La democracia y el trabajo

Transcripción a cargo de Albert Portillo de un artículo de 1858 en el que el abogado y periodista republicano planteaba la emancipación republicana de la clase obrera
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El 23 de julio de 1858 el dirigente republicano Pi i Margall publicaba en La Discusión un artículo (“La democracia y el trabajo”) en el que planteaba una de sus constantes estratégicas a lo largo de su vida: la emancipación republicana de la clase obrera. Adelantándose varios años a los debates que sacudirían al partido republicano —llamado democrático por imperativo legal— sobre la relación entre republicanismo y socialismo Pi i Margall tomaba partido de manera osada por una República de la clase obrera. No es sorprendente sabiendo del apoyo decidido de Pi a la huelga general de los trabajadores textiles de Barcelona en 1855. Por ello en 1858 escribía contra la clase media —la burguesía— recogiendo a la vez las principales demandas de las clases jornaleras —las clases obreras— del momento: la abolición de los impuestos indirectos —los consumos— y de las levas militares obligatorias —las quintas—. Décadas más tarde Engels calificaría la actuación de Pi como presidente de la Primera República (1873): «de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que comprendía la necesidad de que la República se apoyara en los obreros» (Los bakuninistas en acción, 1873). Más radical a medida que envejecía Pi terminaría afirmando en su última obra, significativamente titulada Las luchas de nuestros días (1884); «¿Comunista al fin? (…) Sí, si por esta palabra se signifique que no deba pertenecer en absolute a nadie lo que por su naturaleza es común a todos».


La revolución se ha verificado hasta ahora en provecho de una sola clase. Clases numerosísimas que han peleado y vertido por ella su sangre, gimen aun bajo una triste servidumbre. Aquella clase es la clase media; estas clases, las clases jornaleras.

Que no estén todas emancipadas ¿cabrá dar la revolución por concluida? Que no estén armadas todas de los derechos políticos ¿podrán aspirar a emanciparse? La democracia viene a armarlas de esos derechos, viene a llamarlas a todas al teatro de la vida pública: su triunfo es un hecho necesario y como tal completamente lógico. No podemos tardar en sobreponernos a los partidos medios.

Dificultaban antes este triunfo las mismas clases jornaleras. Progresistas y conservadores, nada escasos en ofrecimientos cuando las necesitaron para sus estériles combates, acostumbraron a remachar el día después de la victoria los hierros que las oprimen. Vilmente engañadas, habían llegado a caer en un completo escepticismo político. No confiaban ya sino en una revolución social más o menos remota: miraban con indiferencia las banderas de todos los partidos y solo se movían al grito de pan y trabajo. Era para con ellas nuestra activa propaganda casi del todo infructuosa: mostrábanse inaccesibles a ese noble sentimiento de libertad que tanto enaltece y vigoriza al hombre.

[Las clases  jornaleras] desconfiaban antes de la democracia; tienen hoy puesta en ella su esperanza

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Han vuelto felizmente de su error; no son ya un obstáculo, sino un poderoso auxiliar para la democracia. Han comprendido que si bien todas las revoluciones han sido en el fondo sociales, han empezado y no podían menos de empezar por una serie de reformas políticas: que no se progresa fácilmente sin conquistar las condiciones del progreso; que la intervención en el gobierno del Estado es el primero y más seguro paso que puede dar una clase en el camino de su independencia; que ni esa intervención ni aquellas condiciones les serán jamás asequibles sino bajo un régimen puramente democrático. Desconfiaban antes de la democracia; tienen hoy puesta en ella su esperanza.

¿Ni cómo habían de dejar de tenerla? Empieza la plebe romana a mejorar socialmente solo después que ha obligado a los patricios a deliberar bajo la sombra de sus tribunos: empiezan los comunes de Inglaterra y estado llano de Francia a elevarse a la altura de los barones solo después que han hecho resonar su voz bajo las bóvedas del Parlamento y las de los Estados generales; logra engrandecerse nuestra clase media sobre los mayorazgos de los nobles y el patrimonio de la Iglesia solo después de haber proclamado derechos que la llaman a regir los destinos de España. Influencia política he aquí lo primero que buscan toda clase y toda raza vencidas en cuanto tratan de ponerse al nivel de las razas vencedoras.

La democracia les da con la libertad absoluta del pensamiento el derecho de plantear, examinar, discutir y resolver todas las grandes cuestiones que se refieren al capital y al trabajo

¿La tienen hoy las clases jornaleras? No la ejercen sino cuando llenas de desesperación se arrojan con ímpetu a las calles y agitando banderas cubiertas de lúgubres y fatídicos lemas traen las ciudades en la alarma y la autoridad en peligro; la ejercen por momentos y solo para agravar sus males y sentir más al siguiente día el peso de su servidumbre. La clase media que tantas veces las ha llamado en su auxilio, las deja entonces abandonas a merced del enemigo y se conjura, si puede, en su daño. Anima a los que las combaten y a pesar de su codicia, de creerlo necesario, no vacila en abrirles sus arcas. El tumulto es verdaderamente temible: braman desencadenadas las pasiones y nada o muy poco puede la razón contra los ciegos instintos.

¿Qué harían esas clases aún cuando mañana presentase otra batalla y venciesen? Esa misma revolución social por que tanto suspiran no está debidamente preparada: para los problemas relativos a su suerte distan de haber hallado una solución capaz de imponerse a un gran número de conciencia. Se agitarían después del triunfo en horribles convulsiones y consumirían sus fuerzas en una dolorosa anarquía. O se contentaban por de pronto con aceptar los principios políticos de la democracia, o abrían una época de luchas que solo podían terminar por la dictadura. Una revolución no es fecunda en el terreno de los hechos sino cuando tiene bien determinados sus principios y está hecha en las ideas: una revolución social sería hoy lo mismo en España que en Francia cien veces más funesta que las guerras sociales de la antigua Roma.

Lo comprenden así nuestras clases jornaleras y vienen por esta razón a buscar su legítima influencia política bajo el Lábaro de la democracia. La democracia les da con la libertad absoluta del pensamiento el derecho de plantear, examinar, discutir y resolver todas las grandes cuestiones que se refieren al capital y al trabajo; con la de reunión el de propagar rápidamente sus doctrinas; con la de asociación el de combinar sus fuerzas, prestarse mutua ayuda, contener la creciente baja de sus salarios, organizarse sobre una ancha base y de una manera vigorosa, ensayar los sistemas en que vislumbren un porvenir más digno y tranquilo. Les abre por el sufragio universal las puertas del parlamento y del gobierno, les facilita por la seguridad de sus personas, la inviolabilidad de sus domicilios y la completa igualdad ante la ley el medio de atacar enérgicamente y sin riesgo de ningún género los vicios de que adolezcan a sus ojos las instituciones sociales.

No solo les da esperanzas; les mejora la situación presente ya por medio de la libertad de asociación, ya por su sistema económico. Las contribuciones indirectas asesinan hoy lentamente al jornalero; la democracia suprime las contribuciones indirectas. Los gastos todos del Estado vienen a pesar en gran parte sobre la cabeza del proletariado; la democracia rebaja considerablemente los gastos del Estado. Impiden hoy la universalización del crédito las muchas trabas administrativas: la democracia está dispuesta a romper estas trabas. La legislación civil entraña vicios que son una causante permanente de miseria; la democracia se compromete a extirpar esos vicios. Una contribución impía arranca por fin a las familias la flor de sus hijos, a aquellos hijos que podía y debían ser el sostén y el descanso de sus padres: la democracia borra de su código esa contribución impía como una violación manifiesta de la libertad y la personalidad humanas.

La democracia no es aún la emancipación definitiva del proletariado, pero da las condiciones de esa emancipación definitiva

La democracia es por otra parte toda una ciencia. Estudia los destinos de la humanidad y está convencida de que la humanidad marcha con paso firme a la nivelación de todas las clases y a la abolición de todo privilegio. No tendrá la insensatez de los partidos medios ni opondrá a los pasos de la especie siquiera los obstáculos que le permitan sus principios; trabajará cuanto puede por allanarle el camino. La organización social debe ser, según ella, espontánea; debe nacer de las condiciones mismas de la libertad y el trabajo. No comprimirá ninguna fuerza que no atente directamente contra las personalidades ya individuales, ya colectivas.

¿Quién, pues, más interesado que las clases jornaleras en el advenimiento de la democracia? ¿Quién puede esperar de ella más grandes ni más inmediatos beneficios?

La democracia es la libertad universal: la libertad en todo y para todos. Todos los que sientan sed de libertad han de venir a apagarla en esa fuente inagotable. ¿Cómo no habían de recogerse en sus orillas los que viven hace tantos siglos abrasados por el fuego de la tiranía social y la tiranía política?

La democracia no es aún la emancipación definitiva del proletariado, pero da las condiciones de esa emancipación definitiva, hace saltar por de pronto algunas de las espinas de su ensangrentada corona.