El Cierre

Donald Trump, violencia política y ultraderechas #ElCierre

El problema que tienen es que, así como los perros de presa pueden ser incontrolables en algún momento, la violencia producto de la bestialización del sistema es también incontrolable

La imagen ha dado la vuelta al mundo. O, mejor dicho, las imágenes. La del expresidente y ahora candidato presidencial, Donald Trump, agachándose y posicionándose detrás del atril durante su mitin presidencial en Pennsylvania tras escuchar disparos, y la gran imagen, la de Trump levantando el puño mientras era cubierto por su seguridad y evacuado del espacio. La reacción de condena a la violencia ha sido casi unánime. Jefes de Estado, personajes políticos, candidatos rivales, altos cargos periodísticos y económicos han condenado la violencia y el presidente Joe Biden ha llamado a rebajar el tono, algo que no parece que vaya a concretarse a la luz de la reacción de, aunque suene redundante, los reaccionarios internacionales. Desde Santiago Abascal hasta Javier Milei, han aprovechado el contexto para demostrar por qué son ellos precisamente los grandes azuzadores de la violencia. Abascal llamó a detener a la izquierda globalista, cuando se sabe que el autor del atentado fallido era un republicano. Por su parte, el presidente ultra argentino, en la misma línea, acusa a la izquierda internacional pues afirma que su “desesperación” es lo que la lleva “a desestabilizar las democracias”, como si hubiera olvidado, en un ejercicio de amnesia convenida, que fue nada menos que Donald Trump quien incitó a la violencia precisamente hace tres años, al llamar a desconocer el resultado de las urnas y asaltar el capitolio, para lo cual pidió violencia. No sean tan hipócritas. 

El fallido atentado contra Donald Trump es condenable. En efecto, en democracia, la violencia política no debería tener cabida. Pero precisamente por eso, no basta con decir desde una suerte de burbuja analítica que muy mal la violencia contra Donald Trump, sin ninguna complejización sobre lo que estamos viviendo. Ya lo hemos dicho hace tan sólo unos días: El neoliberalismo agónico se encuentra, precisamente por su agonía, en una fase de bestialización. Esta bestialización se expresa en las políticas que defienden como las que hemos visto en las últimas semanas con la represión contra la solidaridad con el pueblo palestino, en los discursos como la inhumanidad con la que Santiago Abascal habla de niños y niñas sólo por ser migrantes, en los liderazgos como en la espectacularización de un sujeto como Javier Milei que, por lo mismo, son también productos mediáticos y mediatizados antes que nada. La fase bestializada del neoliberalismo explica lo que hemos visto en Estados Unidos, así como lo que estamos viendo en Europa, pero también en Latinoamérica y sin duda en Oriente Medio. El régimen de guerra es la bestialización del sistema. 

Sabemos que el fascismo es la última herramienta, el último recurso, los perros de presa finales del capitalismo. Del mismo modo, el neofascismo actual expresado en formaciones políticas, pero también en los medios del ecosistema ultra, los jueces ultras y los representantes ultras del poder económico, son ese recurso necesario en tiempos de agonía neoliberal y bestialización como vía para sobrevivir. El problema que tienen es que, así como los perros de presa pueden ser incontrolables en algún momento, la violencia producto de la bestialización del sistema es también incontrolable. Y eso es lo que ha ocurrido este fin de semana. Hemos visto el intento de atacar a un candidato que en realidad defiende los postulados que lo han llevado a estar en el punto de mira de uno de los suyos. Porque Donald Trump defiende la libertad al punto de poner en riesgo a cualquiera con esa enmienda constitucional que permite que las armas de fuego sean adquiribles incluso por quienes no tienen permiso para comprar alcohol en un bar. Porque Donald Trump es uno de los que ha apelado con mayor vigorosidad a utilizar la “fuerza” para “hacerse respetar” cuando perdió las elecciones hace unos años. Porque Donald Trump es el mejor representante de la bestialización discursiva en los Estados Unidos. Tanto como candidato, como como presidente, ha sido un portavoz de mentiras, de difamaciones, de insultos y por supuesto, de incitaciones a aplicar cualquier medida contra los vulnerables. ¿Qué fueron si no las cárceles contra migrantes? ¿Qué fue el muro en la frontera con México? Y ¿Qué es ahora decir que Netanyahu tiene que “terminar” su labor contra el pueblo palestino? Algo en lo que, por cierto, dista poco, muy poco, de Biden. Porque la bestialización del sistema lo toca todo. Incluido a esos sectores de falso centrismo moderado que han cedido del todo al régimen de guerra y a la bestialización del ecosistema político. Y en ese escenario de bestialización solo ganan los bestias, no los que intentan parecerse a ellos. 

Cuando la ultraderecha despierta, lo hace con todos sus elementos. Con sus candidatos, sus discursos, sus políticas y su violencia que crece indetenible. Por eso no basta con condenar la violencia contra Donald Trump, sino plantear la pregunta de fondo sobre lo que la gatilla. Y me temo que en eso, Trump y los suyos, los Abascales, los Milei, los Ayuso, las Meloni, las Le Pen, los Macron, los Marlaska, las Robles, etc. tienen muchísimo por lo que responder. No se acaba con la violencia condenándola desde la hipocresía o la corrección política, sino desde la urgente necesidad de delinear bien a quienes la utilizan. Tal vez por eso, Elon Musk ha sido de los más interesados en defender con todo lo que tiene a su alcance —que es mucho— a Donald Trump. Y lo hace desde una red social donde la violencia no sólo se permite, sino que se incita desde sus algoritmos. Frente a la bestialización, no permitamos que también se abra paso la hipocresía. Aquí estaremos para incomodar a quienes hacen de ese cinismo hoy una bandera. Hasta mañana.


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