parece más probable que el Estado sionista está destinado a desintegrarse como consecuencia de los conflictos internos, el aislamiento externo y, sobre todo, el horror a sí mismo.

Es legítimo, pues, plantearse la siguiente pregunta: ¿podría haber acabado todo este asunto de otro modo? ¿Podía el Estado querido por los sionistas, autorizado por los colonialistas británicos, protegido por los imperialistas estadounidenses y armado y financiado por los países occidentales para dominar la región de donde procede el petróleo, podía un Estado nacido de una masacre y sostenido por una amenaza armada permanente evolucionar de una manera diversa? ¿Podía el Estado ocupante, odiado por mil millones de musulmanes obligados a sufrir su presencia, no evolucionar en la dirección del fundamentalismo religioso, el racismo y el supremacismo de corte nazi?  No podía. Es difícil creer que los británicos y los estadounidenses, principales responsables (junto con los nazis alemanes, por supuesto) de esa deportación de los judíos, que lleva el nombre de retorno a la tierra prometida, no supieran que los estaban exponiendo a una condición durísima, destinada con el tiempo a evolucionar hacia un nuevo Holocausto. Ahora el Holocausto es una realidad para los palestinos, pero también constituye una perspectiva para los judíos que el sionismo ha expuesto al odio de innumerables enemigos. Israel goza de una superioridad militar indiscutible, pero el tiempo no juega a su favor.

Con razón o sin ella, he llegado a considerar la obra de Amos Oz como una expresión de la vocación internacionalista del judaísmo europeo

¿Podría haber sido de otro modo o la evolución de Israel estaba inscrita en su violento nacimiento? ¿Podría haber evolucionado el sionismo en una dirección pacífica o la hostilidad que se suscitó contra los ocupantes desde un primer momento estaba destinada a obligar a Israel a convertirse en lo que se ha convertido?

¿Podrían haber acabado las cosas de otro modo?

Poco antes de su muerte, Amos Oz pronunció una serie de conferencias, que han sido publicada por Feltrinelli bajo el título Resta ancora tanto da dire. L’ultima lezione (2023). Hace tiempo que soy lector de Oz y gracias a libros como Una historia de amor y oscuridad (2002), o Judas (2014), creo que he podido reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de la identidad judía y de la identidad en general. La identidad como problema, como construcción ilusoria y como trampa. Con razón o sin ella, he llegado a considerar la obra de Amos Oz como una expresión de la vocación internacionalista del judaísmo europeo.

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Mi tío era un europeo consciente en una época en la que nadie en Europa se sentía europeo, aparte de los miembros de mi familia y otros judíos como ellos. Todos los demás eran paneslavos, pangermánicos o simplemente patriotas lituanos, búlgaros, irlandeses o eslovacos. Los únicos europeos en las décadas de 1920 y 1930 eran los judíos. Mi padre solía decir: «En Checoslovaquia hay tres nacionalidades, checos, eslovacos y checoslovacos, es decir, judíos. En Yugoslavia, hay serbios, croatas, eslovenos y montenegrinos, pero también viven un puñado de yugoslavos, e incluso con Stalin hay rusos y ucranianos y uzbekos y chechenos y cátaros, pero entre todos ellos también viven nuestros hermanos, miembros del pueblo soviético […]». Hoy Europa es completamente diferente, hoy está llena de europeos, de un muro al otro. Por cierto, la escritura en los muros también ha cambiado por completo: cuando mi padre era un niño en Vilna, en todos los muros de Europa estaba escrito: «Judíos, volved a casa, a Palestina». Pasaron cincuenta años y mi padre volvió de viaje a Europa, donde los muros le gritaban: «Judíos, fuera de Palestina» (Una Storia di amore e di tenebra, Milán, Feltrinelli, 2004, 86-87).

No han sido los judíos los que han querido volver a Palestina. Han sido los nazis europeos quienes les empujaron a marcharse, son los sionistas quienes junto con los británicos prepararon la trampa en la que cayeron los judíos. Esa trampa se llama Israel. Como muchos otros judíos europeos, los padres del escritor abandonaron Europa para refugiarse en Palestina durante los años en que el proyecto sionista parecía posible en condiciones pacíficas.

Por supuesto, sabíamos lo dura que era la vida en Israel: sabíamos que hacía mucho calor, que había desierto y pantanos, que había desempleo y árabes pobres en los pueblos, pero veíamos en el gran mapa que colgaba en el aula que no había muchos árabes en la tierra de Israel, tal vez en total medio millón en aquella época, sin duda menos de un millón, y existía la certidumbre entonces de que había espacio suficiente para unos cuantos millones de judíos; sabíamos que probablemente se incitaría a los árabes contra nosotros como se había incitado al pueblo bajo en Polonia, pero se les podía explicar que nuestra presencia únicamente les reportaría beneficios, beneficios económicos, sanitarios, culturales y de otro tipo. Pensábamos que en poco tiempo, tan solo en unos pocos años, los judíos serían mayoría en Israel y entonces mostraríamos al mundo entero cómo comportarse de forma ejemplar con una minoría. Esto es lo que habríamos hecho con los árabes: nosotros, que siempre habíamos sido una minoría oprimida, habríamos tratado a nuestra minoría árabe con honestidad y justicia, con generosidad, y habríamos construido juntos la patria, habríamos compartido todo con ellos y en absoluto los habríamos reducido a una situación desesperada. Qué hermoso sueño (ibid., p. 240).

Precisamente porque los judíos no tenían ninguna relación ancestral con la tierra europea, su europeísmo se fundaba en la razón y el derecho, no en la identidad étnica

En la época de la que habla Oz parecía haber espacio para una conciencia solidaria, igualitaria e internacionalista, pero como el nacionalismo dominaba la política europea, incluso los judíos, si querían sobrevivir, tenían que identificarse como un pueblo, como una nación.

[...] en aquellos años todos los polacos estaban embriagados de polonidad, los ucranianos de ucranianidad, y lo mismo los alemanes y checos, incluso los eslovacos y lituanos y letones, mientras que nosotros no teníamos cabida en este carnaval, nosotros éramos parias, indeseables. ¿No es de extrañar, entonces, que también nosotros aspiráramos a convertirnos en un pueblo como todos los demás? ¿Qué otra opción teníamos? (ibid., p. 241)

Al final, sabemos cómo ha acabado la cosa: después de haberlos exterminado, los europeos vomitaron (la expresión es de Oz) a la comunidad judía, que era también la más profundamente europea, porque encarnaba más plenamente los valores del racionalismo y del derecho. Precisamente porque los judíos no tenían ninguna relación ancestral con la tierra europea, su europeísmo se fundaba en la razón y el derecho, no en la identidad étnica. La Shoah obligó a los judíos a anhelar la pertenencia, a emprender un camino que niega el universalismo en nombre de la nación étnica. El sionismo encarna este pasaje, a la vez comprensible y catastrófico. La noche en que se sanciona la fundación del Estado de Israel en las Naciones Unidas, el padre del narrador de Un cuento de amor y oscuridad le dice a su hijo:

[…] a partir de ahora, desde el momento en que tengamos un Estado, nunca más nadie te molestará solo porque eres judío y porque los judíos son esto o lo otro. Eso no, nunca más. A partir de esta noche todo ha terminado. Se ha acabado para siempre (ibid., p. 431).

Después de 1947 el nacionalismo hizo imposible la coexistencia pacífica entre árabes y judíos

Por desgracia, como sabemos, el padre de Amos estaba equivocado: la violenta creación del Estado de Israel puso en marcha una interminable cadena de sufrimientos y venganzas. Ese lugar, que debía convertirse en el refugio seguro de los judíos de todo el planeta, es ahora el lugar más peligroso para ellos, el lugar donde la posibilidad de ser atacados es mayor, como demostró el 7 de octubre de 2023 y como me temo que demostrará la historia futura.

Después de 1947 el nacionalismo hizo imposible la coexistencia pacífica entre árabes y judíos: por un lado, las entidades políticas árabes surgidas de la desintegración del Imperio Otomano habían optado por reeditar el modelo del nacionalismo europeo y no acogieron pacíficamente a los judíos en su territorio. Por otro, los judíos exigieron el establecimiento de un Estado nacional en un territorio que no les pertenecía y que les era hostil. He aquí, pues, a los jóvenes israelíes obligados a luchar en una guerra interminable y a los jóvenes palestinos obligados a vivir en campos de refugiados donde no pueden hacer otra cosa que odiar a los ocupantes. En estas condiciones era inevitable que el equilibrio político israelí se desplazara hacia la derecha hasta la actual coalición entre fascistas y ortodoxos que ha convertido a Israel en un monstruo peligroso, sobre todo para los judíos. En los siglos de la diáspora, el universalismo había sido la forma mentis de la intelectualidad judía, pero cuando los judíos fundaron su propio Estado y fueron llamados a identificarse territorialmente, se produjo un efecto de identificación del «otro»: el palestino. Muchos jóvenes israelíes se vieron obligados a luchar en una guerra que odiaban, a combatir por un ideal nacionalista en el que no creían.

Una noche de invierno estaba de guardia con Efraim Avneri [...]. No podía ver su cara en la noche, pero capté una sombra de ironía subversiva en su voz cuando respondió: «¿Asesinos? ¿Pero qué esperas de ellos? Desde su punto de vista somos extraterrestres venidos del espacio para esparcirnos por sus tierras, que poco a poco hemos ido conquistando, pero mientras les aseguramos que en realidad hemos venido a cubrirles de todo lo bueno que el buen dios ha dado, astutamente nos apoderamos de una parcela tras otra de sus tierras. Entonces, ¿qué esperas, pues? ¿Que nos agradecieran nuestra bondad de espíritu? ¿Que vinieran a nosotros tocando fanfarrias? ¿Que nos entregaran respetuosamente las llaves de todo el país, porque una vez vivieron aquí nuestros antepasados? ¿No es de extrañar que se levantaran en armas contra nosotros? Y ahora que les hemos infligido una aplastante derrota y que cientos de miles de ellos viven en campos de refugiados desde ese día, ¿esperas que compartan nuestra alegría y nos deseen lo mejor? [...]». Estando así las cosas, ¿por qué demonios estás aquí patrullando armado? ¿Por qué no abandonas el país? ¿O coges tu arma y te vas a luchar de su lado? En la oscuridad oí su triste sonrisa: «¿De su lado? En su bando no me quieren, en ninguna parte del mundo me quieren. Nadie me quiere. Esa es toda la cuestión. Y hay demasiada gente como yo en todas partes. Esa es la única razón por la que estoy aquí. Esa es la única razón por la que llevo un arma, para que no me echen de aquí. Pero nunca utilizaría la palabra asesinos para referirme a los árabes que han perdido sus pueblos. Y de todos modos no la uso a la ligera sobre ellos. De los nazis lo digo sin dudarlo. De Stalin, también. Y de todos los que expropian tierras ajenas» (ibid., p. 514).

Un internacionalista no puede aceptar la solución que la comunidad internacional consideraba la mejor posible: «dos pueblos dos Estados»

Páginas como ésta me convencieron de que Amos Oz interpreta la contradicción del ser israelí, expresando el deseo de paz entre pueblos diferentes: lo contrario del sionismo.

Judas

Publicado en 2014, Judas narra la historia de un joven investigador, que estudia la figura histórica de Judas Iscariote, a quien la cultura cristiana identifica como el traidor por excelencia y como el símbolo de la maldad judía. No reducible a lo idéntico de la nación, la traición es el sentido de la racionalidad moderna y de su figura histórica: el intelectual. El intelectual, figura judía por excelencia, es quien traiciona la identidad nacional en nombre de la universalidad de la razón. Por eso el fascismo es constitutivamente antiintelectual. Sobre la figura del traidor escribió Oz en The Tubingen Lectures de 2002, traducidas en Italia con el título Contro il fanatismo (Contra el fanatismo, 2024):

Mi percepción es que en el conflicto entre israelíes y árabes palestinos no hay buenos y malos. Hay una tragedia: la oposición entre un derecho y otro. He dicho esto tantas veces, que me he ganado el título de traidor por antonomasia a los ojos de muchos de mis compatriotas israelíes (Contro el fanatismo, Milán, Feltrinelli, 2004, pp. 18-19).

Se puede traducir la palabra «traición» con la palabra «internacionalismo», porque esta cultura política, que en el siglo XX parecía poder afirmarse, significa rechazo radical de la nación, rechazo de la lógica de pertenencia y, por lo tanto, rechazo de la guerra: deserción. El personaje de Abrabanel, judío culto y políglota, que aparece en la novela Judas, no siente ninguna simpatía por el Estado de Israel, porque considera la idea misma de un Estado nacional como una prueba de atraso cultural. ¿Cómo puede el hombre moderno aceptar semejante negación del universalismo ético, que debería ser el fundamento de la política desde Kant en adelante?

Abrabanel no estaba entusiasmado con la idea de Estado. En absoluto. No le gustaba nada un mundo dividido en cientos de Estados nacionales. Como las filas de jaulas separadas en el zoo. No hablaba yidis, hablaba hebreo y árabe, hablaba ladino e inglés, y francés, turco y griego, pero de todos los Estados nacionales del mundo decía en yidis: Goyem naches, satisfacción de los pueblos. La idea misma de Estado la consideraba infantil, anticuada (Giuda, Milán, Feltrinelli, 2014, p. 201).

Un internacionalista no puede aceptar la solución que la comunidad internacional consideraba la mejor posible: «dos pueblos dos Estados». Desde que empecé a pensar en la cuestión palestina como militante de veinte años, estoy convencido de que esa fórmula consagra un principio inaceptable: la entidad política estatal se basa en la identidad étnica o en la afiliación religiosa. Fue un dirigente de Potere Operario, el grupo político en el que militaba entonces, quien me convenció de que el Estado nacional no es la solución de nada, sino el problema. Y que dos Estados no podían ofrecer una solución al problema de cómo coexistir pacíficamente en la tierra de Palestina, o de Israel, que es lo mismo. Ese dirigente se llama Franco Piperno, judío y comunista.

Cuando los europeos se liberaron de los judíos enviándolos al desierto de Palestina, se crearon las condiciones para una tragedia infinita, fruto envenenado de la victoria del nacionalismo sobre el internacionalismo. Atalya, que en Judas es la esposa de un joven israelí muerto durante un tiroteo con árabes, lo sabe bien.

Atalya le miró de reojo desde el chaise longue y como si escupiera las palabras entre sus labios dijo: «¿Queríais un Estado? ¿Querías la independencia? Banderas y uniformes y billetes y tambores y trompetas. Habéis derramado ríos de sangre inocente, habéis enterrado a toda una generación. Habéis expulsado a cientos de miles de árabes de sus hogares, habéis enviado barcos enteros de inmigrantes que sobrevivieron a Hitler directamente del servicio de acogida a los campos de batalla. Todo para tener aquí un Estado de judíos. Y mirad lo que habéis conseguido» (200).

El componente nacionalista y militarista se ha impuesto y poco a poco se han ido marchando los ciudadanos israelíes, que no aceptan vivir en medio de tanta violencia

Comparto de todo corazón el desprecio que expresa Atalya por el Estado nacional. Y me parece que el corazón de Amos Oz sentía lo mismo cuando escribió estas páginas. Por eso, al leer The Tubingen Lectures, me sentí incómodo, como si me encontrara con un amigo y no pudiera reconocer su voz y, lo que es más importante, entender sus palabras. En esta conferencia, de 2019, parece que Oz es diferente de lo que yo había vislumbrado en sus novelas, pero quizá la culpa sea mía: quizá no le entendí. O tal vez en el último período de su vida Amos Oz perdió toda esperanza de una comunidad política en la que coexistan diferentes culturas y en la que la ley se base en la razón y la palabra y no en la pertenencia y la tradición. En la última conferencia Oz dice:

No os dejéis engañar por lo que dicen las almas bellas sobre el Estado multiétnico o binacional como el hogar de todos sus ciudadanos. No existe tal cosa (Contra el fanatismo, cit., p. 16).

Puede que yo sea un alma bella, pero estoy convencido de que no hay civilización ni decencia moral ni paz, si se piensa que el Estado debe corresponder a la etnia, la religión, la identidad. ¿Realmente Amos Oz ha pensado siempre lo que dice en esta última conferencia? ¿Se ha identificado siempre con las almas feas? A continuación, el escritor relata su encuentro con un intelectual palestino emigrado a París, que le habla de Lifta, el pueblo del que su familia fue expulsada por colonos judíos décadas atrás y le dice que nunca podrá renunciar a su deseo de regresar. «¿De verdad quieres volver a Lifta?», le pregunta Oz, señalándole que su pueblo ya no existe, al igual que no existe su infancia. «No puedes volver, porque el mundo del pasado ha sido destruido no sólo por la deportación y la ocupación, sino también por las excavadoras, los bloques de apartamentos, las autopistas y, en definitiva, el tiempo». A continuación, Oz acusa a su interlocutor de estar enfermo de «retornismo»: «Estás enfermo y yo tengo el diagnóstico. Para tu enfermedad. Estás enfermo de retornismo. Buscas en el espacio algo perdido en el tiemp [...]» (ibid., p. 26).

No soy un fanático de la memoria y reconozco que una política no puede basarse en la nostalgia de lo que fue nuestro en el pasado, pero algo suena falso en esta invitación a emanciparse del pasado, porque viene de un judío que regresa a una tierra que sus antepasados habitaron hace dos mil años. ¿Cómo puede reírse de un hombre que siente nostalgia de la casa en la que vivieron sus padres?

El propio Oz se pregunta unas páginas más adelante si él y su familia, sus padres, que han regresado a Israel dos mil años después de marcharse, no están enfermos del retornismo. «Después de despedirnos, no pude evitar preguntarme: perdona, Amos, ¿pero el sionismo no es también un retornismo?» (ibid., p. 28). Pero al final Amos Oz se absuelve a sí mismo y absuelve a los sionistas del diagnóstico de retornismo, escribiendo lo siguiente:

He reflexionado una y otra vez sobre esto durante mucho tiempo y mi respuesta básica es no, cum grano salis. Sustancialmente no. Siendo muy prudente, simplemente no. No es una cuestión de retornismo. Porque mis antepasados durante dos milenios decían en la víspera de Pascua: el año que viene en Jerusalén. Es verdad. Pero si no hubieran sido perseguidos, humillados y masacrados, habrían seguido diciéndolo otros dos mil años. Sin embargo, no venían aquí (ibid., p. 29).

Extraño discurso. De hecho, sus palabras suenan dubitativas, retorcidas: «[…] mi respuesta básica es no, cum grano salis. Sustancialmente no. Siendo muy prudente, simplemente no». Se percibe que Oz anda con pies de plomo. ¿Cuál es la historia? Los judíos volvieron después de dos mil años, pero no están enfermos de retornismo, porque fueron perseguidos y no tuvieron más remedio que volver a la tierra de sus antepasados, aunque ello supusiera la expulsión de quienes habían vivido en ella durante varios siglos. Y nos dice que los palestinos sufren de retornismo aunque, innegablemente, ellos también fueron perseguidos y expulsados no hace dos mil años, sino hace una generación. Yo diría que estas palabras del último Oz encuentran su respuesta en Mahmud Darwish: «Vosotros (los israelíes) creasteis nuestro exilio, nosotros no creamos el vuestro» (Con la lingua dell’altro, entrevista con Francesca Gorgoni, 2024). Leo, con cierta vergüenza, esta última conferencia de uno de mis escritores favoritos y tengo la sensación de no reconocerle. ¿Cómo reaccionaría Amos Oz hoy ante el horror en que se ha convertido Israel tras su muerte? Si no hubiera leído esta malhadada última conferencia, sabría qué responder a esta pregunta, pero ahora tengo la sensación de no saber nada más.

Gaza

Gad Lerner ha publicado un libro con Feltrinelli titulado: Gaza (Feltrinelli, 2024). Es un testimonio doloroso. El libro parte precisamente del desconcierto con el que esa parte de la comunidad judía, que no ha roto el vínculo intelectual con la historia de la diáspora, vive el desastre de este último año. Mirando hacia atrás, Lerner escribe:

Yeshayahu Leibowitz, uno de los pensadores religiosos más distinguidos del siglo XX: «La retirada unilateral de los territorios ocupados es la única manera de que Israel evite el suicidio moral». Tenía razón, pero la historia ha ido por otros derroteros (ibid., p. 118).

El componente nacionalista y militarista se ha impuesto y poco a poco se han ido marchando los ciudadanos israelíes, que no aceptan vivir en medio de tanta violencia.

El fanatismo, que se ha extendido como la grama en la sociedad israelí, no es sólo el resultado de la fe religiosa. Une a laicos y creyentes en su obsesión por la defensa de la identidad [...].
Su credo es la patria judía. Israel no puede existir, si no es como patria judía. Si otros quieren vivir aquí como minorías, que se adapten. De este postulado se desprende necesariamente un corolario: no puede haber otra patria para los judíos que no sea Israel […]. Al fundador del llamado sionismo revisionista, Vladimir Jabotinsky, que en polémica con David Ben Gurion perseguía el nacimiento de un Estado exclusivamente judío, razón por la cual quería erigir un muro de hierro entre él y sus vecinos, se le atribuye una recomendación que ha quedado como proverbial: elimina a la diáspora o la diáspora te eliminará a ti (ibid., p. 38).

Hoy, después de Gaza, hay que pensar de nuevo esa advertencia. Mientras que los israelíes, aunque profundamente divididos por numerosas razones, parecen compartir en gran mayoría el exterminio, la diáspora parece mucho más dividida. Si pensamos en los judíos que viven en Estados Unidos, vemos que una parte de ellos (no se si su mayoría) mantiene posiciones abiertamente genocidas, hasta el punto de identificarse políticamente con los seguidores evangélicos racistas de MAGA. Pero también hemos visto a una multitud de judíos neoyorquinos desplegando la pancarta Not in Our Name sobre la Estatua de la Libertad, así como hemos visto a numerosos jóvenes judíos participando en las protestas estudiantiles organizadas en los campus ocupados contra el genocidio israelí. Lerner nos recuerda que en una entrevista publicada en la Repubblica en marzo de 2023, Netanyahu expresó sin pretensiones y con absoluto cinismo la línea moral y política que ha guiado a Israel durante los últimos veinte años.

La historia es imparcial y no perdona. No favorece a los virtuosos, no favorece a quienes disfrutan de una superioridad moral. Si queremos proteger nuestros valores, nuestros derechos y nuestras libertades, debemos ser fuertes. La lección que viene del pasado es que la superioridad moral no garantiza la supervivencia de nuestra civilización (ibid., pp. 68-69).

Estas palabras son inequívocas: en la historia no hay lugar para el respeto al otro y si queremos sobrevivir debemos ignorar toda humanidad, toda piedad. La superioridad moral no garantiza la supervivencia de nuestra civilización. Pero entonces, ¿qué civilización es ésta, tengo que preguntar, si su supervivencia depende de la fuerza, de la superioridad militar, de la intimidación y del exterminio?
De la lectura del libro de Lerner, queda sin respuesta la pregunta sobre el derecho de Israel a existir. O más bien sobre el derecho de Israel a nacer como nació mediante la masacre y la deportación. Ante esta pregunta Gad Lerner se detiene, porque (cómo no entenderlo) reconoce que los judíos que huyeron a Palestina durante las décadas de 1930 y 1940 no tenían otra posibilidad de sobrevivir que esa. Pero, ¿era necesario crear un Estado nacional, reeditar la historia pasada de Europa, que se basa en la guerra y la opresión, en el gobierno del más fuerte, que dura hasta que el oprimido se hace más fuerte que el opresor? Recordando a Zeev Sternhell, Gad Lerner reconoce que «el particularismo y el antirracionalismo están hoy de nuevo en el origen de un peligro de guerra mundial» (ibid., p. 218).

Aquí estamos. Al borde de este abismo y es difícil ver cómo podremos evitarlo. ¿No era posible experimentar una forma de convivencia igualitaria con quienes habitaban ese territorio? Preguntas ociosas, me digo. El internacionalismo no tuvo fuerza para imponerse, ni en Palestina ni en ningún otro lugar. Por eso la violencia es la única forma de supervivencia de los pueblos: necesitan un Estado nacional, un ejército y el cinismo necesario para imponer la única ley que cuenta, que es la ley de la fuerza. Hoy la ley de la fuerza permite a los israelíes exterminar a los palestinos, pero ¿y mañana? ¿Quién será mañana el exterminador y quién el exterminado? ¿Debemos agachar la cabeza ante la lección de la historia? ¿O debemos desertar de la historia, alejarnos de esta pesadilla desprovista de fantasía, de esta cadena de venganzas donde la amistad es una palabra para pobres ilusos? Aunque no sepamos cómo es posible la deserción, ni cuál es la salida de esta letanía del horror, ¿no es ésta la única cuestión que merece la pena abordar?


Recomendamos leer Ussama Makdisi, «Rescribir Palestin», Diario Red, e Ilan Pappé, «Fantasías de Israel. ¿Puede sobrevivir el proyecto sionista?» y «El colapso del sionismo», El Salto.

Artículo aparecido originalmente en Il disertore y publicado en Diario Red con permiso expreso del autor.